Año Nuevo

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Bajé del taxi abrazando mi saco negro. El viento soplaba un aire frío del norte, y me hacía rechinar los dedos. Odiaba no poder ir de pantalones, cubriendo mis piernas, como la gente normal y de la clase baja —cómo yo— lo hacía naturalmente durante el invierno. Lucy bajó desde el otro extremo del coche, y una vez que se paró a mi lado en la banqueta, el taxi aceleró por la acera, alejandose calle abajo. 
Y de repente, nos encontrábamos frente a la casa de los Bieber. 
Desde la acera del frente, la casa parecía una nube de estrellas. Las plantas que estaban sostenidas por los bloques de concreto del muros frente tenían luces de cascada, y la gente entraba y entraba en autos, para que después los mozos tuvieran servicio de parking. 
Se veía imponente; demaciada ropa extremadamente cara, demaciado lujo. ¿Que esperaba, realmente? Si era la familia Bieber de la que estábamos hablando, una familia que tenía una casa diferente para pasar cada estación del año. 
Lucy y yo estabamos anonadas, observando como la gran mansión se empezaba a llenar de personas a quienes no conocíamos. 
— ¿Aquí viven? 
A Lucy por poco se le cae la quijada. La miré de reojo, y su rostro de sorpresa me llevó a aquel verano, cuando Justin me mostraba su casa por primera vez. Mi expresión facial no había estado tan lejos de la expresión que Lucy tenía en el rostro en aquel instante.
— Si —contesté volviendo la vista hacia la casa, y soltando aire por la boca helada—. Lo se. Yo reaccioné igual que tú. 
— Si yo hubiera encontrado la casa por mi sola, posiblemente hubiera entrado esperando poder hospedarme; ¡Parece un hotel! —Chilló con las pupilas dilatadas, y yo sonreí. 
— ¿Lista para entrar? 
Pregunté mirando hacia la casa otra vez. 
Aquella iba a ser una larga noche. 








...








Nuestro nombre estaba en la lista. Que sorpresa. 
El hombre de traje y moño que nos abrió las puertas nos sonrió. Una mujer joven de tez blanca y pelo rubio nos recibió de igual manera. Llevaba un sencillo vestido negro de coctel de tirantes, y su pelo recogido en una organizada coleta, cuyo pelo suelto le llevaba hasta los hombros. Sus ojos se posaron en nosotras, y nos mostró sus espectacularmente blancos dientes.
— ¿Me permiten? —Alzó ambas manos, y señaló con la palma abierta hacia nuestros sacos. Miré a Lucy, y titubeando un poco sacamos nuestros brazos de las mangas. La joven mujer tomó nuestros dos sacos negros, abrazandolos con el entrebrazo extendido —. ¿Sus nombres? 
— Elizabeth Lanteige.
— Lucille Geraghty. 
La mujer sonrió, y tomó dos etiquetas desde lo que parecía ser un simple forero. Escribió nuestros nombres en letra cursiva, y después los engrapó desde la solapa de nuestros sacos. 
— Disfruten la fiesta— Dijo por último. 
La mujer atendió a una pareja de adultos mayores que entraban justo detrás de nosotras, cuando Lucy y yo comenzamos a adentrarnos a la casa. 
Había recordado esa casa por muchas, muchas razones, y sabía que mi mente a veces fallaba un poco en cuanto a los recuerdos, pero aquel lugar parecía simplemente... un palacio. 
La casa había cambiado, sin lugar a dudas. Ahora, las escaleras tenían dos entradas desde ambos extremos de la gran sala, las cuales terminaban por unirse en una cúpula a lo alto y al centro. Al fondo, donde según yo recordaba, estaba la cocina —¿o era el comedor?— había otra gran sala, donde se veía a más y más gente, la diferencia es que la mayoría ahí bailaba la dulce música de una banda que tocaba sobre una pequeña tarima integrada por el evento. 
Mi vista recorría todos los rincones; mis manos temblaban. ¿Qué haría cuando lo viera? ¿Cómo iba a controlar mi sistema nervioso? Ni siquiera lo había visto, y ya me encontraba sintiendo como mi estómago se revolvía. 
— Busquemos el baño —sugirió, tomándome del brazo. Esa idea pareció bastante reconfortante.
Por las manos engarrotadas de Lucy sobre mi brazo, deduje lo nerviosa que ella estaba también. ¿Qué podría querer Nicholas de ella? ¿Por qué no simplemente hizo como si nada hubiera sucedido? Algo dentro de mi me decía que quizás Nicholas no hubiera querido olvidarlo, ¿qué pasaba si a Nicholas en verdad le gustaba Lucy? 
Lucy haló de mi brazo, y me hizo caminar más rápido. Mientras cruzabamos la gran habitación hacia donde intuímos que podían ser los baños, procuré no mirar a mis alrededores: si veía a Justin por ahí, posiblemente iba a ponerme tan nerviosa que tropezaría y lo arruinaría todo. 
Mi ritmo cardíaco volvió al regular cuando encontramos el baño. Al abrir la puerta, encontramos un tocador vacío y grande, y otra puerta al fondo. Lo más probable era que aquello fuera el retrete. 
Entramos apresuradas, y cerramos la puerta detrás de nosotras. 
La miré, y ella hizo lo propio conmigo. Pude adivinar por el modo en que me miraba, que sus ojos grandes y verdes me preguntaban: "¿Qué mierda estamos haciendo aquí?"
— Aún estamos en tiempo de irnos de aquí —comenté deliberadamente—. Podemos salir, ir por nuestros abrigos y olvidarnos de éste asunto.
— Que débiles somos —masculló Lucy, casi con decepción en su tono de voz—. Pensé que sería más fuerte ante las adversidades.
— No se puede ser fuerte con alguien que es tu debilidad.
Entonces comprendí lo débil que era. 
Jamás me había considerado a mi misma un alma frágil, o al menos nunca había querido considerarme así. Desde que había pasado lo de mi padre, me hice a mi misma acreditadora de la palabra "fuerza", aunque ahora parecía que eso solamente era una fachada: por dentro estaba rota. Y no fue hasta que conocí a Justin, que me di cuenta de que estaba rota en todos los sentidos. 
Pensé que su partida no me afecta afectado, pero como en un luto, si no lloras durante el entierro, lo harás después. Pueden pasar horas, días, meses o años, pero algún día lo llorarás todo, y sanarás tu agua. 
Mi alma era como un estanque: el agua necesitaba fluir, si se quedaba estancada, comenzaba a encharcarse, llenarse de basura y terminar contaminada. Mi alma estaba contaminada por dolores estancados y lágrimas caducadas. 
— No... —Lucy cerró los ojos con fuerza, y apretó los labios—. No se ni siquiera por qué lo hice. Digo —titubeó—, Nicholas es encantador, dulce y atento, pero simplemente no es del tipo de chicos que me gustan. 
Conforme hablaban, sus ojos se fueron apagando. La mirada estaba perdida en los azulejos del suelo, y sus labios color rosa pálido se notaban secos. 
Claro que no: Nicholas no era para nada del tipo de Lucy. Ella amaba a los chicos aventureros, libres, soñadores. Su idea del romance perfecto era encontrarse con el amor de su vida manejando un Volskwagen 1962 y al segundo día viajar de mochileros por todo América, conociendo todo los Estados Unidos, bajando hacia el pintoresco México y dando vuelta en "U" solamente cuando hubiesen llegado a la Patagonia. Ella buscaba todo lo contrario a un chico que usaba suéteres, iba en traje a desayunar, tenía chofer e iba en limosina a todas partes. Como si su rostro angelical bien dotado por los genes "Bieber" no fuera suficiente para llamar la atención.
Lucy era más... estilo Frank, aquel guapo Italiano que había sido su amigo desde que tenía memoria, que estilo Nicholas. 
— Caer en los encantos de los Bieber es fácil, Lucille —solté un suspiro frunciendo los labios—. Son encantadores, guapos, carismáticos, y tienen una voz sensual por naturaleza. 
— El peor enemigo de chicas que ven, escuchan y respiran.
Estallé en risas, y Lucy lo hizo de igual modo, pero a bastantes escalas menores. Ambas sonreímos: Si, Los Bieber eran nuestra perdición. 
— Vamos —llevé mi mano hasta su muñeca, y la elevé caminando hacia la puerta—. Necesito una gran, gran, gran copa que me embriague lo suficiente como para sentir que de algún modo esto no es un grabe error.








...








A eso de las 11:00 de la noche, la fiesta estaba en su apogeo. La gente bailaba en la pista de baile cualquier cosa que la banda tocase, y mientras tanto todos comían y se reían entre sí. 
Lucy y yo llegamos al borde de las escaleras, cada una con una copa de champañe en nuestras manos. 
No habíamos visto ni a Justin, ni a Nicholas. 
Recorriendo la mirada en el lugar, posé mis ojos en la entrada principal.
Entonces, los vi.
¿Que es lo que me lleva a cometer tantos errores? Eso me preguntaba justo en el momento en que los vi entrar.
Ella llevaba un radiante vestido violeta, con incrustaciones de brillo que corrían desde la cola del vestido hasta su escote.
Ojalá la fiesta hubiera sido al aire libre —pensé para mis adentros—, así nos hubiera hecho un favor y no hubiera mostrado su escote como lo hacía.
— Despreciable —mascullo Lucy, dando un sorbo de champan —. ¿Soy yo, o se ve mas rubia?
Justin no me vio; se mantenía con su brazo sostenido por el de Alice. 
Una Diosa y un Ángel caído del cielo: parecían la pareja perfecta. Suspiré; ¿qué oportunidad tendría yo contra esa Perfecta Barbie? 
Después de un par de segundos en que la presión en mis venas estalló, Justin y Alice desaparecieron entre la multitud. 
Sentí mis ojos arder; ¿qué estaba haciendo ella ahí? ¡¿Por qué él me había llevado hasta ahí, si sabía que Alice estaría en la fiesta?! ¿Sería que quizás esa era su forma de decirme "lo que sucedió nunca debió de haber ocurrido; ya tengo a mi novia y es perfecta"? ¿Para eso me estaba buscando en el cuarto de hotel? ¿Para decirme que lo nuestro había sido un error?
Tantos pensamientos nublaron mi visión. Tuve que parpadear un par de ocasiones para recuperarla por completo, y cuando lo hice no quedaba ni un solo rastro de Justin en su traje o de Alice en su diamativo vestido. Tragué púas. 
La gran estadía de la fiesta continuó llenandose. Miré como Nathalie entraba, tomada del brazo de Bruno, y me saludaba con una efusiva sonrisa que cruzaba de esquina a esquina le habitación. Le hice una seña con la mano, y después ella fue distraída por una pareja de adultos que se acercaron para saludarlos. 
— ¿Estás bien? — preguntó Lucy, llevando su mano hasta mi hombro. 
Yo no la miré; no podía.
Eso significaba, ¿verdad? ¿Era un "lo nuestro está definitívamente terminado"? 
— ¿Podríamos irnos? —pregunté apenas con un hilo por voz.
— Por supuesto —contestó Lucy sin dudar, acto que me reconfortó mucho. 
Le regalé una sonrisa cómplice, y me preocupé por caminar entre el mar de gente hacia donde estaba la salida.
Bien, solamente me acercaría a la salida, iría con la mujer rubia por mi saco, y me olvidaría de todo de aquella noche. 
Plan perfecto.
Caminé con Lucy a mi espalda, cruzando todo el lugar. La iluminación cambió cuando llegamos a la entrada, que mantenía las luces a un nivel tenue y tenía el techo más bajo que el resto del lugar. La puerta estaba cerrada por primera vez; solamente estaba la mujer arreglando unos papeles que tenía junto, y el portero junto a la puerta.
— Elizabeth Lanteige y Lucy Geraghty, por favor. 
La mujer sonrió con elegancia, para después entrar a la habitación donde estaban todos los abrigos de los invitados.
Solo un par de segundos más, y estaríamos fuera de aquel horrible y equivocado...
— Ely —su voz detuvo mis pensamientos —. Viniste.
Justin estaba de pie detrás de Lucy y yo. 
Se veía tan... tan hermoso. Impresionante. Sensual. No me bastaría de adjetivos para describirlo en aquel instante. 
Sus ojos brillaron al verme, y yo me sentí de repente tan debil, y tan indefensa. 
— Tenemos que irnos —interrumpió Lucy, haciendo que Justin volteara a verla—. Lo siento, Justin, nosotras...
— Quédate —Justin volvió hacia mi, y en un par de instantes tomó mi mano con ambas suyas—. Por favor. 






...







Justin cerró las puertas corredizas de la cocina detrás de él, justo después de que entrara. No me atreví a voltear a verlo; ¿qué me iba a decir? Aquella bella entrada de la pareja perfecta a la fiesta había sido más que suficiente como para dejar todo claro. ¿Qué quería hacer? ¿Recalcármelo? 
— Tenemos que hablar. 
— Una imagen vale más que mil palabras —no lo miré, ni siquiera de reojo. El se mantenía en mi espalda mientras que yo me encontraba extrañamente intrigada por cuantos mosaicos verdes había en la pared del fondo—. No necesitas decir nada más. Lo que pasó fue...—suspiré—. Fue un error.
— ¡¿Error?! —Cuestionó Justin, haciendome voltear por el simple aire de sus palabras—. ¿Por qué fue un error?
— ¿Por qué me pediste que viniera si ibas a traer a Alice?
— No sabía que ella iba a venir, ¿está bien? Apareció de repente. Se suponía que se iba a quedar en Paris por asuntos de trabajo.
Me quedé callada. 
Sus ojos tenían cierta emoción extraña, emoción que provocaban en mi una sensación que no me gustaba sentir. 
Aparté la mirada con rapidez, y el se movió incómodo frente a mi.
— Lo nuestro no fue un error, Ely —susurró. El silencio de la habitación era tal, que por poco dudaba de en donde nos encontrabamos: parecíamos los únicos dos seres humanos a kilómetros y kilómetros de distancia—. Yo no pienso eso. No quiero que pienses así.
Nos quedamos en silencio, solo mirandonos. No parecíamos necesitar nada más aparte de eso. 
— ¿Podríamos intentarlo? 
— ¿Qué? —chillé.
— No me importaría cruzar el océano todos los días para verte —sonrió, y se acercó un paso hacia mi—. No me importaría renunciar al viejo continente e irme a américa contigo, ni me importaría despertar a tu lado todas las mañanas —sonrió, haciéndome temblar—. Pero si me importaría perderte. Y no quiero volver a hacerlo. No otra vez. 
A mi pecho le costaba retener el aire que se introducía ferozmente por mis fosas nasales. ¿Qué significaba eso? ¿Era una declaración de amor?
— Necesito una copa —dije demaciado rápido. Justin se echó a reir, y se acercó solo lo suficiente como para que sus labios alcanzaran mi frente. 
— Te extrañé —susurró—. Vamos por un trago. 

Cuando salimos de la cocina y volvimos al mundo real, me di cuenta de lo mierda que era todo eso. Justin básicamente me había dicho que me quería, pero no podía demostrarlo. Lo único que deseaba era que me besara, pero... Alice. ¿Qué iba a hacer con eso? 
Necesitaba un trago. Una copa de algo fuerte que anulara mis sentidos. 
Entonces, una copa se estrelló contra el suelo.
El chillido de su voz se escuchó hasta quizás el tercer piso, si es que hubiera habido uno.
Y lo último que vi fue una figura masculina caer al suelo, como tabla que se desprendía de la pared. 
Lo peor de todo fue que, de hecho, conocía al hombre que ahora se veía tan vulnerable.
El silencio tuvo su apogéo, y después fue sustituído por gritos de agonía. 
Todo se iba a la mierda misma. 
El padre de Justin estaba en el suelo.

Una escritora sin amor.Where stories live. Discover now