Ese "todo" que necesito

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El sol se había ido. El frío glacial acallaba las calles de Nove, y la cubría toda de melancolía, toda de sentimientos lúgubres y tristes. El susurro de viento, la lluvia que caía de manera esporádica en pequeñas gotas que chocaban contra tu ventana para recordarte que aún hay vida; aún se mueve, el reloj no se ha detenido, y el ciclo continúa. 
La casa estaba callada, o al menos así la escuchaba yo, en la lejanía de mi habitación, viendo como las gotas de lluvia chocaban contra mi ventana, recordándome que nada se había detenido como yo pensaba. Todos seguían en movimiento, y nadie se detenía por que yo lo hacía. 
Todo seguía vivo, pero se sentía como si todo hubiera muerto el día en que mi abuelo dejó el plano terrenal.
Después de aquél día, nunca pensé que sería de aquellas personas que se rompían con esa facilidad en la que yo lo había hecho. Pero bueno, me había dado más sorpresas a mi misma en aquel último año que... 
Estaba sufriendo el fenómeno de "el día siguiente". Era ese momento en que te despertabas, con los ojos hinchados y rojos, con el cuerpo cortado y con la sensación de una gran tristeza. Hay un puente muy estrecho y corto entre el momento en abrir los ojos y estar consiente, cuando piensas que todo fue un sueño, y te sientes extrañada; no sabes por qué exactamente te sientes tan cansada, no sabes exactamente que es lo que está ocurriendo en tu vida, y los recuerdos de los días anteriores llegaban a tu cabeza como flashes que confundes por sueños.
Y entonces tu corazón se rompe cuando descubres que fue real.

Salí de la habitación casi arrastrando los pies. Mi abuela estaba en casa de mis tíos, mientras que Ronny, Omar y mi tío Edmin nos quedabamos en la casa de mis abuelos, simplemente para prepararnos para el funeral.
Mi primo y mi hermana se encontraban sentados en la sala, en silencio. Lo único que se podía distinguir eran sus sollozos siguilosos: Ronny mantenía el rostro oculto entre las piernas, sosteniendose el pelo con las manos en el nacimiento de su cabellera desde la frente, y Omar se mantenía con la vista perdida en la mesa de centro, con sus ojos rojos e inchados, y sus labios carnosos —iguales a los de mi tía Dinn– mordisqueados. 
Me detuve en el umbral de la sala, sin captar ninguna atención. Los dos vestidos formalmente de negro, daban la resolución de un muy mal cuadro familiar. 
La casa de los Bartolinni se teñía de negro aquél día 21 de Enero, funeral del fundador de la familia, Ulises Bartolinni. 
— Ely.
Mi tío Edmin llegó por mi espalda; yo estaba tan absorbida por las voces de mi cabeza, que tuve una reacción tardada ante su llamada. Ronny y Omar giraron para mirarnos, así como yo para encontrarme con mi tío. Me miró, y abrió la boca para hablar, sin embargo, siendo el menor, su ingles era bastante malo, por lo que simplemente asentí ante lo que supuse que diría. 
— Es hora de irnos. 






...








Mis tíos se habían ocupado del funeral. Lo agradecí; por primera vez, yo no tuve que hacer absolutamente nada aparte de vestirme de negro y asistir al evento. Si quería mantenerme fuerte, tenía que estar fuera del recuerdo de donde estaba; no quería romperme tan fácil otra vez, no quería seguir llorando, por lo que me encontraba en un constante estado de negación. 
Viajamos en silencio. Mi tío conducía, y Ronny estaba enfrente con él. Atrás, Omar y yo compartíamos una atmosfera de tristeza y melancolía: ninguno hablaba, y a penas se escuchaban nuestras respiraciones.
Por un instante, pensé que había parado de recibir oxígeno. 
Cuando estabamos a tan solo unas cuadras de la iglesia, comenzaron a aparecer gente de negro caminando por las aceras. Recargando mi frente en el vidrio trasero del auto, veía cob tristeza a las personas caminando hacia la misq en nombre de mi abuelo. Su noble corazón y su gran, gran sonrisa habían dejado una inborrable marca en muchos de los habitantes del pequeño pueblo que era Nove.

Llegamos al frente de la iglesia. Un mar de negro se adentraba por las grandes puertas dobles de madera abiertas, cuando se detenían a saludar y dar su pesame a mi abuela, a unos metros de la entrada. Un abrazo, unas breves palabras, y todos seguían su camino para sentarse en las bancas. 
Me encontraba mirando desde la ventana de la camioneta hacia donde todo estaba ocurriendo. La tristeza y melancolía volvían, y me nublaban la vista transformandose en suaves lágrimas que parecían ser parte ya de escencial de mis ojos. Mis párpados comenzaron a arder otra vez, efecto de toda el agua que se filtró hacia el exterior en ese tiempo, y cerré los ojos con fuerza, evitando que volvieran a lagrimear, antes de bajar de la camioneta. 








...









La iglesia se veía pacífica, casi sagrada.
Como si ninguno de nosotros tuviera el derecho de estar ahí. 
No alcancé a saludar a mi abuela o a mis tíos en la entrada; cuando crucé el umbral de la iglesia, ellos ya estaban caminando por el pasillo hacia el altar. Cuando mi vista estaba libre y despejada de gente que se acongregaba en el pasillo antes de sentarse en alguna banca, vi el ataúd negro, el símbolo de la perdida, del último respiro, y del último adiós. 
Mis sentidos estaban anonados, a ser sincera. Todo se sentía lejano, como si mi cuerpo fuera un receptor, pero estuviera rodeado de capas y capas de ondas invisibles que no permitían que ni los sonidos, ni el tacto se sintiera, y si lo hacía, parecía un sonido lejano, o una caricia del pasado que me apetecía recordar. 
No supe cuanto tiempo había estado ahí, parada, pero cuando giré, cuando me percaté de que una mano estaba firmemente posada sobre mi brazo, vi a Justin. Vestía totalmente de negro, y su cabello estaba despeinado. Se notaba que había soltado lágrimas, pero al fin, ¿quién no lo había hecho? 
— ¿Estás bien? 
— Si.
Me miró con desaprobación. 
— Yo se que no —dijo en medio de un suspiro de exasperación. 
Noté movimientos con mi vista de soslayo, y noté que Nicholas y Jenelle se encontraban ahí. Él vestía prácticamente lo mismo que Justin, y Jenelle llevaba un sencillo vestido negro a la rodilla, zapatos negros cerrados, y el cabello elevado en un chongo en su cabeza. 
Ni siquiera me había dado cuenta, pero de un instante a otro Nicholas me abrazaba. Su abrazo era fuerte y firme, de esos que te pueden sacar el aire. No me había dado cuenta de lo grande que era la espalda de Nicholas, o lo fuertes que debían de ser sus brazos. 
— Mi pésame, Ely. 
Asentí. ¿Cómo se suponía que contaría a cosas así? Un "gracias" sería como "gracias por sentirlo, gracias por que te duele". Eso no era mi estilo. 
Me solto, e inmediatamete Jenelle se acercó con un abrazo más cálido y dulce. Por alguna razón sentí la tentasión de llorar en ese mismo instante, pero me tuve que retener. 
— Se que no nos conocemos muy bien, Ely —comenzó Jenelle aún abrazándome—, y se que quizás sientes que no tengo derecho a decirte nada, ya que no lo conocí. Pero en verdad, siento mucho la perdida; Justin me ha contado tantas cosas de él y de toda la familia, que ya hasta siento que lo conozco. 
El nudo en la garganta que había tenido desde el día anterior apretó un poco ante sus palabras. Le regalé una sonrisa de agradecimiento cuando se separó de mi. Con una mano en su espalda, Nicholas guió a su hermana por todo el pasillo, hasta una banca. 
Quedábamos Justin y yo. 
No pude evitarlo, y lo miré. Me sentía estúpida, ¿cómo podía estar pensando en querer besarle, si estaba en un funeral? Se suponía que debía de estar tan triste que hasta Justin me parecería algo doloroso. Pero, al contrario —como siempre, él es la excepción de todo—, sentía cierto imán, algo que me daba paz, que me tranquilizaba. Una escencia en la persona de Justin que me recordaba a la de mi abuelo. 
Justin me abrazó. Y no fue un abrazo firme como el de Nicholas, o tierno como el de Jenelle; fue un abrazo electrizante. Sentía en mi interior como todo vibraba y se movía ante el efect de sus brazos alrededor de mi cuerpo.
Me sentía en mi hogar. 
— Te quiero, Ely —susurró a mi oído, y yo cerré los ojos—. No te cierres ante mi esta vez; quiero ayudarte.
No dije nada ante eso, y me dediqué a estudiar sus brazos alrededor de mi cuerpo, cómo me sentía, cómo me hacía reaccionar.
Para aquél momento, hubiera querido quedarme dentro de los brazos de Justin hasta la hora de dormir —aunque admito que también pensé en quedarnos así aún después de eso—, pero yo era la fuerte de mi familia, la que podía dar abrazos firmes; mi hermana, mis primos me necesitaban. 
— Gracias —susurré finalizando con nuestra conversación, y por ende, con nuestro abrazo. 
El flujo de gente que entraba a la iglesia ya era mínima. Las bancas estaban llenas casi a la totalidad, y todos estaban listos para empezar con la misa en honor a mi abuelo. 
Justin me sostuvo de los brazos, pero fue solo una ligera caricia. La gran abofetada llegó cuando me atreví a mirar por sobre su hombro: la mujer de cabello rubio natural, con grandes ojos verdes y labios delgados, con una fina nariz respingada —que me recordaba a la de Ronny—, y con unos pómulos marcados —que mi prima Pauly había heredado gracias a la mágia de la genética— estaba de pie, frente a la luminosidad que venía del exterior. Me miró, y a mi el corazón se me estrujó.
— ¿Mamá? 








...









Mi abuela recibió a mi madre, su hija, con un fuerte abrazo y un beso. Sentí muchas cosas a la vez; no se me había cruzado por la cabeza que mi madre podría aparecerse por ahí durante el funeral, aunque una vez que lo analizaba resultaba obvio; era su padre, y lógicamente tenía el mismo derecho que cualquiera de sus hermanos, sobrinos o hasta hijas de ir a su funeral.
Justin me sostenía de los codos, lo suficientemente fuerte como para que no me cayera. Después, en un estado de anonación, sentí otro par de brazos sostenerme con fuerza por los brazos, invitandome a caminar. Mi primo Omar ahora era el que me sostenía cuando ibamos directo a sentarnos, junto a los otros pares de primos, en una banca exclusivamente —al parecer, claro—, te los nietos te Ulises. Entonces, la misa empezó.

Conforme las palabras de vuelo que le padre decía transcurría, yo me iba asentando cada vez más en tierra. Las lágrimas eran algo que no podía evitar, aunque me comía las que más podía. 
Estaba sentada en medio de Leo y Omar, casi a la orilla de la banca, donde mi primo mayor estaba sentado para mantener orden. Omar y yo eramos parecidos en ciertos aspectos de aquel tipo; nos gustaba mantener todo en ordenado y todo en control, y cuando no era así a veces nos poníamos un poco tensos. 
Estuve oficialmente consiente de lo que hacía, cuando nos pidieron que nos levantáramos, nos tomáramos de las manos, y dijéramos una oración en nuestras mentes, pensando en mi abuelo. 
La iglesia acalló. Todos mantenían los ojos cerrados, tomados de las manos, todos con un solo pensamiento en la mente que acaparaba a todos y cada uno de los presentes. Miré por sobre mi hombro en un momento relámpago, y me sentí con la libertad de observar el lugar, como si el tiempo se hubiera detenido y pudiera tener la oportunidad de hacer lo que no había hecho.
La iglesia estaba tapizada de retratos de Dios, con ángeles pintados en las paredes, todo a colores pastel de todos más dulces de lo normal, claros y luminosos. Había toda una hilera de flojeras de ambos costados, grandes coronas de arreglos que la gente había mandado para mostrar sus condolencias. 
Entonces, mis ojos pasaron por Justin.
Y ahí, en la soledad de mis pensamientos, sosteniendo las manos de mis primos, cuando todos estaban inmersos en su mismo pensamiento, me di cuenta de que lo amaba. Amaba y necesitaba a Justin, ¿para qué engañarme?
Sacudí la cabeza, y bajé el rostro con vista a mis pies. 
No supe que pensar. ¿Cómo era que podía rezarle a mi abuelo? Casi me pareció masoquista la idea de hablarle, si ya no estaba. Pero solo pude pensar en un par de palabras: <<No te descepcionaré, abuelo>> dije cerrando los ojos con fuerza. <<Estarás orgulloso de mi>>. 
Segundos después, la voz del padre nos sacó a todos del trance en el que nos habíamos visto sumergidos, y al misa continuó.
Tener el ataúd enfrente, era como tener el cuchillo sobre tu muñeca; cada vez que lo veía, el cuchillo se encajaba más y me lastimaba, me saca más sangre, generando más dolor. Entre lo que escuchaba y lo que no, todo el evento se me pasó con una rapidez —y al mismo tiempo, pesadez— que no me imaginaba. Volví a estar consciente de lo que hacía sin que mis pensamientos me absorbieran, cuando me di cuenta de que mi abuela estaba caminando hacia el podium, al lado de mi tío Lorenzo, quien le ayudaba a subir las pocas escaleras. Ni una sola respiración se escuchaba; todos observaban a la viuda del gran hombre que ahora estaba en camino para descansar en paz. 
Mi abuela vestía todo de negro, con un chal que le tapaba los brazos, y llevaba un sombrero negro que había dejado antes de levantarse. Se veía hermosa, aunque pálida, y sus ojos hinchados. Parecía una niña pequeña que había llorado toda la noche ante la perdida de su muñeca favorita. 
— Buenos días —saludó a los presentes, con una sonrisa que no le cabía en el rostro. Al verla siendo tan fuerte, me di cuenta de lo débil que era: ella no esperaba a que todos pensaran que estaba siendo fuerte, ella solamente lo era; ella sonreía, y la sonrisa mostraba una fortaleza que muy pocos eran capaces de poseér. Yo en cambio, sentía como si una sonrisa mostrara vulnerabilidad, algo que se puede romper con facilidad, y era por eso que no estaba acostumbrada a hacerlo con frecuencia. Por un instante, me sentí desepcionada de mi misma—. Se que estas no son mis circunstancias favoritas para esto, pero me alegra verlos a todos reunidos —tomó un respiro largo, y miró hacia el suelo antes de continuar. Le dolía, era claro, pero siento tan sabia como solo ella sabía hacerlo, sabía con certeza que la partida de mi abuelo la estaba tomado de una manera filosófica y buena, dentro de lo que cabía. 
Cuando mi abuela elevó la vista, noté como sus ojos brillaban; no supe explicar exactamente que era, pero parecía...iluminada. 
— La vida de Ulises nunca fue fácil. Tenía 16 o quizás 17 años cuando lo conocí; yo fui testigo de sus momentos más vulnerables, los más felices, y los más plenos. Pero si tuviera que describir la vida de Ulises en una palabra, yo la llamaría "Amor". Si una enseñanza me dejó Ulises, fue que ante todos los momentos, si había amor en ellos, todo iba a salir bien. No tengo...—se detuvo. Miró hacia el techo, y noté como sus ojos se volvían cada vez más cristalinos. Mi corazón se detuvo un momento, invadido por la necesidad de subir y abrazarla, y llorar a su lado—. No tengo palabras para explicar la tristeza que siento en éste momento, la necesidad de tenerlo cerca una vez más, de poder despedirme como debía. Pero, cuanto más lo pienso, me pregunto, ¿cómo es el modo correcto de despedirte del amor de tu vida? —sonrió, con más tristeza que felicidad, para después añadir— ¿Cómo es que le dices adiós a una persona que solo sabía decirte hola, por que jamás se fue de tu lado? —una lágrima perdida cruzó su rostro. Para cuando me di cuenta, a Omar mismo se le salían las lágrimas—. Pasé más años de mi vida a su lado, que los que he pasado separado. El siempre me dio amor, a mi, a sus hijos, y a prácticamente cualquier persona que él considerara. Amaba su trabajo, amaba a las personas que estaban a su alrededor... y amaba su vida. 
>>Ulises siempre decía que, para amar, no era necesario que alguien te gustara; podías amar el trabajo, aunque en realidad lo odiaras, aunque no te gustara el lugar. Podías amar a las personas, aunque no confiaras en ellas y aunque no fueran de tu más grande agrado; todo era cuestión de perspectiva y, a su modo de ver las cosas, cada cosa u persona se merecía amor, por que todos tenemos un alma dentro que necesita de buenos pensamientos para poder sobrevivir. El amor lo cura todo, y es la fuerza más grande del mundo. 
>>Se que lo amaré hasta el último día en que mis pies pisen tierra, y hasta el último respiro. Se también que, aunque no lo pueda ver, el está sonriéndonos a todos y cada uno de nosotros aquí. El corazón de Ulises era el más grande, el más noble, el más bueno. El fue mi maestro, mi guía, el amor de mi vida. Me enseñó lo que era sonreír sin razón, y a amarme a mi misma, cuando era joven e insegura; me enseñó a ser fuerte cuando llegamos a la adultez, y me enseñó como seguir sonriendo como niños teniendo 60 años. Tenía el alma de un niño puro, uno que creía en los finales felices, y fuera de lo que el resto del mundo le decía, con todas las tragedias en el que el mundo se ha visto envuelto, el seguía pensando que la felicidad plena existía. Yo lo comprobé; mi vida a su lado fue un cuento de hadas.
Para aquel momento, toda la iglesia lloraba, y yo me tenía que incluir. El silencio muerto del lugar hacía solamente más emotivas las palabras de mi abuela; se notaba el amor, el cariño, y sabía que esas palabras las había desenterrado de su alma, con todo el dolor de su corazón, para poder enseñarnos algo a los presentes, a sus nietos, a sus hijos, y a cualquiera que fuera capas de escuchar lo que ella decía.
>> Solo me queda decir, que el amor verdadero existe. El amor puro, que no te pide nada más que una sonrisa propia; aquel donde la plenitud del otro es la tuya, y donde todo parece... color de rosa —rió con anhelo—. He estado enamorada de Ulises desde los diescisiete años, y lo estaré hasta el último día de mi vida, porque de algún modo se, que nuestro amor no es normal. Todo era demasiado perfecto, tan predilecto. Me gusta la idea de pensar que nuestro amor va más allá de lo que es esta vida, y que la próxima vida él me encontrará, a la joven edad de 17 años, y me enamorará otra vez. Y yo no podría esperar nada mejor, a pasar otra vida entera a su lado...ni una vida alcanzará jamás para decirle lo mucho que lo amo, lo mucho que lo admiro, y cuanto, cuanto lo necesito. Por eso amen, sientan, digan, y hagan todo lo que tengan que decir hoy por hoy. No esperen a mañana, por que el mañana puede bien no existir. Supuestamente hoy debería de estar en casa, alimentando a mi esposo, cuidando a mis nietos, y en lugar de eso estoy en una iglesia, vestida de negro, sin comer y con lágrimas hasta en la garganta. 
>>Le doy las gracias a Ulises por haber sido mi mejor amigo, mi centro, mi guiador. Por haberme hecho sonreír y reír durante más de 50 años; por hacerme sentir de 16 años y no de 76. Por sonreírme, aun y cuando estaba enojado, y por haberme aguantado tanto tiempo. Por haber sido el mejor padre para mis hijos, el mejor abuelo. Por haberme hecho ser la niña, mujer y adulta más feliz que ha pisado ésta tierra. Por despertarme todos los días con un beso, y por siempre, hasta el último día, haberme recordado cuanto me amaba.
>>Ninguna historia es perfecta, pero todas la son por el simple hecho de haber existido. Mi historia con Ulises va más allá de hoy; hoy no termina. No puedo esperar a que otra vez, todo vuelva a empezar. 







...







La iglesia se empezó a vaciar, y todos iban directamente hacia el cementerio, no muy lejos de ahí. 
Cuando la luz cegó mi vista, iba abrazada de Rony. Ella lloriqueaba sin consuelo, y yo continuaba entumida por el dolor de aquella perdida.
La sombra que las nubes nos daban llegó segundos después de aquella luminosidad, y de repente parecía que en cualquier momento la lluvia podría empezar a caer sobre nosotros. 
¿Por qué llovía en los funerales? me pregunté mirando hacia el cielo, ¿Era Dios llorando la perdida? ¿O llorando de felicidad por una adquicisión nueva en el cielo?
Ni siquiera vi en qué momento sucedió, pero mi madre estaba frente a Ronny y a mi. Mi hermana, manteniendo la vista al suelo, la vio gracias a los zapatos negros que se habían detenido frente a ella. 
Su rostro se veía cansado; los años parecían pesarle, y eso que no era alguien con mucha edad. Me imaginé entonces que debía de haber sido por su bendito esposo, y su querida hija; su relación me había dejado agotada a mi, y eso que yo solamente la escuchaba entre las paredes de mi habitación. 
Me detuve en seco, y frené a Ronny casi al instante. Sus ojos verdes estaban irritados, y se veían tan cristalinos, como si las lágrimas las estuviera aguantando desde hacía años. 
— Hola niñas —sonrió tímidamente, y yo solamente la miré con firmeza. Si existía alguien que no quería que me viera triste o desmoronada por su culpa, sin duda, era ella.
— ¿Qué haces aquí? —pregunté en seco. Su rostro se transformó lentamente en una incruzijada. 
— Yo la invité.
La vos de Ronny se notaba insegura y tambaleante. Cuando dijo aquellas palabras, y cuando me percaté de que de hecho habían salido de ella, la solté. ¡¿Que había hecho qué?!
— ¿Qué? —pregunté, casi sin aire — ¿Por qué?
— Ely, era su papá. Dios, no seas... 
— ¡¿No sea qué, Ronny?! —mis nervios comenzaban a acelerarse. ¿Por qué parecía no entender mi posición? ¡Pensé que estabamos del mismo lado en eso!— ¡Ella no quiso ser parte de nuestras vidas más tiempo! ¡No es nuestro problema!
— Elizabeth, por favor...
Miré a mi madre, quien parecía que sus ojos estaban a punto de estallar. ¿Por qué justo ahí? ¿Justo en el funeral de mi abuelo? 
— Tú preferiste a tu nueva familia. ¿Dónde están ahora? —echaba chispas. Las lágrimas ardían contra mis parpados, pero no las dejaba salir; no le iba a dar el lujo de mirarme así, tan rota, tan frágil—. ¿Por qué no están contigo, eh?
— No necesitas ser tan ruda, Ely —dijo Ronny, en un tono de reprimienda tan maternal. 
Cuando mis ojos se cruzaron hacia su rostro, me sentía... traicionada.
— A ti no te cambió por su familia, fue a mi. A ti no te dejó a la deriba, fue a mi. Creo que no tienes ni idea de lo que realmente pasa por mis pensamientos en éste instante, así que ¡No me vengas con que no tengo que ser tan ruda! ¡Ella se fue! 
Recibí silencio de su parte. 
No podía soportarlo; ver aquellas caras, en aquel lugar. Sentía una soga en el cuello invisible, que apretaba más y más conforme los segundos pasaban, y que me lastimaba, casi dejándome sin aire. Era demasiado; había sido fuerte, había aguantado frente a todos, pero estaba a punto de romperme en mil y un pedazos: Mi abuelo, Justin, mi madre, todo se juntaba en una sopa de dolor y tristeza que los recuerdos me traían de un instante a otro. 
Mi mamá estaba diciendo algo, pero en lugar de prestarle atención, simplemente caminé lejos de Ronny y ella. La gente del lugar ni siquiera me prestaba atención; todos estaban demasiado tristes como para pensar en otra cosa que no fuera mi abuelo, y por una parte los envidiaba un poco. 
Caminé todo derecho hasta la parte trasera de la iglesia. Habían grandes árboles frondosos que ondeaban conforme el viento se movía, y me senté recargada en el tronco de unos de ellos. 
Entonces, solo pensaba. Y me preguntaba que estaba haciendo. 
Todo aquel resentimiento, la desconfianza que tenía en la gente que me quería era tan grande, que dejaban de hacerlo. Mi madre... ella era un tema complicado. Nunca había mostrado más interes en mi que en su nuevo esposo, y eso, aunque no lo expresaba de forma oral, me dolía; mi propia madre prefería a un hombre, que a su hija. 
Recargué mi cabeza en el tronco rasposo del árbol, y cerré los ojos. No sabría cuánto tiempo pasaría; solamente quería perderme sin ser encontrada. Solamente quería...
— ¿Puedo sentarme aquí?
Pero como siempre, él me encontraría.
Y supe que lo haría, hasta cuando yo estuviera en el fin del mundo. 
Miré a Justin, elevando apenas los ojos. Mis manos me temblaban, y como siempre, me sentía débil a su lado.
No dije nada más antes de que él se sentara a mi lado, recargándose en el tronco del árbol. 
¿Cuánto había pasado? No mucho tiempo. Justin se acercó a mi, y me abrazó, sin decir una palabra, ni expresar algún sentimiento. Él sabía que yo sabía perfectamente que podía contar con él, hasta en aquel momento tan emotivo; sabía que la última cosa que yo quería en aquel instante, era hablar. Y por eso es que cuando sus brazos tocaron mis hombros, comprendí que Justin me conocía mejor de lo que yo misma lo hacía. 
Era casi como los consejos: me había tocado ver como una chica le aconsejaba algo a su hermana, o su madre, o su padre; la chica no lo tomaba bien, si no hasta que alguien externo venía y te decía lo mismo; lo ves desde otra perspectiva. Justin me veía desde una perspectiva muy diferente a como yo me veía a mi misma, y era por eso que me conocía tan bien; hasta mejor de lo que yo creía conocerme a mi misma. Quizás la perspectiva que él tenía de mi, era algo que yo no sabía que tenía: yo no entendía como era que Justin podía quererme, como era que le gustaba. Cuando sus brazos me rodearon, supe que era por algo que yo no veía, pero él si. 
Todo comenzó a cobrar sentido entonces. 
Me metí entre los brazos de Justin, arrimandome contra su pecho. El me sostuvo firmemente en sus brazos, mientras yo me acurrucaba, y las lágrimas comenzaban a salir.
— Siento que estoy haciendo todo mal —susurré, ahogandome cada vez más con el apretón de mi garganta—. Lo extrañaré el resto de mi vida. 
— Él está más cerca de lo que crees —me susurró al oído, antes de subir hasta mi frente y plantarme un dulce beso.
La vida, como todo, es impredecible: pensar en que hay miles de maneras posibles de morir en cada instante, puede resultar perturvador: un día cualquiera puedo contagiarme de alguna extraña enfermedad, y morir tres días después; me puede picar un animal venenoso, puedo morir atropellada, puede caerse el techo encima... tomando todo eso en cuenta, es un milagro estar viva. Y pensando en aquellas ideas, la teoría de la muerte parece tan planificada como la misma vida: nada que no tenga que pasar pasará, y si algo tiene que pasar, no importa lo más que lo evites, ocurrirá. 
Nunca fui una fiel creyente del destino, pero sin dudas hay momentos clave en nuestras vidas que se van formando conforme las direcciones que tomamos. 
El resto del día, Justin me sostenía en brazos. No me separé de él ni en un segundo; sus brazos resultaban una cuna perfecta. Mis tíos y primos nos miraron curiosos cuando llegamos con unos minutos de retraso al entierro, pero no hubo nada aparte de lágrimas y bonitas palabras. El padre no dijo nada que no hubieramos escuchado ya en la misa; rezos, oraciones y buenos deseos en su viaje.
Mientras tanto, yo me aferraba a la mano del chico que me traía loca hasta en los sueños.
Todos estaban al rededor de la tumba, viendo como el ataúd bajaba. Las lágrimas salieron de mis ojos, y Justin me abrazó con más fuerza; sabía exactamente lo que necesitaba, y cuándo lo necesitaba. Me aferré a él, siento mi única guía, y mientras veía como bajaba el ataúd entre la tierra, me di cuenta de lo que mi abuelo quería para mi. Llegó tan rápido como un flash, pero tan claro como una foto a color: él solo quería que fuera feliz. Y de algún modo, sabía exactamente los factores que complementaban mi felicidad personal... la cosa es que tal vez era demasiado cobardes como para tomarlas. 




Una escritora sin amor.Where stories live. Discover now