El sol brillante no siempre trae buenas noticias

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El Sábado 20 de Enero llegó de una manera tan sigilosa y predecible como cualquier otro día marcado en el calendario. Ese día el sol brillaba de una manera de la que no lo había hecho en un largo tiempo, y el ambiente tenía cierta inclinación alegre; tal vez era que el mismo sol comenzaba a alegrar todos los alrededores. El mar desde las costas de formaciones rocosas se veía tranquilo, pacífico, casi rítmico, y las plantas empezaban a levantar sus tallos para saludar a la gran estrella naranja por primera vez en la mayor parte del invierno. 

Me levanté con una energía extraña, con mucho positivismo, y por alguna razón, con una sonrisa en la cara. No tenía muchas cosas por las que sonreír, ciertamente, pero ese día me sentía tan ligera que las razones pasaban a segundo plano. Era como una pluma que volaba con el viento sin ver la caída. 

Me vestí con rapidez, eligiendo una camiseta de manga al codo color blanca, y unos pantalones entubados, así como unos botines grises. 

Cuando salí de mi habitación, observé como el sol también parecía hacer efecto dentro de las paredes de la casa; los rayos se colaban de entre las ventanas y los ventanales de la cocina, y veía como todo parecía más energético. 

Ronny salía de la cocina, de donde provenían las voces de mis abuelos, quienes comentaban ciertas cosas en su natal italiano. Ronny me vislumbró de soslayo, y me sonrió adentrándose al pasillo. 

— Buenos días, dormilona. ¿Vienes conmigo al mercado? —preguntó sonriente. Yo chasqueé la lengua, y puse especial atención a lo que mis oídos captaban, que era la conversación de mis abuelos. Me emocionaba la idea de que prácticamente había entendido toda la conversación, por lo que sin duda mi italiano debería de haber estado mejorando. Tanto tiempo en Italia tenía que tener un privilegio aparte de la belleza o la familia, ¿cierto?

Antes de que pudiera responder, mi abuela salió de la cocina, caminando hacia las escaleras y se topó con nosotras. Me regaló una sonrisa.

— Buenos días, Ely —dijo ya en mi anglosajón inglés—. El desayuno está servido ya. 

Con una sonrisa que enmarcaba sus arrugas, mi abuela pasó de nosotras continuando con su camino. Volteé a ver a Ronny, quien comprendió inmediatamente lo que pensaba, y en lugar de volver a insistir caminó directo hacia la puerta de entrada.

Caminé hacia la cocina. Todo estaba limpio y ordenado como de costumbre, y mi abuelo leía su periódico con una taza de café junto a el. No apartó sus ojos de su noticia ni siquiera cuando me senté a su lado.

— Buenos días —saludé tomando un panecillo de la cesta. Mi abuelo carrascapeó su garganta, y segundos después dobló el periódico para cerrarlo, y acto seguido lo dejó a un lado de la mesa.

La mirada de mi abuelo parecía con una chispa de intuición, y otro poco de esperanza. No comí, ni mastiqué nada; su mirada me atrapaba, y el único movimiento que me tenía permitido era mirarlo también. 

— ¿Sucede algo? —le pregunté con una media sonrisa en el rostro. El me sonrió de oreja a oreja, antes de palmear su mano contra la mía. 

— Nada. Solo que me recuerdas mucho a tu madre, y a tu abuela, Elizabeth —las palabras las decía de manera pausada y calmada, como si quisiera exprimirlas y disfrutar su significado. Aparté la mirada, y observé la losa de la mesa de mármol —. Que nadie, jamás te haga creer que no eres hermosa, mucho menos que no eres merecedora de algo, principessa —por alguna razón, sentí un pequeño pinchazo en mis ojos. No... no quería ponerme a llorar en ese momento—. El valor de tu corazón es preciado, y no quisiera saber que se lo dejas a cualquiera. El hombre que te merezca debería de ser capas de mover cielo y tierra si es necesario. Por ti. 

Una escritora sin amor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora