Capítuulo # 14 - La verdad siempre sale a la luz ¡lástima!

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—No entiendo por qué ha tenido que escaparse —habló Elizabeth la madre de Aquata sumida en frustración y desespero—. Le iba tan bien en la escuela, todo estaba saliendo perfecto.

—No es tu culpa —dijo una segunda voz—. Sabes que no siempre podías estar al tanto de ella.

—Pero ¡no tiene sentido! —insistió Elizabeth —. Hoy he llamado a la escuela y no hay rastros de ella ni nada. Y no creo que tenga nada que ver con los casos de los chicos desaparecidos, ella no es ese tipo de chica. Estaba enfadada conmigo por haber pensado que su padre había vuelto y llevarse la desdichada sorpresa de que era otro hombre.

Elizabeth había llevado a la casa a su jefe de trabajo solamente para recibir una promoción el cual el le había prometido si le regalaba una noche y dos citas.

—Tiene diecisiete años Elizabeth, sabes lo que pasa a esa edad.

—Mi hija no tiene nada que ver con eso, que te quede claro, no vuelvas a mencionar tal cosa.

—Los adolescentes son impredecibles, quien sabe.

—No lo es, no puede serlo. He ido a la policía ¿sabes? —la segunda persona en el cuarto soltó un grito de desaprobación.

—¿Qué han dicho?

—La están buscando —dijo Elizabeth—. No la tienen como prioridad a ella, pero con todo lo que ha estado sucediendo con los chicos desaparecidos ellos intentarán hacer lo que sea.

—Sabes donde está, Elizabeth, solo tienes que admitirlo, ella fue nacida para eso.

La alta y rubia señora soltó un suspiro de sufrimiento y se dejó caer sobre el asiento.

***

—¡Mamá! —La puerta trasera se abrió y una silueta entró en puntillas a la casa seguida por otra silueta más grande.

—Creo que no hay nadie en casa —susurró Aquata.

—Excelente —exclamó Andrés emocionado—. Muero del hambre.

—Deben haber langostas en la nevera, seguramente te disminuyan el hambre por un momento.

Andrés tiró de la puerta del refrigerador con fuerza y una lata de jugo concentrado cayó al suelo formando un estruendo mientras rodaba por el piso.

—¡Mierda!

—¡¿Anabelle?! ¿Eres tú?

—Mierda, es mi madre —susurró Aquata halando a Andrés del brazo ocultándose ambos tras las gruesas cortinas del ventanal de la sala—. No puede vernos, recuerda que tu estás desaparecido, posiblemente muerto.

—¿Anabelle? ¿Sabes? Puedo escucharte susurrarle algo a alguien.

Aquata sabía que su madre se enfadaría con ella, que le gritaría y eso le daba un poco de miedo. Pero de pronto pareció no darle mucha importancia. No había tenido a quien hablarle ni a quién contarle sus cosas, y aunque su mamá no siempre hubiera estado allí de la forma que ella deseaba, la había echado de menos.

—¡Mamá! —susurró Aquata saliendo de detrás de la cortina.

Elizabeth se encontraba parada en medio de la sala, todavía con su atuendo de trabajo, acompañado de altos tacones de Tiffanys, y el cabello recogido en una larga trenza. Siempre lo llevaba de esa forma, siempre muy largo, rubio y lleno de vida. Cuando vio a Aquata abrió los ojos de par en par y se le cayó la mandíbula.

Ella le echó los brazos al cuello y Elizabeth la abrazó besando ligeramente su frente. Le tocó la cara y luego los brazos grandes y fortalecidos. Sus ojos estaban ligeramente llenos de lágrimas.

Aquarius - Una saga de sirenasOnde histórias criam vida. Descubra agora