✿ Epílogo

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—¡Cállate, que duele! —ordenó Oceanía mientra le halaba el pelo a Maxwell. Su cara parecía de niño pequeño listo para llorar. Hacía unas horas que había roto fuente pero aún no había dilatado completamente. Estaba acostada en un cama de el piso de maternidad. Las contracciones persistían, pero los médicos insistían en que aún no era el momento de ponerle la epidural.

—Falta todavía un poco —aseguró cuando había entrado. Había estado deciendole eso mucho, y ya ella no aguantaba.

—¡Me duele! —comenzó a gritar a toda voz asustando a las enfermeras quienes entraron de prisa—. ¡Haz algo que duele!

—¿Quieres que busque a tu madre? Está en la sala, ella puede ayudarte.

—¡No! Quiero que me saquen este crío del estómago.

—Aún no —habló ella pasándole la mano por la cabeza para tranquilizarla—. Las contracciones aún no son lo suficientes como ponerte la epidural.

—Cariño, vas a estar bien, yo sé que si. Ya pronto nacerá el niño, o la niña y nos vamos a casa —susurró Maxwell acariciándole el pelo.

—¡No me digas que me calme! No sabes lo que estoy sufriendo. Y te quedas ahí como si nada. Parado como un idiota. Si me amaras deberías ir a que me pongan la maldita inyección. ¡Muévete!

Se le quedó mirando un rato y luego se fue. Elizabeth ni Aquata habían entrado al cuarto. Oceanía había prohibido verla porque le daba bochorno.

—Hija, puede que sea fuerte pero no imposible. Yo tuve gemelas y fue muy difícil, pero luego lo que importa es el bienestar del niño.

—¡Yo no quiero ir a un hospital! —había gruñido mientras ambas tenían la conversación en el auto de camino al hospital.

—Tienes que ir, tu padre no quiere que usemos magia, ademas eres un tanto joven y las aguas están muy contaminadas estos días. Yo dí a luz en un hospital y no pasó nada.

—Pues prohíbo que vean al niño —aseguró.

La puerta del cuarto se abrió y entró el sonriente doctor. Sacó unos guantes de sus bolsillos y se los colocó. Abrió sus piernas y observó con detenimiento. Divertido ¿no?

—Ya estás lo suficientemente dilatada. —Le hizo unas señas a una enfermera la cual se colocó una máscara de papel sobre la boca—. Te pondremos la inyección y serás trasladada de inmediato a la sala de parto. ¿Llamo a alguien para que te acompañe? —Oceanía asintió frenéticamente. —Por fin —susurró—. Llama a Maxwell y a Aquata, es mi hermana.

Arrastraron la camilla fuera de la sala de maternidad en dirección al quirofano de parto. Sus manos comenzaron a sudar a causa del nerviosismo y sus piernas comenzaron a temblar.

—Siento —Oceanía susurró—. Si-siento una presión —y luego soltó un grito.

La enfermera la miró un poco extañada y levantó la sábana para mirar. Otras enfermeras se acercaron para mirar también. Oceanía se sonrojó un poco por tantas personas observando.

—¡Oh Dios! —gritó la enfermera—. ¡Doctor! —comenzó a correr en su dirección hacia el, el cual estaba al final del pasillo. Le susurró algo al oído y luego regresó a empujar la camilla.

—¿Qué está pasando? —preguntó Oceanía asustada—. ¡¿Qué ocurre? —la enfermera no le contestaba y comenzó a entrar en un estilo de ataque de histeria.

—¡Se te está saliendo el bebé! —gritó—. Tenemos que asistirte de inmediato —habló el doctor—. La presión que estás sintiendo en tu parte baja es la cabeza de la criatura. Intenta respirar hondo, no te asustes ya te atenderemos.

—¡El bebé! —sollozó—. ¿Está bien el bebé? Dime que está bien el bebé.

Los gritos de Oceanía empeoraron cuando la presión aumentó aún más.

—Dios duele mucho —gimió. Las lágrimas salían de sus ojos mientras el doctor se apresuraba a hacer su trabajo.

—¡Aquata! ¡Aquata! ¿Dónde estás? —preguntó en voz alta—. ¡Necesito a mi hermana!

—¡Estoy aquí! —dijo ella entrando a la sala vestida de una bata de papel verde como si fuera otro de los médicos. Parte de su nerviosismo se desvaneció al verla parada al lado de ella tomándola de la mano infundiéndole valor.

—¡Perdóname, Aquata! —gritó mientras pujaba fuertemente. Aquata se mantuvo en silencio—. ¡Perdóname, por favor! —diciendo eso soltó un grito lo suficientemente fuerte; y la criatura llegó al mundo en fuerte llanto.

—Es una niña señorita Oceanía —le dijo la enfermera dedicandole una sonrisa y luego desapareciendo de inmediato para revisarla.

Oceanía cerró los ojos para descansar. Sintió unos labios cálidos en su frente, y luego unas palabras que jamás pensó que escucharía en su vida:

—Te perdono.

Oceanía dejó caer las lágrimas por su rostro y lo levantó para encontrarse con la brillante sonrisa de Aquata y sus vidriosos ojos. Sus manos se posaron en sus mejillas y sus dedos pulgares los pasó debajo de sus ojos quitando las lágrimas.

—Te quiero tonta —susurró. Aquata se giró y tomó la pequeña en brazos.

—Aquí está tu hija —sonrió. Tenía los ojos cerrados y las pequeñas manitas en puños.

—¡Es adorable! La cosa más linda que he visto en mi vida.

Aquata le dedicó una sonrisa.

Llevaron la camilla a un cuarto en donde la familia estaba toda esperando. Andrés estaba parado en una esquina junto con Aquata, y Maxwell y Oceanía se tiraban fotos con la criatura.

—¿Cómo quieres que se llame? —preguntó Oceanía—. Y no me digas que no sabes, ella llevará el nombre que tu quieras.

—¿Y si escojo uno y no te gusta?

—No importa, quiero que seas tú quien le ponga el nombre.

—Amara, así quiero que se llame.

Dicho eso la puerta se abrió de par en par y Atlantis entró cargando un plato de langostas.

—¡Celebremos! Su madre y yo le tenemos una sorpresa.

—Oh, por favor no me digas que van a tener un hijo —gruñó Oceanía pasándole la bebé a Elizabeth, quien le cantaba una nana.

—¡Nos mudamos!

Aquata quien estaba muy entretenida jugando en su celular lo dejó caer.

—¡¿Qué?! —exclamó—. ¿Y Andrés? ¿Y Maxwell? ¿Y nuestras colas?

—Calma, calma. Vamos a California, su madre ya ha comprado casa, y estamos listos para comenzar una vida desde cero.

—¿Pero por qué? —preguntó Oceanía un poco triste.

—La familia Cooper era una familia muy respetada —explicó Elizabeth—. Luego de que ocurrieran las desapariciones todo salió a la luz.

—¿Has perdido el trabajo y no me has dicho? —se alteró Aquata caminando hacia ella.

—Calma, hubieron rumores. Después de todo no es normal que una señora respetada tenga una hija gemela con otro hombre, y que ese hombre aún sea su esposo, y que el que tenía no lo era. Que su hija está embarazada del hijo del Alcalde, y la otra está saliendo con el hijo de la dueña de el centro comercial. ¿Quién fue quien escogió las presas de Atlantis? ¿No podía ser alguien que no importara? ¿Un vagabundo? —Oceanía le dirigió una mirada de enojo.

—La cosa es que nos vamos a mudar —exclamó Atlantis—. Y los chicos vienen con nosotros.

—¿Cuando nos vamos?

—Las cosas ya están listas en los autos. Cuando le den de alta a Oceanía saldremos para allá.

Aquarius - Una saga de sirenasWhere stories live. Discover now