Capítulo 4

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Octubre 2013 — Íria

Desperté antes que el sol.

El regreso al pueblo me traía numerosas alegrías y grandes problemas con el sueño. No importaba cuánto cansaba mi cuerpo, mi mente rehusaba apagarse por la noche. Y esa noche en especial.

Como había tenido que rendirme en conseguir tener una conversación con Jared, una conversación en que vea y entienda lo que digo, había pedido cita a través de su secretaría, y estaba programada oficialmente para verlo esa misma mañana.

Quería empezar el proyecto cuanto antes y tener algo para hacer. El sedentarismo jamás me había convencido, pero ahora necesitaba ocupar mi mente más que nunca.

Me tomé una taza de café y entré en el cuarto que había sido de mis padres. Estaba vacío, aparte del escritorio que había comandado y una planta que lo salvaba de verse deprimente. El resto del equipo estaba de camino y esperaba tenerlo dentro de unos días.

Rehusé ver la habitación cómo estaba antes, con la cama, el espejo de mi madre y las cortinas pesadas en la mayoría del tiempo corridas. Y traté de no recordar los gritos, pero me retumbaron en los oídos sin querer.

Decidí que usaría parte de mi tiempo en pintar la estancia en un color alegre, con la esperanza de que fuera a darle una nueva apariencia y borrar cualquier rastro del pasado.

Al salir cerré despacio la puerta y sentí el humo de cigarro enseguida. Me llevé por el olor y encontré a mi abuela en la cocina.

—¿Qué haces despierta tan temprano? —me preguntó.

Me serví otra taza de café y me senté, acompañándola. Me alegraba tenerla cerca, sentía que nos curábamos las heridas la una a la otra. Dios sabía qué había aguantado su corazón en aquellos tiempos.

—Tengo una cita con Jared —le dije y vi estrellitas en sus ojos a través de los nubarrones de humo—. Abu, no te ilusiones. Es una cita de trabajo. Voy a ayudarlo a promocionar el hotel. Nada más. ¿Entendido?

—Soy vieja pero no sorda —me espetó, evaluándome con la mirada—. Pues, ¿qué estás esperando? Vete a arreglarte. Tienes bolsas bajo los ojos. Te prepararé unas bolsitas de manzanillas para que te lo pongas y en cinco minutos estarás como nueva.

Suspiré, vencida. Si abuela decía que debería ponerme manzanilla, era lo que iba a hacer. No había escapatoria.

Una hora más tarde le sonreí al espejo de cuerpo entero colocado en el pasillo. Estaba complacida con el traje formal pero femenino, y la camisa de seda hacía juego con mis ojos que se habían recuperado después del tratamiento impuesto por mi abuela. Me había recogido el pelo en un moño severo y había optado por unos botines de tacón alto para mantener la ilusión de poder.

Había tenido tiempo de prepararme, no obstante, me alegré cuando llegué y me avisaron que Jared tardaba. Estudié su oficina, buscando detalles sobre los cambios en su personalidad. El mobiliario era pesado, pero elegante, de líneas rectas y en color oscuro. El ordenador del escritorio no estaba encendido, no pude husmear, y todas las carpetas estaban perfectamente ordenadas. Mis tacones se hundían en la alfombra gruesa, dibujada con colores vivos que alegraban el cuarto. Igual que las cortinas corridas de la ventana a la cual me dirigí para mirar el paisaje. El panorama daba al bosque y deseé abrir el cristal e inhalar esa fragancia especial que me recordaba a él.

Escuché el clic de la puerta al abrirse y me giré con la sonrisa preparada. La llevaba desde tanto tiempo que me daba miedo no poder borrarla después de acabar con la reunión.

—Buenos días.

Jared no me contestó. Así que no eran buenos días para él, qué pena. Se sentó detrás del escritorio y yo di dos pasos, acercándome.

Sencillamente perfecto (SIN EDITAR) - TERMINADAWhere stories live. Discover now