Capítulo 8

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Julio 2000 — Jared

       

—Hombre, la fiesta es de diez.

Estudié con los ojos entrecerrados al pringado que intentaba atraer mi atención.

—Ya lo sé —dije, esperando que entendiese y no me forzara a ser brusco. No lo entendió; se quedó mirándome como si esperara felicitaciones por haber conseguido componer una frase—. Las bebidas están en la parte de atrás de la cocina —añadí, señalándole la trayectoria con la cabeza.

Respiré aliviado cuando lo vi girándose.

—Tienes suerte que no existe un examen de conducta humana —comentó Cedric a mi lado.

Me crucé de brazos, pero no lo miré.

—¿Qué quieres insinuar?

—Tío, un psicólogo tendría un orgasmo instantáneo si te conociera. Más trastornado y antisocial que tú es imposible encontrar.

—Estás pasándote —le advertí.

—Tú también —me replicó en el mismo tono seco de voz.

Me giré hacia él y abrí los brazos a la vez que hablaba.

—¿Qué diablos quieres? Les ofrezco mi casa, les doy bebida y comida, ahora ¿debo besarles el culo?

Cedric chasqueó la lengua y encogió los hombros.

—Haz lo que te dé la gana. Pero explicame por qué sostenemos esta pared en nuestras espaldas desde media hora y no perdemos de vista la puerta de entrada.

—No sostenemos la pared y no miramos hacia la entrada. Yo no lo hago.

—¿Entonces podemos mover los pies y ejecutar las actividades indispensables en una fiesta? Ah, para que lo sepas: a Ivana le falta poco para desmayarse de tanto intentar contener la respiración, inflar el pecho y disminuir la barriga, y tú no la obsequiaste ni con una mirada.

—Ivana tiene un abdomen perfecto —concedí, echándole un vistazo rápido a la susodicha. Me sonrió y se lamió los labios. Ya. No interesado.

Cedric suspiró fuertemente.

—Veo desapareciendo mis esperanzas de tener acción esta noche.

—Te dije que ya no te quiero. ¿Por qué no puedes entenderlo?

—¡Ah! Mi corazón… me duele… mucho —Cedric puso cara de sufrimiento y se presionó el pecho.

—¡Idiota! —espeté, aunque era un actor extraordinario y me sacó una sonrisa.

—Necesito una buena ración de la tarta de chocolate de tu abuela. La escondí en el frigorífico del garaje —me dijo, guiñándome un ojo.

Empecé a caminar en cuanto acabó la frase y él se dio prisa en alcanzarme.

—Te das cuenta que somos patéticos, ¿verdad? —comentó ahora con la boca llena.

—Aja —repliqué del mismo modo.

—Allí dentro —dijo, agitando la cuchara en el aire—, hay docenas de chicas esperándonos. Se bañaron, se pusieron cremas perfumadas, se depilaron y se maquillaron, todo para ganar nuestra atención. ¿Y nosotros que hacemos? —se rió y metió un trozo más—, ¡comemos chocolate!

Sonreí, reconociéndole el punto.

—Nos faltan tres gatos y nos parecemos a la señora Balister.

—Yo tengo un perro. ¿Sirve? —inquirí.

Cedric estalló en carcajadas.

—No es más grande que un gato así que supongo que cuenta.

Sencillamente perfecto (SIN EDITAR) - TERMINADAWhere stories live. Discover now