Capítulo 11

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Octubre 2013 — Íria

Me froté la nuca y me levanté para mover mis músculos. Había despertado temprano y llevaba ya varias horas delante del ordenador. El trabajo avanzaba y estaba muy contenta con el resultado. Jared tendría un mapa publicitario de nota diez, mi renombre profesional quedaba en pie y luego… ¿qué? No podía ver tan lejos y cada día era uno de superación para mantener a raya mi intranquilidad.

Podría volver a la agencia y a mi trabajo habitual, pero no era lo que me apetecía. Llevaba demasiado tiempo de camino, muchos años sin un hogar verdadero, un sitio donde volver y decir: ésta es mi casa. Había visto la mitad del mundo con mis propios ojos y me quedaban algunos lugares por visitar, pero ya no eran una prioridad.

Llevaba demasiado tiempo huyendo. Desde el día en que había abandonado esta casa y este pueblo, no había parado. Tenía el trabajo que quería, el renombre que alimentaba mi orgullo y dinero para el resto de mi vida. Sin embargo, no pertenecía a una familia, tenía pocas personas para abrazar con placer y a nadie en el otro lado de la cama para darle los buenos días cuando abría los ojos por las mañanas.

Durante trece años había buscado un momento: el momento sencillamente perfecto. El instante en que parece que todos los elementos del cosmos se alinean para crear un completo. El segundo en que todos los átomos se unen, se enlazan y se equilibraban incondicional. Ese intervalo único en el tiempo y en el espacio cuando todo alrededor desaparece, cuando lo cotidiano se esfuma, cuando la ley de la gravedad no funciona. Cuando la mente y el cuerpo son uno y lo mismo y ambos entonan una nota pura y exclusiva.

Durante trece años había explorado todo los rincones del mundo para volver a sentir lo que había sentido una sola vez: la felicidad al lado de Jared. Y había fallado de forma evidente.

Por la ventana advertí que el día era soleado aunque supuse que el sol aparentemente brillante tenía dientes y que el cielo azulado engañaba; faltaba mucho para que llegaran los días de calor, por el contrario se acercaban los de invierno, hermosos en su frialdad. Ésa era una especie de tranquilidad antes de la tormenta. Precisamente la situación en la cual me encontraba yo misma.

Moví lentamente el tobillo y sentí al contado el punzante dolor. La inflamación había bajado y podía usarlo con cuidado. Habían pasado tres días desde el accidente, y tres días desde que no sabía nada de Jared. Pero eso no era nada nuevo; sospechaba que tenía grandes posibilidades de quedarme ochenta años a medio metro de él sin que se interesase por mí.

Escuché el timbre de la puerta de la entrada, pero sabía que mi abuela estaba en casa y que era probable que alguna amiga suya la visitara. Mis pocas visitas estaban anunciadas antes o gritadas en el caso de Liza.

Reflexioné si debería seguir con el trabajo o tomarme libre el resto del día. ¿Y hacer qué?, me pregunté antes de que unos golpecitos en la puerta me tomaran por sorpresa. La abrí, arriesgándome a perder mi mandíbula por el suelo.

Jared pasó por mi lado como alguien que necesitaba un escondite de emergencia.

—¿Te comenté alguna vez que hay momentos en que nuestras abuelas me aterrorizan? —dijo en vez de saludar.

Me reí, entendiendo de qué iba eso. Probablemente la abuela Candela le había hecho un chequeo total y había intentado meterse dónde no la llamaban.

—¿Te refieres a esas miradas espeluznantes que te hacen pensar que pueden leerte la mente?

—Síp.                                                                                

—No existen pruebas que sostengan la impresión —le dije, señalándole un sillón e invitándolo a sentarse—, pero también opino que sería mejor ponderar nuestros pensamientos en sus cercanías.  

Sencillamente perfecto (SIN EDITAR) - TERMINADAWhere stories live. Discover now