Ojos de soldado

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Esos ojos eran inolvidables...

Tenía sólo 13 años, pero sobre mis hombros descansaba las esperanzas y expectativas de mi pueblo de Kazajistán. No puedo describir el nivel de frustración que sentí al no poder mantener el ritmo de los otros patinadores rusos de mi división.

Con el sabor amargo de la derrota y el rechinar de mis dientes, acepté que me colocaran en la división de novatos.

Ahí te conocí por primera vez.

Bajito, de tan sólo diez años pero con unos ojos tan duros que lograron atravesar mi alma.

Sin importar el entrenamiento casi espartano, ni las interminables horas en la pista, siempre se mantenía firme sin quejarse. Estaba asombrado de tu perseverancia. Pude verme a mí mismo reflejado en esos ojos, y pensé que, de una forma u otra, aunque no intercambiáramos palabras, tu sola presencia y ese fuego en tus ojos eran suficientes para mí.

Al menos, eso es lo que pensaba en ese momento...

Los años pasaron, entrené y entrené; viajé alrededor del mundo y después de 5 largos años, pude calificar en la final del Grand Prix, pero todavía faltaba algo, había un vacío dentro mío que me hizo ser indiferente a todos, y enfocarme solo en el patinaje.

Y justo cuando me preguntaba la razón de tal cosa, te volví a ver.

En tu primer debut y siendo parte de los seis mejores patinadores de varías partes del mundo.

Aún con esa mirada dura en tus ojos. Deseaba tanto estar a tu lado que dolía.

Intenté acercarme a ti la noche que llegamos a Barcelona, pero me di cuenta de que estabas cansado y nervioso, así que me fui.

Claro que eso no significa que estuviera cediendo. Al contrario, sólo necesitaba el momento correcto. El cual se presentó al ayudarte a escapar de tus fans, me alegró que aceptaras escaparte conmigo.

Ahora, aquí estamos mirandonos en silencio. Tu mirada era dudosa, esperando en silencio. Te recuerdo nuestro primer encuentro, sin ofenderme de que no te acordaras de mí tan vívidamente como yo lo hago.

-Otabek, ¿Por qué me hablaste?, soy un rival, ¿no?

-Siempre he pensado que somos iguales, eso es todo.

No soy optimista, sé muy bien la rivalidad que suele existir entre la competencia y estaba preparado para ser rechazado, pero aún así tenía la pequeña esperanza que tu no fueras del todo así.

-¿Quieres ser mi amigo o no?

Parecía que esa pequeña parte de mí estaba en lo cierto, y cuando vi el brillo asombrado en tus ojos seguido por la aceptación, me sentí fuera de este mundo.

Nos dimos la mano, sellando nuestra amistad y fuimos a hacer turismo, hablamos algunas cosas de nuestras vidas y demás temas triviales, y terminamos el paseo cenando con los demás. Y puedo decir honestamente que fue uno de los mejores días de mi vida.

Hoy es el día…

Me prometí que iba a ganar el oro, aunque a pesar del resultado que llegue a obtener, tengo a esos hermosos ojos de soldado centrados en mí.

La mejor de las suertes a mi amigo, que el mejor patinador gane.

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