El príncipe y el hijo del criado

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—¡Alteza, preste atención! Es importante que termine esta lección. ¡Vamos! Tome el libro y lea en voz alta el párrafo que le señalé.

—Ya no quiero seguir...estoy fastidiado. —El niño se cruzó de brazos y le dio la espalda a su maestro para mirar por la ventana.

El anciano no quiso insistir más. El príncipe había estado muy distraído durante sus lecciones y obligarlo no era la forma de educarlo apropiadamente. Decidió entonces el mentor darle un descanso.

—¿Un poco de té y galletas? —preguntó la amable Eda, la nodriza del príncipe Alexander.

—Si, por favor. —respondió el anciano mentor mientras recibía su taza de té.

Alexander ni siquiera volteó, aun a pesar que le encantaban las galletas que solía prepararle la misma Eda. Al ver su peculiar actitud, el mentor se puso de pie y se dirigió en privado a la nodriza.

—¿Qué ha ocurrido con el niño? El príncipe luce muy decaído y distante.

—Ha estado así por varios días. Creo que se siente muy agotado de tantas obligaciones y presiones en las que últimamente se ha visto envuelto. El príncipe aún es muy pequeño para entender lo que sucede a su alrededor, pero escucha todos los rumores y las cosas que dicen sobre él. Es muy triste de verdad...—respondió muy apesadumbrada Eda que le había llegado a querer como si fuese su propio hijo.

—Quizás sólo necesita distraerse, salir a pasear o jugar. ¿No comparte con sus primos? Son de la misma edad...

—No, ni se les acerca. No se llevan nada bien. Al parecer los conflictos de sus padres han causado que los niños se distancien y haya recelo entre ellos.

—Mmmmm... El príncipe necesita distraerse, hacer las cosas que comúnmente hace un niño a su edad. Buscaré el modo de ayudarlo...

El anciano terminó su té y se retiró del aposento para idear algo que animase al deprimido príncipe. Pero fue justo en ese momento que algo atrajo su atención mientras miraba aburrido por la ventana: Alexander vio a otro niño como de su edad jugando solo por los jardines del palacio. Jamás le había visto antes y este parecía divertirse mucho mientras corría de un lado a otro.

—¡Eda! ¿Lo ves? ¿Lo ves?

Al escuchar los gritos del príncipe, la mujer se asomó por la ventana. Vio al niño rubio que jugaba muy entretenido entre los arbustos.

—Si, alteza, lo veo.

—¿Quién es? ¿Es hijo de un noble?

—No, no sé quién es, pero no creo que sea hijo de un noble. —La mujer lo decía por la forma en la que estaba vestido, ya que sus ropas se veían muy desaliñadas y viejas.

—¿Puedo ir a jugar con él? ¿Puedo...?

—Pero si su alteza ni sabe quién es...

—¡Es de mi edad y se divierte! Quizás quiera jugar conmigo también. ¿Me dejas ir? ¡Anda, Eda!

—Lo siento, alteza. Pero si la reina se entera, se molestará conmigo. Su mentor regresará pronto, es mejor que termine sus lecciones.

—¡Pero se irá! ¡Y yo quiero jugar! Ya no quiero seguir con las lecciones, me aburren...

El príncipe se cruzó de nuevo de brazos y miraba con mucha tristeza al pequeño rubio que seguía corriendo de un lado a otro en el jardín. A Eda le dolía en su corazón no poder complacerlo, pero su madre era muy estricta y ella sabía que jamás admitiría que el príncipe se relacionara con el hijo de algún criado del palacio.

"El Príncipe Bastardo"Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt