Capítulo 2

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Desperté.

Abrí los ojos, esperando estar en alguna habitación de hospital, pero lo único que vi fue el cielo gris.

Pude sentir el asfalto y me incorporé deprisa. Esperaba sentir dolor, pero no sucedió nada. Miré mis brazos, giré mi cabeza, pero nada me dolía y no tenía ninguna herida. Estaba tan confundido por lo que sucedía. ¿Acaso la ambulancia me había abandonado ahí?

Observé mi entorno: nada. Estaba solo. A excepción de las casas de color rojizo, las calles estaban vacías: no había ni un automóvil, ni una paloma, ni siquiera una basura. Me puse nervioso al instante, y pude sentir como si alguien estuviera vigilándome.

El lugar estaba muy tranquilo, no había ni un sólo ruido. Pero aquélla tranquilidad era terrorífica, una tranquilidad que me ponía realmente incómodo. Observé la primera casa, y sin dudarlo, me dirigí a ella. Al  entrar al pequeño jardín delantero, vi que estaba mal cuidado: el pasto estaba seco al igual que las flores en sus macetas, además, el frente de la casa se veía sucia y maltratada. Todo en ése lugar inspiraba tristeza.

  Atravesé el jardín hacia la casa. El porche era de madera y ahí estaba una pequeña mecedora desvencijada a un lado de la puerta, que tenía un felpudo enfrente, con un nombre que me dejó desconcertado.

—Carrington ―dije en voz alta y sorprendida: ése era mi apellido pero definitivamente no era nuestra casa.

Abrí la puerta con miedo. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué estaba mi nombre? Quería descubrir lo que estaba pasando, así que me decidí por entrar a la casa.

Por dentro también estaba solo: el recibidor tenía las paredes sucias, húmedas. Había un perchero tirado y varios portarretratos con fotografías en blanco. En cada pared había una puerta y me dirigí a la que estaba en la derecha.

Al cruzar el umbral, me encontré en una habitación que supuse que era la cocina. Era bastante normal a simple vista: una estufa, la nevera, la mesa, el horno… Pero me di cuenta que en la mesa había cartas. Eso me pareció inusual, ya que eran cinco  sobres que se extendían una encima de otra. Agarré los sobres y ninguna tenía información, a excepción de la última. Leí el nombre con voz temblorosa:

—Max.

Al instante me asusté, pero aun así abrí el sobre. Lo que había ahí me dejó aún más confundido:

"No me conoces pero yo a ti sí. Te hemos visto y sabemos que eres uno. Estás en el Sueño y pronto descubrirás quién eres en realidad”

Arrugué el papel y lo lancé a la basura. ¿Qué era eso? ¿Quién soy en realidad? Eso debía de ser una broma cruel. No decía quién lo había escrito, y la letra tampoco la reconocía (aunque nunca intenté reconocer letras). La carta decía que estaba en el “sueño”, así que al parecer estaba en un sueño.

Busqué entre los cajones de la cocina un tenedor. Si en verdad era un sueño, podía despertarme al herirme. Al menos eso me ha enseñado las películas.

Encontré uno en el cuarto cajón en el que busqué. Puse mi mano en la encimera y la miré. ¿De verdad tenía que hacerlo? Cerré los ojos  ya que me sería más fácil. En mi mente conté hasta tres, pero ni así logré hacerlo. Intenté distraerme con cualquier pensamiento estúpido, pero lo único que pasaba por mi cabeza era la extraña en la que estaba, así que, entre tanto pensar, me encajé los dientes en el reverso de mi mano de un segundo a otro.

Dolió. Grité y tiré el cubierto al suelo. Esperaba estar en un hospital al abrir los ojos, pero escuché el cubierto caer al suelo y me di cuenta que seguía donde mismo. Abrí los ojos y sentí sangre escurrir por mi mano. Haciéndote daño para nada, bien hecho Max. Busqué entre los cajones y encontré un trapo. Lo envolví alrededor de mi mano e hizo un nudo para mantenerlo; enseguida empezó a mancharse de rojo. Sea de quien sea esta casa ya perdió un trapo más.

La Espada de Oro (Elegidos #1) (EDITADA)Where stories live. Discover now