Capítulo 7

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Jared estaba en el segundo piso en uno de esos apartados en los que sólo hay una cortina para separar a los pacientes. Cuando llegué al hospital, la misma recepcionista me miró con un poco de odio, pero no me dijo nada hasta que le pregunté dónde estaba mi amigo.

Al llegar al segundo piso, busqué por todos los pasillos hasta que vi a Elizabeth dar vuelta en el mismo pasillo por el que iba. Al verme me dio un enorme abrazo y preguntó cómo estaba. Se preocupaba mucho por mí, era como una segunda mamá.

Ella me dirigió hacia Jared. Al entrar en su espacio personal intentó acomodarse pero fue imposible sin quejarse de dolor. Me disculpé mentalmente.

—¿Cómo estás?

—Mejor —respondió él, de nuevo quejándose.

—Tiene una pierna rota y uno de sus brazos está dislocado —informó su mamá—. Gracias a Dios no es nada peor. Tienes tanta suerte de que ese imbécil no haya decidido aplastarte por completo. —Colocó su mano en la pierna de su hijo y lo miró con ternura. Debía de estar tan enojada con el culpable. Ups.

—Hey, mamá. ¿Crees que vendan café aquí? ¿Podrías conseguirme uno? —Elizabeth asintió y salió de la cortina, y en cuanto la cerró, Jared me cuestionó—. ¿La policía te interrogó? ¿Qué diablos dijiste?

—Conté la versión del auto. Que vimos cómo salía de la florería de mamá. Intentamos llamar a la policía pero al parecer no lo hiciste, ¿por qué? —Lo miré algo confundido, pero pronto me respondió eso.

—No podía llamar, no tenía señal. —Mintió. O al menos yo lo sentí como una mentira. Sin embargo, no le di mucha importancia en ese momento—. ¿Qué más dijiste?

—Cambiamos de ruta para ir a la escuela. La camioneta volvió a aparecer y fue ahí cuando te arrollaron. Luego, chocó contra el otro hombre. Él estaba en shock y creía habernos visto dentro, conduciendo. Por tus heridas, necesitábamos llegar pronto al hospital, así que no llamé. En el camino dejamos las mochilas. No sabíamos nada de lo que había ocurrido en la plaza hasta que llegamos al hospital.

—¿Crees que me hagan preguntas? —me encogí de hombros pero estaba seguro de que lo harían. Sólo tenía que apegarse a esa historia. Y de alguna manera las cosas podrían salir bien.

—¿Con qué crees que se refieren cuando dicen "auto"? —pregunté, aunque era más dirigido hacia mí mismo que hacia Jared—. ¿Acaso no pueden ver una esfera flotante?

—Quizás el pobre hombre no vio bien. Y los demás le creen porque no tienen evidencia de si en verdad fue una camioneta —explicó mi amigo y le creí. Quizás si mostraba un poco de esa supuesta habilidad que tengo, quizás me creerían.

Pero era una muy mala idea. ¿Qué sucedería si le llegaba a decir a alguien más? ¿Qué pensarían mis papás? ¿La escuela entera? Podían tomarme como un loco; si con hacer una pregunta simple al profesor éste se molestó. No podía hacer nada más que hablarlo con Jared.

Justo cuando quise hablar con él, Elizabeth cruzó la cortina con dos vasos de café. Uno se lo dio a su hijo y el otro me lo dio a mí. No me gustaba mucho, pero quería tomar algo.

—¿Cuándo saldrán de aquí? —pregunté para que la situación no estuviera tan tensa. Me acomodé en una de las sillas que había ahí y tomé un trago de café. Sabía amargo.

—El doctor dijo que tendríamos que esperar unas cuántas horas. Hace poco le hicieron una radiografía. Lo más seguro es que al darnos los resultados salgamos de aquí. —Miró a su hijo y éste le sonrío tímidamente y ella le dio una sonrisa nostálgica. Estaban teniendo una conversación sin diálogo.

La Espada de Oro (Elegidos #1) (EDITADA)Where stories live. Discover now