Capítulo 6

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—No me vayas a matar, por favor —pidió Jared. Pero él estaba pesado y era inevitable hacer movimientos bruscos que lastimaran sus piernas. Así es, Jared no podía caminar bien y no había nadie más que pudiera llevarlo al hospital, por lo que me tocó a mí tener que cargar con ese peso. Le había pedido que no se recargara por completo en mí, sin embargo, eso es lo que estaba haciendo.

—Agh, esto duele como el infierno —se quejó. Yo iba a quejarme, pero supe que no debía hacerlo, él era el herido. Así que sólo me concentré en seguir caminando. Lo bueno es que el hospital estaba muy cerca.

—Doblemos a la izquierd... ¡ah! —También se había lastimado unas costillas. Y él no paraba de hablar. Además al quejarse, dejó caer más peso sobre mí, lo que terminó tirándonos y a él quejándose aún más.

—Deja de hablar, o te dolerá más. Y aunque te duela, no debes de quejarte. —El hospital estaba tan cerca, podía verlo desde donde estábamos. Un edificio blanco de cuatro pisos, demasiado simple y a la vez tan terrorífico.

—¡Ustedes! —Un hombre de la tercera edad salía de su casa y nos apuntaba a ambos—. ¡Ustedes dos fueron! ¡Destruyeron la fuente!

Volteé a ver a Jared y estaba seguro de que a él le pasaba lo mismo por la mente. Podía ser un anciano delirante que nos confundía con otras personas. Tomé el brazo de mi amigo y lo pasé por encima de mi cuello para volver a caminar.

—¿A dónde creen que van? ¡Llamaré a la policía! —Miré hacia atrás y el señor regresó a meterse a su casa, seguramente a tomar el teléfono. Demonios. Si nos veían a mitad de la calle, nos atraparían y quién sabe qué nos harían.

Jared estaba demasiado sucio. El sudor se había mezclado con toda la tierra que había volado por los aires y la mayoría de su cara estaba envuelta en tierra, además tenía un poco de sangre en la orilla de su cabello. Mi cara debía de estar igual. Esperaba que eso nos ayudara a que no nos identificaran. Aunque quizás toda la ciudad ya estaba al tanto.

Sin embargo, el hospital ya estaba aquí. Es decir, estábamos justo enfrente de él. Y verlo me provocaba malos recuerdos. La primera vez que estuve en un hospital por un accidente fue a los ocho años porque el pequeño Max había decidido bajar las escaleras de dos en dos. Terminé con un brazo dislocado y me tuvieron que colocar un cabestrillo. Y ni así aprendí la lección.

Cuando entramos al hospital, ya había gente en la recepción. En una esquina estaba la televisión y por supuesto que estaban pasando la noticia del automóvil. Un par de personas nos voltearon a ver, pero yo me desvié hacia la recepcionista, deseando que ninguno de los que estaba ahí nos viera, ni que la recepcionista supiera sobre nosotros.

—Necesita ayuda. Sus pies están rotos y creo que se lastimó unas costillas también.

La recepcionista tecleó un número en un teléfono y pidió por un doctor que viniera por él. Cruzó la puerta que la separaba de la recepción y tomó una silla de ruedas en el que ambos sentamos a Jared.

—En un momento llegará un doctor por usted. Si pudiera darme sus datos… —La mujer se detuvo y nos vio a ambos—. Ustedes no pueden estar aquí.
“Demonios” pensé. Lo había visto, por supuesto que sí. Si hubiésemos llegado más rápido…

—¡No espere! Nosotros no fuimos. También fuimos víctimas del psicópata ese. Íbamos de camino a la escuela cuando se apareció. Vimos como estrellaba al otro auto.

Estuvo a punto de sacarnos de ahí y de gritarnos quién sabe qué tantas cosas, cuando otra mujer llegó apurada.

—No podemos negarle el servicio. —La doctora tomó la silla de ruedas de Jared y nos miró a ambos, sin estar segura de lo que iba hacer. Pero de todos modos, le dirigió una última mirada y cruzó las puertas con Jared.

La Espada de Oro (Elegidos #1) (EDITADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora