Noche de Disco

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- ¿No vienes? ― me pregunta, Diana, desde la puerta del salón.

- No ― le contesto cabizbaja, mientras garabateo unos círculos en mi libreta. 

- ¡Oh vamos, Liz! ¿Cuándo te vas a dignar a decirnos por fin qué rayos te pasa? ¿Es por el imbécil ese? ¿Te hizo algo? ¿Se atrevió a meterse contigo otra vez? ― insiste, Adriana, por enésima vez.

- Ya te dije que no es nada ― vuelvo a mentirle. 

Sé que no me ha creído lo que acabo de decirle, que ninguna de las dos se ha tragado el cuento de que estoy más fresca que una lechuga, pero, prefiero pasar por mala amiga al no compartir mis desgracias con ellas a provocar su lastima, con la de Luifer tengo suficiente. Además, contarles lo sucedido implicaría confesarles lo que tanto deseo olvidar es este momento, que él me gusta, me gusta más de lo que yo misma puedo soportar. 

- Como quieras, cuando sientas que vas a explotar como una olla de presión ya sabes dónde buscarnos ― me escupe de vuelta, molesta.
¡YAAA, bájale dos a la intensidad, Adriana! ella nos contará cuando lo crea conveniente, deja de ser tan metiche ― la reprende, Diana, un poco exasperada por su  insistencia. 

Y, como es de esperarse, la regañada; a diferencia de mí que solo soy capaz dedicarle una apagada sonrisa de agradecimiento a mi defensora, le regresa a esta una mirada fulminante, pero, antes de que a través de su boca empiecen a salir sapos y culebras, aparece Leo en escena cual ángel salvador y se las lleva a la cafetería, dejándome sola en el aula de clases.  

- Te traeremos algo, Liz ― dice él antes de alejarse por el pasillo.  

Es verlos marcharse y comenzar la tortura en mi cabeza. Quiero que pare. Quiero poder apagar las imágenes en mi mente. Quiero no haberle hecho caso nunca a mi traicionero corazón, porque, a pesar de que ya han pasado dos laaaaargas y miserables semanas, el recuerdo de aquella fatídica tarde en la que, Luifer, estaba pegado como un colibrí  en la boca de la desteñida, y la susodicha a su vez, magreaba su cuerpo y saboreaba sus labios como si no hubiera mañana, eso me enloquecía, me quitaba el hambre en seco y me provocaba un dolor de cabeza de esos que son capaces de partirle la sesera a cualquiera.
Aunque, lo peor de mi tormento, no era el no poder dejar de  pensar en eso una y otra vez, el colmo de todos los colmos, era el hecho de no poder dejar de sentirme como una idiota de marca mayor por haber hecho el papelón de mi vida, porque si de algo estaba segura, era de que yo, significaba menos que un cero a la izquierda para ese chico.
¡Soy una estúpida!
Desde ese día, renuncie a toda posibilidad de encontrarme con él. En la Universidad, trataba por todos los medios de que no coincidiéramos en ninguna parte y de no ver ni de chiste hacia los lugares donde intuía podía estar, y fuera de esta, había incluso desistido de ir con mis amigos;  Leo, Diana y Adriana, a la «calle del hambre» a comer las ricas hamburguesas como todos los miércoles, ni los jueves al ciber de la pecera a chismorrear un rato con Ana y Carmen, y menos, a la panadería a complacer mi capricho de todos los viernes: torta de chocolate y leche. Me aislé de todo, tan solo éramos mi desilusión, mi vergüenza y yo de la residencia a la universidad, de la universidad a la residencia.
Era así de sencillo, tenía que olvidarlo, punto y fin. 
Ese mismo día, después de clases, de camino a la parada del transporte, para aliviar la silenciosa tensión que nos rodea durante el recorrido, Leo, nos sorprende a las chicas y a mí con una propuesta alocada. 

- ¿Por qué no nos vamos de juerga hoy? ― todas, incluyéndome, lo miramos perplejas, pero sin que le importara que lo viéramos como si estuviera loco, prosigue ― Antonio y Rafa van a ir esta noche a una discoteca nueva en el centro, aprovecharan que hoy es viernes de la “U”. 

- ¡¿Viernes de la “U”?! ― repetimos las tres a coro. 

- Viernes “Universitario” los estudiantes pagan la mitad de la entrada ― nos aclara, dejándonos patitiesas. 

IRREMEDIABLEMENTE ENAMORADOS (Del Odio Al Amor Solo Hay Un Paso) Where stories live. Discover now