El Secuestro

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¡Imbécil! ¡Eso es lo que es, un maldito imbécil!

Camino hacia el portón rojo que da a la salida, estoy que echo chispas de la indignación, necesito salir de allí o me dará un infarto.

- ¿Le llamo un taxi señorita? ― me ofrece, uno de los sujetos corpulentos que custodian la entrada cuando me ve llegar a esta.

Voy a decirle que sí, pero, justo en ese momento se estaciona un auto blanco frente a nosotros, con un letrero luminoso rojo de «taxi» en el parabrisas.
¡Por fin, un poco de suerte!

- ¡No, gracias! ― rechazo con cortesía y sonrío.

Espero a que se bajen un par de chicos del auto, y con mi mano, le hago seña al conductor; quien al verme, detiene su retroceso de inmediato y de igual forma, me subo en este deseosa por llegar rápido a la residencia, hundirme bajo las sábanas de mi cama y dormirme para no pensar en nada.
Demasiado exhausta, dejo caer mi espalda en el respaldo del asiento y, tras cerrar la puerta, le indico al chofer la dirección a la que voy y cierro los ojos. Quiero apagar mi mente al menos un rato, pero, para mi desgracia ocurre todo lo contrario, la vivida imagen de la peliteñida zarandeando sus caderas como una perra en celo sobre Luifer y las manos del psicópata ese masajeando las tetas de la zorra oxigenada, se instala en mi cabeza.
¡Arg!
Mis náuseas se duplican y un dolor infernal comienza a martillar en mi cabeza. Abro mis ojos y estos sueltan otros chorros de lágrimas. No puedo evitarlo, la indignación es más fuerte que mi voluntad en este momento, todo es más fuerte que yo en este momento.

- ¿Te sientes bien jovencita? ― me pregunta el hombre al volante; un señor bastante joven, de treinta y pocos le calculo.

Quien me mira llorar por el espejo retrovisor, y al ver que el nudo en mi garganta me impide contestarle, me ofrece.

- ¿Quieres una servilleta?

Cabeceo en asentimiento.
Necesito limpiarme el rostro, mi lagrimeo ha hecho que mi lápiz de ojos se chorreé y parezca la novia de Chuky, por lo que, tomo un clínex de la bolsa que el amable hombre me tiende y, rápidamente, quito el pegoste negro de mis mejillas.

- ¡Gracias! ― doy un soplo apenas audible.

- ¿Mejor?

«¡No, estoy que quiero matar gente!» deseo contestarle, pero en vez de dejar aflorar mi recién descubierto instinto homicida, aprieto mis dientes y contengo dentro de mí el veneno que me está quemando el alma.
Tras varios minutos, el ardor en mi garganta cede y le contesto con amabilidad.

- ¡Sí, muchas gracias de nuevo!

- ¿Se peleó con su novio? ― curiosea.

- ¡¿Qué es lo que ha dicho?! ¡¿Novio?!

Siento otro retorcijón en el estómago.
Quiero contestarle, «que ese no es su problema» pero, su gesto amable de hace unos segundos, me lo impide. «¡Cálmate pedazo de idiota! La única culpable de lo que está pasando eres tú, y nadie más que tú por engancharte de ese imbécil como una tonta» me reclamo, mientras seco de mis mejillas otros hilos de lágrimas.

- No ― sorbo mi nariz.

- ¿Con sus amigas? ― pregunta de nuevo.

Su insistencia, me irrita más pero mantengo el control.

- Sí ― le miento y aparto mi rostro después hacia la ventanilla y cierro mis ojos, para que de una buena vez entienda que quiero que me deje en paz.

Mi estrategia, al parecer, funciona.
Su voz, no se vuelve a escuchar y la ausencia de esta, me permite pensar en las chicas mientras la letra de «Mariposa traicionera, del grupo Mana» comienza a inundar el interior del auto. Tremenda rabia les he hecho pasar, le he estropeado a Adriana el momentazo con Antonio y a Diana, no solo le agüé la fiesta con Leo, sino que además, por mi culpa le va a tocar lidiar con el leonino carácter de nuestra amiga. Lo que me recuerda que, lo más probable sea que mañana ambas me fusilen a preguntas para las que ni yo misma tengo respuestas, y la primera iba a ser de seguro, ¿Estás o no liada con Luifer?
¡Ya quisiera yo saberlo!
De pronto, mi Sony Ericsson suena, sobresaltándome.

IRREMEDIABLEMENTE ENAMORADOS (Del Odio Al Amor Solo Hay Un Paso) Where stories live. Discover now