La Certeza

92 12 12
                                    


― ¡Mmm! ― me quejo.

Un doloroso latido en mi mano izquierda, me despierta.

Abro los ojos. No sé dónde estoy, todo lo que veo es un blanco inmaculado al final de mi ardorosa visión, encandilándome. Vuelvo a cerrarlos, toda aquella claridad los aturde y lastima como granos de arena. Intento moverme, pero antes de estirar si quiera un músculo de mi adolorido cuerpo, una voz me ordena con dulzura.

― No te muevas.

Siento otra punzada en el dorso de mi mano y dedos que la toman con extrema delicadeza, como si temieran romperla. Me entra un sofocón, sé de quién es la mano que envuelve la mía, reconozco la voz que con ternura, casi mimo, acarició mis tímpanos.

¡Luifer!

¡Es él! ¡Es él! ¡Es él!

¿Cómo es que...?

De golpe, comienzo a recordar lo ocurrido: miedo, oscuridad, mareos, los vidriosos ojos del taxista acechándome, yo presa dentro de mi cuerpo sin poder moverme, desesperación, la putrefacción de mi propio vómito y unas manos asfixiándome, pánico, dedos manoseando mi intimidad, no puedo respirar, deseo morir, mamá, tía...

¡No! ¡No! ¡No! ¡Basta! ¡Basta! ¡Basta!

El infierno se desata en mi cabeza y en consecuencia, todo mi cuerpo comienza a hacer cortocircuito y mis labios a titiritar como si estuviera en pleno ártico a 100 grados bajo cero.

― ¡Tranquilízate! ¡Tranquilízate! ¡Ya estás a salvo, niña! ― susurra calmosa su voz de nuevo, y yo, siento que el calor me invade otra vez conforme sus manos, alrededor de mis muñecas, tratan de controlar el temblor de las mías.

Inhalo, exhalo. Intento hacer lo que me pide, y para lograrlo, concentro toda mi atención en el agitado y profundo resoplido que brota de mis labios, hasta que este, se convierte en un suave jadeo, que pierde la poca serenidad conseguida al abrir mis ojos y encontrarme con los suyos, mirándome de una forma que... ¡Oh Dios! es tan... tan...

Su mirada, su rostro, su cercanía, todo él me trasmite una indescriptible sensación de paz y seguridad al instante e, incapaz de disimular el embobamiento que me provoca su sola existencia, contemplo la súplica silenciosa en sus penetrantes ojos y suspiro, nerviosa.

Sí, es él, y para rematar es y luce como mi ángel salvador. Me mira, lo miro. Los segundos pasan y ninguno de los dos dice nada. Yo, porque en realidad no sé qué rayos decir y él... bueno, él solo sigue mirándome como si tuviera en frente el enigma más grande de su vida, mientras sus manos continúan asidas a mis muñecas y el resuello de sus labios se hace más y más espeso.

Parece... parece... aliviado y ansioso al mismo tiempo.

¿Qué hago, Dios? ¿Qué hago? ¿Qué hago?

Y, sometida por la repentina parálisis, hago lo que cualquier tonta sentimental, igual a mí, haría en casos como este: comienzo a chillar como magdalena sin saber a ciencia cierta el por qué.

― ¡Elizabeth! ― susurra él al ver mi crítico estado y con delicadeza después, una de sus manos comienza a enjugar mis lágrimas con ternura.

Su toque me desarma.

No puedo hablar, ni pensar, ni nada, lo único que mi mente es capaz de procesar es el suave tacto de sus dedos sobre mi piel. ¡Oh Dios! Si esto es un sueño no quiero despertar. No quiero que esta versión de Luifer 2.0 desaparezca jamás. No quiero que su gemelo diabólico regrese nunca. Es como si de verdad, frente a mí tuviera a otra persona diferente al sociópata furibundo que tiene como pasatiempo favorito torturarme hasta la locura.

IRREMEDIABLEMENTE ENAMORADOS (Del Odio Al Amor Solo Hay Un Paso) Where stories live. Discover now