23. Estás huyendo

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Llevaba horas tratado de enfocar mis ideas, repitiendo una y otra vez como le diría aquello a Elizabeth. Estaba a poco de perder a la mujer que amaba por meter la pata con aquella que no amaba ni un poco. La noche había caído más rápido de lo que esperaba, pronto tendría que salir. No lo retrasé más, ciertamente no podía, y bajé para encontrarme con Elizabeth. La observé a la distancia, dudando todavía si decírselo o no, estaba a punto de colocar un cigarrillo en sus labios pero de repente se detuvo, lo observó y lo arrojó lejos.

Me acerqué a ella, con el pulso acelerado y el corazón en la boca, más nervioso de lo que debía estar, y posó su vista en mí mientras soltaba un largo y pesado suspiro.

-¿Nos vamos? -me dijo, seria-.

-Sí... pero antes necesito hablar contigo, es importante -observó el suelo-.

-No necesitas decírmelo, ella se encargó de restregármelo en la cara.

-¿Y no estás enojada?

Regresó su vista a mí, mientras se mordía el labio. Fueron largos segundos de silencio, su rostro no mostraba ninguna expresión. Cuando, y tan inesperadamente, golpeó mi rostro con su puño obligándome a retroceder varios pasos mientras colocaba mi mano en el lugar del golpe. La observé, tenía los dientes apretados igual que su puño. Pero ¿para qué negarlo? Lo tenía bien merecida.

-¡¿Crees que no estoy enojada?! -gritó-. Maldita sea, ¡te mataría con mis propias manos!

-Elizabeth, tranquilízate -traté de tomar sus manos, pero me apartó bruscamente-.

-No te atrevas a tocarme siquiera -levantó sus manos-. ¿Para qué diablos me pediste tiempo? ¿Para esto?

-Elizabeth, escucha, nunca quise que pasara esto, sabes que no la amo.

-Te acostaste con ella -desvió su mirada-.

-No sé como pasó.

-No salgas con esas estupideces Tony, claro que los sabes -caminó de un lado a otro, en silencio, y nuevamente cuando traté de acercarme se detuvo-. Esta fue la gota que derramó el vaso, no pienso seguir así -me observó con sus ojos cristalizados-. Creo que ya he soportado mucho.

Se dio la vuelta y empezó a caminar en dirección contraria. Rápidamente tomé su brazo, y recibí otra vez un golpe de su mano justo en la otra mejilla. Me observó unos instantes, con el torrente de lágrimas descendiendo por su rostro y se fue sin decir más.

No fui tras ella. ¿Para qué? Si ya había mandado todo al diablo, no podía hacer nada para arreglar aquella espantosa situación. Me sentía muy mal, tan patético, le había hecho daño a ella, a mi mujer. Ver sus lágrimas dolía muchísimo más que aquellos golpes. Hubiera elegido cientos de miles de veces que me golpeara a que se fuera, nada me dolería más que su ausencia. ¿Qué haría sin ella a mi lado?

***

Llegué a casa devastado. No quería saber nada, no quería saber de nadie, mucho menos de Allison. Tendríamos mucho tiempo para hablar pero en ese momento no estaba de humor.

Al entrar a casa lo primero que se escuchó fue el fuerte ladrido de Friday. Corrió hasta mí y se levantó en sus dos patas para poder morder mi brazo. Ese era su recibimiento. Ya no era ningún cachorro, el tiempo no había pasado desapercibido con él, ahora era el guardián de la casa, y más importante que todo era parte de mi familia. ¿Así sería con un niño?

Abrí la puerta para dirigirme a la playa, acompañado de mi fiel amigo. Una vez allí, me senté al pie del mar, observando el vaivén de las olas, riendo mientras Friday jugaba con la espuma. Cuando nuevamente me asaltaron aquellas dudas. ¿Un hijo? Quizás no me viera como un padre ejemplar, nadie lo es al principio, pero ¿cómo haría con un hijo de aquella mujer a la que no quería? Sería un hogar desfuncional, lleno de discusiones, problemas por todo. ¿Y Elizabeth? No la quería lejos de mí nunca más. ¿Qué podía hacer? Si me escapaba con Elizabeth mi hijo crecería sin su padre, pasaría a temprana edad lo que yo pasé. Por otro lado, si me quedaba junto a Allison renunciaría a estar junto a la mujer que amaba. Simple, era mi felicidad o la de mi hijo.

Corazón Recargado (CA #3)Where stories live. Discover now