Capítulo 30

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Una lágrima más corrió por la mejilla de Phoebe mientras se abrazaba el vientre. Estaba en un periodo muy avanzado estado de gestación, le costaba estar de pies y mucho más concentrarse en lo que le decían. Veía las figuras de sus cuñadas y las del servicio, veía que movían los labios e intentaban hacer que volviera en si, pero nada parecía hacerle reaccionar. Muy en el fondo, ella creía encontrarse en un limbo donde se encontraba muerta en vida, a punto de enloquecer.

Le dolían los ojos de tanto que había llorado, y cada momento se preguntaba cuándo dejaría que la pérdida de su amado dejaría de dolerle tanto como en ese momento, después de tres semanas desde que le entregaron la carta oficial.

—Phoebe... – levantó la cabeza hacia Angy, de pies junto a ella, agarrando sus manos – Es la hora – la mujer apenas pareció oír que el funeral iba a comenzar de un momento a otro, simplemente miró hacia donde toda la aristocracia esperaba junto al coche fúnebre con un ataúd vacío.

—Él no está muerto... – se dijo a sí misma. No podía estarlo porque cuando los oficiales del ejército británico llegaron a su casa, le informaron de que el ataúd estaba igual de vacío que los arroyos en época de sequía.

—Sé que es duro, Phoebe. Pero en la carta dijeron que él falleció durante un ataque sorpresa. Pereció junto a su compañero – comenzó Celine muy suavemente, acariciando suavemente el hombro de Phoebe esperando una reacción positiva. La castaña giró la cabeza hacia ella bruscamente y sus ojos parecieron fuego mientras inspeccionaba el rostro de su cuñada con asombro.

—¿Cómo puedes decir eso? – cuestionó con dolor en su voz – Tú precisamente... – suspiró y se apartó una lágrima de la mejilla – Él no está muerto, lo sé. Y tú, su hermana, más que nadie, debería confiar en sus capacidades. Percy nunca se dejaría matar, ni por un rifle ni por muchos ataques que digan que sufrió... – miró hacia el grupo de aristócratas y negó – Esto es solo un espectáculo de circo...

—Phoebe, reacciona. Mi hermano está muerto. ¡Muerto! No puedes confiar en que resurja de sus cenizas solamente por una corazonada – la joven rubia la cogió por los hombros y la zarandeó suavemente – Acepta de una maldita vez que no volverá... estamos solas y solo nosotras podremos mantenernos a flote.

—Apostaría mi vida a que está vivo, Celine... – contestó la mujer sosteniendo la mirada con altanería.

—Será mejor que vuelvas a casa – dijo Angy suspirando y separando a ambas mujeres, intentando evitar un futuro enfrentamiento – No estás en condiciones de estar en el funeral.

—Por lo menos no soy tan hipócrita para fingir que me importa la muerte de un conde al que solo invitas a una fiesta por educación... – respondió ofuscada levantándose del banco donde se encontraba – Cuando termine toda esta farsa que se hace llamar funeral, me iré a alguna casa de campo para despejarme y poder llevar mi dolor.

—Estás embarazada, Phoebe, no puedes irte sola. Y menos estando de ocho meses y medio – dijo Angy intentando detenerla, cogiéndola del brazo.

—De los dos hijos que he tenido con Percy, uno de ellos no le recordará y el otro ni siquiera le conocerá – las lágrimas se volvieron a agolpar en los ojos de la condesa – Puedo asegurarte que soy capaz de cuidar de mis hijos sola. Ya lo hice una vez, una segunda no será más difícil – se alisó la falda del vestido, acariciando su vientre con cariño – Hablaremos de esto en casa.

Las chicas asintieron y acompañaron a la condesa por detrás hasta llegar al lugar donde el ataúd de madera y barniz vacío esperaba por ser enterrado. El sacerdote miró a Phoebe, esperando su confirmación para comenzar con la oración, ella asintió y el silencio envolvió todo el cementerio. Habían decidido enterrarlo en el panteón de la familia Summerfield.

La ModistaWhere stories live. Discover now