II.

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varita

No había manera. Diana no sabía como sentirse, estaba indecisa entre frustrada, triste o enfadada, así que había elegido un batiburrillo de los tres.

No sabía cuántas varitas había probado ya, pero a juzgar por la cara de Olivander, diría que eran más de las que un mago necesitaría para encontrar la adecuada.

Miró a su madre, pero solo recibió una sonrisa nerviosa que no la calmó para nada.

—Me temo que... —Olivander no terminó la frase, pero no hacía falta.

Así que eso era. No era maga. Era una muggle, una squib, no cabía la menor duda.

Y lo peor de todo, iba a llorar. Delante de su madre, de su hermano mellizo y de su hermana pequeña. Odiaba llorar delante de la gente. Lo odiaba.

¿Por qué tenía que ser ella? ¿Por qué no Ron o Ginny? ¿O Fred o George? ¿O Charlie? ¿O Bill? No, ella les quería a todos, no les deseaba aquello... ¿Por qué no Percy? ¿Por qué ella? Ella no se lo merecía. ¡No había hecho nada malo! Era injusto. ¡Era injusto! ¡Era in-!

Una vibración interrumpió su llanto mental (porque de alguna manera se tiene que llorar), llamando la atención de todos los presentes. Era un pequeño zumbido, cuyo lugar de procedencia nadie podía adivinar.

Se miraron los unos a los otros.

Diana identificó la estantería de la que provenía el sonido, y se acercó a ella, solo para que el mismo mueble se pusiese a temblar, haciendo que todos caminasen un poco hacia atrás, nerviosos.

—Señor Olivander —llamó Diana, su mirada aún ocupada en el temblique de la estantería y todas las pequeñas cajitas que guardaban los finos y largos aparatos mágicos que ella venía a comprar—, esto no tiene que pasar, ¿verdad?

Olivander estaba demasiado sorprendido para hablar, pero su cara era suficiente para responder a la pregunta.

Pronto, por el movimiento constante del mueble que las sujetaba, las cajas empezaron a caer al suelo, a los pies de Diana.

Entonces, una que llamó su atención cayó, se abrió de par en par y lanzó la varita que contenía, como si fuese una pelota de beisbol, hacia la cara de Diana, que tuvo que pararla con sus manos y cogerla al vuelo para que su rostro permaneciese a salvo.

Hubo un momento común de incredulidad, en el que Diana pudo respirar tranquila al saber que algo de magia residía en ella, antes de que Molly Weasley rompiese el silencio.

—¿Qué clase de varita puede hacer eso?

—Sinceramente, señora Weasley —el señor Olivander observó a la niña pelirroja, que miraba al resto con una sonrisa aliviada—, no creo que fuese la varita.

❛i. venomous❜ harry potterWhere stories live. Discover now