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      —¡Jo! ¡Jo, despierta! —gritó una voz familiar.

Ella abrió los ojos, llena de confusión. Todavía se encontraba en la terraza. Aparentemente se había desmayado.

—¿Dante? —murmuró sin fuerzas—. ¿Eres tú?

—Jo, soy Viole. ¿Qué ha pasado?

—No estoy segura. —Temía que lo que había visto hubiera sido real. ¿En verdad Dante había recobrado su forma de demonio? ¿Qué pasaría ahora?

Se había asustado terriblemente al verlo. Él lo había notado, y se había alejado de ella. ¿Volvería a verlo?

Su amiga la llevó a recostarse. No le hizo ninguna pregunta. Jo se veía muy desorientada. Era tarde y ambas estaban cansadas. Quizás más tarde le contaría.

Cuando la chica estuvo sola en su habitación, llamó a Dante reiteradas veces, pero no obtuvo respuesta. ¿Por qué no le contestaba? ¿Se había ido? ¿Qué haría sin su cálida presencia?

Tomó la gran pluma negra del cajón de su mesa de luz y la sostuvo contra su pecho, como si eso bastara para mitigar su angustia. No surtió el efecto deseado.

Se quedó dormida después de haber llorado desconsoladamente durante más de una hora. Se había dado cuenta de que las cosas ya no podrían volver a ser como antes. Había conocido a Dante hacía una semana, pero sentía que siempre había estado con ella, acompañándola y protegiéndola. No quería dejar de verlo. No le importaba qué apariencia tuviese, aún seguía siendo él. Tenía miedo de que jamás regresara; de que la abandonara para siempre.

El sol la despertó. Quizás, todo no había sido más que una pesadilla. Quizás, Dante seguía siendo ese hermoso y misterioso joven de cabello negro y ojos violáceos, que tanto le gustaba.

Se miró al espejo y sintió lástima de sí misma. Estaba hecha un desastre. Decidió darse un baño y desayunar, antes que otra cosa. Moría por llamarlo, pero no sabía si él le contestaría.

Violeta se había ido a lo de su madre. Pronto Evan llegaría a buscarla para llevarla a almorzar con la familia. Era un domingo hermoso, pero para ella el sol había perdido su brillo. Ni siquiera se había sentido así cuando su novio Alan la dejó. Era como si una parte de su alma se hubiera hundido en un profundo abismo, del cual no había salida. ¿Tanto significaba el alado muchacho para ella?

Decidió probar otra vez.

—¡Dante! ¿Estás aquí? Por favor, responde. Si aún estás conmigo, házmelo saber; te lo ruego. Tu silencio me está matando.

Esperó durante un rato antes de que lograra percibir su voz, que se sonaba lejana y distante en un rincón de su mente.

No me he ido, Jo.

Las lágrimas comenzaron a brotar de nuevo. Estaba feliz de saber que no se había marchado y triste por el tono de aquellas palabras; Dante parecía devastado. Un sinfín de preguntas se agolparon en su mente. Tenía que sacarlas o se volvería loca. Más de lo que ya estaba.

—¿Por qué desapareciste anoche?

Por ahora, es mejor que no me veas.

—¿Por qué no? ¿Qué te ha pasado?

He recuperado mi forma de demonio.

—No me importa cómo luzcas. Admito que me asustaste, pero ¿cuándo no lo haces? —Trató de reír, pero no lo consiguió—. ¿Dónde estás? Te escucho como si estuvieras muy lejos.

El ángel de la oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora