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      El cuerpo de Bobby se alejó de la muchacha y cayó, inerte. Se quedó tirado como pedazo de trapo viejo; una cáscara vacía. Baltasar ya necesitaba de sus servicios. Los zombis eran los mejores sirvientes; cuando uno dejaba de necesitarlos, simplemente los devolvía a la tumba. No se quejaban y obedecían cada orden que se les diera, aunque ésta fuera descabellada. Pero era preferible que el muerto fuera fresco o, de lo contrario, corría el riesgo de desarmarse. Y Bobby había fallecido hacía unas pocas horas. El demonio estuvo de suerte al toparse con él.

—¡¡¡JOANNA!!! —gritó Dante, desesperado, jalando de sus cadenas. Ella estaba a punto de morir—. ¡Suéltame, Oxana! ¡Lo prometiste!

La mujer puso mala cara, pero cumpliría su palabra. Tronó los dedos e, inmediatamente, las cadenas se soltaron.

—¿Feliz?

Él la ignoró. Se lanzó de la plataforma y corrió hacia Jo, quien se hallaba tendida en un charco de su propia sangre que se hacía cada vez más y más grande.

Oxana y Baltazar lo observaban desde una distancia prudente, llenos de satisfacción y regocijo. Sabían que tarde o temprano el demonio de su interior afloraría a la superficie. Ya lo habían visto una vez. Solo restaba esperar. ¿Qué eran unos cuantos minutos de drama, si tenían por delante una eternidad de muerte?

La muerte de Jo era inevitable. Había perdido mucha sangre. No había nada que Dante pudiese hacer para salvar su vida, a pesar de su poder. Se sintió un inútil. ¡Había dejado que sucediera de nuevo! ¿Acaso era su destino verla morir una y otra vez? ¡No era justo!

—Mi vida... —musitó Dante con angustia, tomándola entre sus brazos—... Por favor, no me dejes. No otra vez. Por favor, por favor, ¡no te mueras!

Ella abrió lentamente los ojos y vio que él tenía el rostro empapado por las lágrimas. Parecía un ángel, rodeado por esa brillante luz blanca. O, quizás, ese halo luminoso era una alucinación causada por la cercanía de la muerte. Según recordaba, Dante era un demonio; y en la oscuridad se hallaba su morada. Era imposible que resplandeciera de esa forma. Sonrió. Quería grabar esa imagen en su memoria, para llevársela consigo a dondequiera que fuera.

El demonio la miró con dulzura y entonces, ella le acarició el rostro por primera vez. Él sostuvo su mano, cuando se dio cuenta de que apenas era capaz de levantarla. No quería soltarla nunca. Solo así él se hubiera atrevido a tocarla.

—Dante... —Joanna moriría feliz. No había nada que hubiera querido más, que sucumbir en sus brazos.

Él siempre había temido aquel momento y sentía que iba a morir también; en cualquier momento. Esa joven era la dueña de su alma, de su corazón; si se iba, se los llevaría consigo y él quedaría vacío.

—Dime, preciosa —respondió con suavidad.

—Te amo. —Cerró sus ojos.

Dante la miró sin querer comprender lo que ocurría. Joanna parecía haberse quedado dormida.

No lo estaba.

La mano de Dante recorrió con delicadeza la mejilla de la muchacha; estaba fría.

—Yo también te amo. —Se inclinó hacia ella y le dio un beso de despedida en los labios; el contacto fue breve. Ella no abriría los ojos; no le sonreiría; no le devolvería el beso. Jamás—. Por favor, no me dejes solo...

La apretó con fuerza contra su pecho y rompió en llanto desconsolado, desconcertando a los demonios que esperaban, ansiosos, su transformación.

El ángel de la oscuridadWhere stories live. Discover now