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—¿En serio morirías para salvarlo? —preguntó Jofiel.

—Comienzo a pensar que sí.

—Lástima que no esté para escucharte decir eso.

—¿Se fue? —Jo se alarmó.

—Repentinamente. —Él se quedó como escuchando algo en la lejanía. Después miró en todas direcciones y se levantó de golpe. Su expresión había cambiado. Ya no parecía tan tranquilo ni relajado.

—Me temo que nos urge irnos de inmediato. Levántate, Jo.

—¿Qué? ¿Así, de pronto? ¿Qué sucede?

—Debemos irnos lo más rápido posible. Han llegado a la playa.

—¿Quiénes?

—Los Tres. Dante está con los dos demonios restantes de su grupo, entreteniéndolos para que yo te lleve a otra parte. Me hizo saber que están a punto de causar un problema, y no es bueno que te quedes.

—¿Qué tipo de problema?

—Me dijo que uno de ellos, Baltazar, es conocido por hacer surgir el odio en los corazones de las personas, para que se ataquen mutuamente. Y está cerca de nosotros; diría que demasiado.

Oyeron un alboroto en donde estaba reunida la gente.

—¿Qué es eso? ¿Qué esta pasando? —gritó Jo asustada.

—Ya ha comenzado. Se están peleando entre todos. ¡Qué suerte que nos alejamos antes de que sucediera! Si no, estarías metida en medio de la trifulca.

—¡Evan! —exclamó ella, corriendo hacia la masa de gente—. ¡Tengo que encontrarlo!

—¡Espera, Jo! —El ángel salió corriendo detrás de ella, que se había metido entre las personas enloquecidas—. ¡No vayas!

Pero ella lo dejó atrás.

—¡Evan! ¿Dónde estás? —Lo buscó por todas partes, tratando de evitar que se le tiraran encima.

—¡Diablos! —Jofiel corrió a través de la multitud enloquecida, en busca de la chica que se le había escabullido. A lo lejos, logró ver a Dante, que vigilaba todos sus movimientos con desconfianza. Alguien estaba con él. Un demonio con vestiduras de monje.

—Baltazar —se dijo el ángel—. Espero que no me haya visto. ¿Qué querrán los Tres con Joanna? Bueno, no me voy a quedar a averiguarlo.

El joven de las alas blancas vio cómo Dante se puso delante del otro demonio, interponiéndose en su visión del lugar. Eso le daría más tiempo para encontrar a Jo y sacarla de ahí. Ah, y también a Evan, claro.

—Qué bueno que estés de nuestro lado, Malkier —suspiró.

Joanna estaba intentando abrirse paso, pero la gente era demasiada y la empujaba y atropellaba. Algunos se golpeaban entre sí. Chocó contra un hombre gigantesco, y cayó al suelo. Él la miró con los ojos llenos de furia. Se dirigió hacia ella con los puños cerrados y, cuando estuvo apunto de lanzar su primer golpe, una mano invisible asió la mano de la muchacha y tiró fuertemente de ella, apartándola del peligro con rapidez.

—¡Ahhh! —gritó Jo, sin saber quién la había agarrado y estaba tirando de ella.

—Tenemos que correr —sugirió Jofiel, sin dejar de sujetarla—. No voy a dejar que te me escapes otra vez. No te preocupes, ya encontré a Evan; se halla cerca del auto.

—¡Vas demasiado aprisa! ¡No puedo seguirte el paso! —gritó ella, arrastrada por el ángel, que le aprisionaba la mano con intensidad. Él aminoró la marcha.

El ángel de la oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora