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      Chuing, chuiiiing, chuíiiiiiiiiiing.

—No... No otra vez... ¡Maldito seas, Chris! —se quejó Joanna, tapándose la cabeza con la almohada. El chico había vuelto a su vieja costumbre de despertarla.

—¿No deberías levantarte ya? Son las once —le dijo Evan, parado en la puerta del cuarto.

—No se me da la gana. —Se dio vuelta, para tratar de seguir durmiendo.

Había pasado una noche terrible, repleta de pesadillas. Todo había sido culpa de Jofiel. Estaba segura. La había mantenido despierta hasta tarde, contándole historias acerca de demonios espantosos. Seguro para que tuviera miedo y le pidiera quedarse con ella. Sí que había resultado un manipulador después de todo. Igual, ella no cedió y lo envió a casa después de que la sacara de quicio un par de veces. Al parecer, tenía muchas ganas de ser su acompañante permanente.

Ella no sabía si aceptar su propuesta. ¿Qué pensaría Dante?

—En serio, ¿no vas a levantarte, Jojo? Te tengo un delicioso desayuno.

La joven se sentó de golpe.

—Más vale que no hayas incendiado la cocina otra vez —le advirtió.

—Tranquila. Hice que me lo trajeran del restaurante de la esquina. Yo no cociné nada. Sabes de sobra que mis habilidades para manipular el fuego dejan mucho qué desear. ¿Recuerdas lo que pasó en Navidad?

—¡Cómo olvidarlo! Prendiste fuego el árbol y también los regalos. Suerte que el vecino es el jefe de bomberos —comentó ella, con gracia—. ¿Qué ordenaste?

—Un delicioso pastel de chocolate, con frutillas y merengue.

—Muy nutritivo. Saldrás rodando de esta casa muy pronto si sigues comiendo de esa manera.

—Jo, soy un surfer. Gasto muchas energías en la tabla. ¡Ah! Violeta preparó café y nos está esperando. En realidad, te está esperando a ti.

—¿A mí?

—Me dijo que le has estado huyendo hace un par de días. Debe ser porque te he estado monopolizando. Pero se me ocurrió que podemos estar los tres juntos. ¿No? Así, no habrá problemas de ningún tipo.

Ella sabía que se refería a que Viole no lo acosaría si había testigos presentes.

Evan caminó de espaldas hacia la puerta.

—Te doy cinco minutos para que vengas. Es lo máximo que puedo aguantar, antes de terminarme el pastel.

—Ya voy. Deja que me vista. ¡No empieces a comer sin mí!

El chico la dejó sola y ella se apresuró, porque estaba muerta de hambre. Sentía que no había comido en una semana. Agradecía que fuera de día. Por lo menos, podía tener un poco de normalidad mientras brillase el sol. Sentía que necesitaba un tiempo de distracción de todo lo que fueran ángeles y demonios. Si no, se iba a volver loca.

Se arregló un poco la facha y fue a desayunar. La mesa estaba puesta y Violeta estaba sentada con una enorme sonrisa en su cara, mientras que su primo se dedicaba a buscar una buena estación de radio.

—Muy buenos días, Jo —le dijo su amiga—. ¿Quieres un poco de café?

—¡Mmmm! Qué rico se ve todo. Acabo de darme cuenta de que hace mucho que no desayunamos juntas.

El ángel de la oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora