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—No pareces tan aterrador ahora que te miro de cerca —opinó Oxana cruzándose de brazos—. Bonitas alas. ¿Son nuevas?

El ángel se puso de pie rápidamente. No estaba dispuesto a hablar con ella, ni con ningún otro demonio. Lo único que quería era alejarse lo más rápidamente posible de allí. Volver a casa, con Ben.

—Espera, no te vayas —le pidió amablemente—. Solo quería conversar un rato contigo, si no te molesta.

—¿Por qué? —Él entrecerró los ojos, dejando en evidencia su intriga.

—Deseaba conocerte.

—Pero yo no quiero conocerte a ti —respondió Jof, cortante.

—Sí que eres cascarrabias. —Se rió la mujer—. Me gusta eso en un demonio.

—¡No soy uno de los tuyos! —le gritó él, encolerizado.

—¡Qué carácter! Eso dices, pero te enojas muy fácilmente para ser un ángel —observó, enarcando las cejas.

—Nosotros también nos enojamos.

—Cierto. Pero no odian. Tú estás lleno de pasión, de vehemencia. Tus ojos brillan con las llamas del odio que crece dentro de ti. No puedes evitar convertirte en uno de los nuestros cuando tus emociones se desbordan de esa manera. Eres demasiado humano. A ellos —señaló hacia arriba— no les agrada eso de ti. Pero nosotros... —Se encogió de hombros con indiferencia—. Podemos aceptarlo. A veces es un requisito indispensable.

—Si has venido a convencerme... —advirtió.

—¡Ja! No tengo por qué convencerte de nada. Es tu elección. Solo vine a hacerte una oferta. Puedes rechazarla si no te gusta. A mí me encantaría que la aceptaras. Sería un placer tenerte —susurró provocativamente.

—Jamás. —La rechazó.

—¡Qué lástima! Eres tan bonito... Tenía la ilusión de que fuéramos grandes amigos, como una vez lo fuimos Dante y yo. Incluso más. —Sonrió—. ¿Estás completamente seguro de que quieres rechazarme? Podría darte todo lo que quieras.

—Preferiría dejar de existir, antes que ser tu aliado.

Ese chico sí que tenía determinación.

—Estaba segura de que dirías algo como eso. —Y añadió, con un suspiro—: Ahora veo porqué te convertiste en ángel.

—¿Qué quieres decir? —Él la miró perplejo.

Oxana respondió sin ganas:

—Prefieres la muerte antes que herir a los demás. Eres todo un mártir, Jofiel. Eso fue lo que te salvó, al último minuto. Fue lo que hizo que te convirtieras en ángel. Pero no te salvará por siempre. No eres tan bueno como aparentas.

—No te temo. —Él mantenía la calma, pese a la situación, y a su carácter explosivo que, como una presa llena, amenazaba con desbordarse en cualquier momento.

—Lo sé. Lo te asusta es ser como yo. No te preocupes, nunca llegarás a serlo.

—¿Por qué me quieres de tu lado? ¿Qué tengo de especial?

—Eres especial, Jofiel. Y temido.

—¿Temido? —Insinuó con descreimiento.

—Tienes el don de generar ese sentimiento en tus enemigos. Aunque, ahora que te veo bien, no es miedo precisamente lo que me inspiras.

—¿Y qué te inspiro? —preguntó, con curiosidad. A pesar de todo, nunca había dejado de ser un chiquillo ingenuo.

—¿De veras te gustaría saberlo? ¿No te lo imaginas? —El ángel abrió los ojos del asombro, al darse cuenta.

El ángel de la oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora