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  Golpearon la puerta.

Era Evan.

—¿Ya está lista? —preguntó a su prima, mirando hacia todas partes con impaciencia.

—Pasa. Vendrá enseguida —respondió la chica, dejándole el paso libre.

—Wow, Jo. —La miró sorprendido—. ¡Estás muy linda!

—Gracias. —Ella se sonrojó—. Tenía ganas de verme bien, para variar.

Por lo menos, no se sentía como una campesina en esta ocasión. Se había puesto una bonita falda azul de seda y una blusa blanca de encaje.

—¿Adónde vas, tan elegante?

—A ninguna parte. Solo que me cansé de verme tan desastrosa como todos los días. Quería cambiar un poco. Ya sabes: parecer bonita.

—Ay, ¡tú siempre te ves bien! No al estilo de una estrella de cine como yo, claro, pero tienes lo tuyo. No tienes nada qué envidiarle a nadie. Te lo aseguro. ¿Sabes la cantidad de babosos que te andan atrás? Eso es porque eres una belleza. Pero no me lo hagas repetírtelo. Soy tu primo y me da vergüenza decírtelo.

Ella le sonrió. Era la primera vez que le hacía un cumplido como ese. ¿Vergüenza? Eso jamás podría creerlo de él.

Evan también lucía muy bien. Se había puesto unos pantalones negros y una camisa del mismo color, que lo hacían lucir muy elegante. Había que admitir que él sabía vestirse para cada ocasión. No era ningún desubicado como quería que pensaran los demás. En realidad, su único gran defecto era su irresponsabilidad. Pero eso se podía arreglar, con un poco de mano firme.

—¿Y Dante? —inquirió a media voz—. No puedo verlo.

Jo le informó, poniéndose un poco de brillo labial:

—Me está esperando en la terraza.

—¡¿Tan lejos?! ¿Se pelearon? —Se sorprendió el muchacho—. Por lo que sé, nunca se aparta de ti más de tres metros. Es como tu guardaespaldas.

—Se preocupa por mí —y señaló con énfasis—: Yo necesitaba un poco de tiempo a solas para arreglarme y, como el caballero que es, me lo ha concedido. Tú también deberías aprender a respetarme como la dama que soy.

—Y te respeto.

—Claro.

Entonces Joanna pegó un salto del susto, cuando Evan gritó a todo pulmón:

—¡Violetaaaaaaaa!

Ella le dio un manotazo.

—¡No grites! Te dije que ya viene. ¿Por qué tanto apuro? ¿Alguien te corre?

—¿Apuro? ¿Qué es eso? —Se encogió de hombros despreocupadamente y dirigió su vista al techo—. No. No estoy para nada apurado. Solamente me gusta ponerla nerviosa. —Rió.

—Eres un ser diabólico —lo acusó su prima—. ¡Ah! Recuerda que nos debes unas cortinas nuevas para la cocina, para reemplazar las que prendiste fuego.

—Bien, pero te advierto: van a ser bonitas.

—¿Dices que tengo mal gusto?

—Noooo. Para nada. ¿Sabes? Estoy pensando que tal vez debería ser decorador. Me he dado cuenta de que tengo un gusto excelente para el mobiliario.

El ángel de la oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora