39. Último capítulo

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Dante dejó escapar un alarido. Sintió que algo se desgarraba dentro de su corazón. La visión se le tornó borrosa. No podía respirar. No podía moverse. De inmediato, acudió a él un recuerdo lejano, que había permanecido adormilado.

Una vez, cuando era humano, una mujer le había ofrecido acabar con su dolor. Él no la conocía; no supo que era la asesina de su amada, un cruel demonio cazador de almas, hasta que fue tarde.

Con solo tocar su corazón, Oxana le otorgó el don de la vida eterna y un nuevo nombre: Malkier.

Una horrible sensación había recorrido su cuerpo mientras la oscuridad se adueñaba de él. Su humanidad desaparecía. Poco a poco, lo olvidaría todo: Su nombre. Su vida. Su amor. Con los ojos cerrados se aferró a lo único que tenía, tratando de no perderse en medio de la maldad que esa mujer le había introducido en el cuerpo. Cerró su mano alrededor del anillo de compromiso de su prometida, con la esperanza de que el recuerdo de Ángela permaneciese intacto. Su sonrisa, su mirada. La mantendría viva en su memoria. Así, ella jamás moriría. Y, mientras ella existiera, él jamás se perdería.

Un grito desesperado se abrió paso a través de su garganta y, al abrir los ojos, descubrió que ya no sería Dante, nunca más.

Era la segunda vez que Oxana le tocaba el corazón. Si no quería que se convirtiera en ángel, debía hacer algo al respecto. Porque pronto, la oscuridad que ella había puesto en su corazón se transformaría en luz. Y entonces, él ya no podría volver a ser un demonio.

Su amor era demasiado puro.

La mujer extrajo del pecho de Dante una luz negra que parecía estar a punto de apagarse. Unos minutos más y el bien hubiera hecho estragos en su preciado demonio. Lo hubiese convertido en un ser incorruptible. Un arcángel. Oxana ni siquiera quería imaginar lo que hubiera podido pasar de no haber llegado a tiempo. Hubiese tenido que destruirlo. Estaba dispuesta a hacerlo, con tal de que la luz no se llevara esa alma que codiciaba tanto.

A los pocos segundos de haber sido extraída del interior de Dante, la luz negra comenzó a crecer y a emitir destellos de oscuridad en todas direcciones, similares a llamas que envolvieron la mano demoníaca por completo.

—¿Qué me hiciste? —Él experimentó un mareo tan fuerte, que lo hizo caer de rodillas. Sentía el cuerpo pesado y entumecido. El aire helado hacía que le dieran punzadas de dolor en los pulmones. El agotamiento se apoderó de él, impidiéndole levantarse.

—Ya te darás cuenta.

—¿Qué es eso? —preguntó con dificultad, señalando la cosa que le había extraído.

—Oscuridad. —Ella la había arrancado de su propio corazón para entregársela. Ahora, a su frío y negro corazón retornaba—. Al parecer, la has rechazado. Quizás, más adelante la aceptes. Puedo esperar. ¿Qué son unos pocos años, comparados con la eternidad? Te daría un beso de despedida, pero te tirarías de la terraza —bromeó. No podía tocarlo. No podía hacerle nada, o los ángeles intervendrían. Y no tenían piedad de los condenados—.Volveré por ti cuando tu tiempo se termine, Dante Andreani. Estaré vigilándote.

Él la vio desaparecer, con una sonrisa en los labios rojos. Una sensación extraña le recorrió el cuerpo; estaba temblando. Permaneció arrodillado en medio de la lluvia, que no cesaba, durante unos minutos. Miró hacia arriba y contempló el cielo. Sin duda, se trataba de una tormenta terrible. El viento helado lo despeinó. Cerró los ojos y sintió las gotas de agua helada cayendo sobre su piel.

—Y yo estaré esperándote, Oxana.


—Deberías dormir un poco—sugirió Jofiel, quien se hallaba despatarrado a los pies de la cama de la joven, con las manos cruzadas detrás de la nuca.

El ángel de la oscuridadWhere stories live. Discover now