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      Dante sujetaba en una de sus manos el objeto que colgaba de su cuello en una cadena. Cada tanto la abría, para comprobar que seguía allí. Era lo único que lo había mantenido unido al mundo durante sus años de soledad. El último recuerdo que tenía de ella. Pero ya no lo necesitaba, había encontrado a Joanna. Su soledad no era más que un terrible recuerdo. Durante más de cien años había recorrido el mundo de los mortales, buscándola desesperadamente. ¿Quién hubiera dicho que la hallaría durante una de sus misiones?

Había asesinado a muchísimas personas junto con Baltazar y Oxana. Ellos dos nunca sintieron dudas, jamás se arrepintieron de lo que eran. Quizás por haber sido demonios durante tantos siglos. En cambio él...

Baltazar había dejado su vida como fraile durante fines de la edad media y a Oxana la habían convocado antes de las cruzadas. Ambos dedicaron su vida a ayudar a los demás. Pero las fuerzas de la oscuridad contaminaron sus almas con maldad, y evitaron que se convirtiesen en los benefactores de la humanidad que estaban destinados a ser. La luz en ellos se había apagado. Para siempre. Al igual que toda posible conexión con el mundo humano. Todos sus recuerdos habían desaparecido, mas no para Dante. Él fue el único de los tres que logró conservar intacto su corazón, gracias a ese tesoro que no habían podido arrebatarle. Su alma, adormecida por el dolor, jamás sería dominada por las tinieblas mientras existiera un amor por el cual luchar.

Ahora, estaba preocupado porque lo habían encontrado después de cinco años de ausencia, durante los cuales se dedicó a vigilar de lejos a Joanna. Baltazar lo había localizado. Oxana no lo dejaría ir tan fácilmente. Por eso tenía que proteger la vida de Jo. A cualquier precio.

Jofiel estaba esperándolo en el jardín. Sabía que no sería fácil convencerlo de que se alejara de Jo; claramente se notaba que era un cabeza dura. Se encontraba parado al lado de la puerta, con una pose despreocupada. Era tan luminoso que le lastimaba los ojos; aunque no era consciente del efecto que tenía sobre los demonios. Estaba claro que no iba a permitirle entrar a la casa. Su expresión de perro guardián lo decía todo. Ese ángel no creía que Dante dijera la verdad. Se mostraba amable, pero su mirada era la de un inquisidor. ¿Quién podía culparlo?

—Supongo que has venido para hacerme desistir de mi brillante idea. ¿O me equivoco? —Fue lo primero que dijo, yendo hacia su visitante.

—Estás en lo cierto.

—¡Como si fuera tan sencillo hacerme cambiar de idea! —exclamó el muchacho, sacudiendo sus manos con insistencia.

—Yo puedo protegerla, Jofiel —Dante le hablaba serenamente, cosa que alteraba un poco al ser de luz.

Este dijo en tono de burla:

—¡Ja! También, si no me equivoco, puedes matarla, ¿no? —Se puso serio—. Yo nunca podría hacerle eso. Soy un ser celestial, no un enviado del infierno. —Caminaba de un lado a otro. Parecía inquieto y nervioso por la presencia del demonio, que lo miraba ir y venir con perplejidad.

—Yo nunca me atrevería a dañar a Joanna.

—¿Ni siquiera si la tocas sin querer? —Dante bajó la mirada. Esa era una de las cosas que más temía—. Sabes mejor que yo las habilidades que tiene Jo. Dime, ¿qué es lo que quieres de ella? ¿Por qué te interesa tanto? ¿Quieres convertirla en uno de los tuyos?

—¡Jamás!

—¿Entonces?

—¿Qué es lo que quieres tú? —Dante lo miró, desafiante.

El ángel de la oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora