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      ─Holaaaaaa. ¿Hay alguien en casa?

      ─Pasa, Evan, estoy en la cocina ─respondió Jo, mientras comía un poco de la ensalada que había sobrado del día anterior. A ella no le gustaba mucho, pero prefería comerla, antes de tener que prepararse algo. Siempre que cocinaba terminaba con alguna secuela física. Prefería no arriesgarse, ya que no era muy hábil con el manejo de los cuchillos. Y ni hablar del fuego. Le huía lo más que podía, desde que casi incendió la cocina preparando pasta. Hasta la cosa más sencilla del mundo le resultaba un reto, aunque no era una incendiaria como su primo.

      ─Queríamos saber cómo estabas.

      ─¿Queríamos?

      Evan entró, pero no estaba solo. Chris lo acompañaba, como una sombra vigilante. Llevaba la guitarra en su espalda, a manera de espada, y se veía totalmente despreocupado. En realidad parecía estar en otro planeta. Tenía los ojos semicerrados y el cabello en la cara. Su aspecto dejaba mucho qué desear, como si lo hubieran encontrado tirado en medio de la calle. Quizás Evan lo había obligado a ir con él.  No hubiera sido algo difícil de imaginar.

      Su primo, al contrario, estaba impecable. Llevaba el cabello peinado con gel y sus gafas negras, como vincha. Apestaba a perfume francés y tenía puesta una camisa nueva de color rojo oscuro. Era evidente que había vuelto de la casa de su novia, pero Jo no le dijo nada al respecto. Si no fuera por ella, parecería un indigente como el resto de sus amigos. Ahora, era uno de esos chicos con el que toda adolescente sueña, se veía como un pop star. A su lado, Joanna se sentía como una campesina, con sus trenzas mal hechas y ese vestido rosado. Eran como el ratón del campo y el ratón de la ciudad.

      El muchacho fue el primero en hablar:

      ─Chris me contó lo de anoche. ¿Así que te desmayaste, no? ¡Que suerte que él estaba cerca! Yo que tú tendría más cuidado, Jo. Recuerda lo que te dijo el cardiólogo ─se sentó sobre la mesada─ Nada de grandes esfuerzos. No querrás terminar como el tío Mel.

      ─Sí, si... ¿Ahora me vas a dar sermones? Estoy bien. Solo fue un ataque de ansiedad. Nada de qué preocuparse.

      ─¿Ansiedad? ─la miró con sin disimular su curiosidad─ ¿Ansiedad de qué? ¡Ya sé! No me digas nada... Chris te citó para verse a escondidas en la terraza y te pusiste tan nerviosa cuando lo viste, que caíste desmayada. Un galanazo como él suele causar ese efecto en las mujeres. El pobre todavía no sabe controlar sus poderes de músico.

      Su amigo lo miró de reojo. Éste Evan, siempre tan irónico.

      ─No seas tonto... ─le contestó ella, riendo─ ¿Cómo iba a ponerme nerviosa por hablar con este monigote? ─lo señaló.

      Como siempre, ella no entendía el doble sentido.

      ─Muchas gracias─ dijo el aludido, haciendo una mueca que parecía de descontento. Aunque no se le veía la cara debajo de esa mata castaña que parecía ser cabello. En serio, parecía un rockero de verdad.

      ─Sabes lo que quiero decir ─explicó Joanna─ Mírate, si no te conociera, diría que eres un refugiado. ¿Cuándo fue la última vez que te has arreglado esas motas?

  Él se encogió de hombros.

      ─Así no vas a conseguir muchas admiradoras ─le recalcó.

      ─Sí, como sea... ─y él se metió las manos en los bolsillos. Esperó un rato, y anunció─ Bueno, debo volver a casa a alimentar a Kurt. Te veo luego, Evan. Cuídate, Jo ─y salió por la puerta, con el dinamismo propio de un zombie.

El ángel de la oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora