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     Christina se quedo atónita oyendo a Camila. Sabía quién era Iñigo, todo el mundo lo sabía. Era un ingeniero brillante, una eminencia. No se había tomado el tiempo de investigar mucho de él, pero siempre había creído que era un señor mayor. Al fin del caso era un multimillonario con una buena reputación, cosas que para sí misma solo se podían lograr con el tiempo y el arduo labor. Jamás se imaginó que fuese un hombre joven, y mucho menos que fuese un hombre guapo.

Le daba igual quién era, pero le importaba que fuese el inversionista de la empresa. Eso significaba una sola cosa: ella trabajaría cerca de Iñigo. Tendría que aprender las manías y trucos del ingeniero, pero no creyó que fuese un gran problema.

"Iñigo Montenegro, vaya que se oye como un nombre de algún conde perdido" murmuró lo primero que vino a su mente. "¿Sabes de dónde viene?"

"Me temo que no, cariño. Sé que vive en Alemania y que visita frecuentemente Inglaterra, pero no creo que provenga de ninguno de los dos países." Dijo la señora encogiéndose de hombros.

"Bueno, lo importante no es eso. Ahora vamos a ver qué podemos hacer allá adentro. No quiero quedarme mucho tiempo aquí afuera." Propuso la joven a lo que su acompañante no se negó y la siguió.

     Una vez adentro, pudieron ver el lujoso salón diseñado para el magnate. Era elegante, bonito y dorado. Como ella. Había sido una grata sorpresa darse cuenta que se había combinado para la ocasión.

El lugar ya estaba lleno de personas, increíblemente. Una cosa quedaba muy en claro, el Señor Montenegro era una persona influyente. Nadie venía temprano a una fiesta como esa por nada.

     Ambas mujeres continuaron con su charla entretenida por un rato, sin inmutarse por nada. Luego, algo captó la atención de las dos, y también de todo el salón en general.

     El ambiente cargado de conversación guardó silencio al observar cómo alguien entraba al salón. La música no seso, pero parecía como si el ruido si hubiese parado. Ellas también habían dejado de hablar, y solo esperaban ver lo que sucedía al otro lado del salón.

El señor Fitzgerald se hacía camino por la multitud que se apartaba y observaba a su dirección. Pero no era a él a quien veían, en cambio se fijaban en su acompañante. Christina no lo pudo divisar bien, pero sí pudo darse cuenta que era una persona imponente. Su altura y porte lo delataban.

"Ya vino mi esposo. Ven, te presentaré al churro de hombre que es el Señor Montenegro." avisó la señora antes de tomar su mano e intentar guiarla hacia dónde estaba su marido.

Christina dudó un segundo, no quería llamar la atención. Además ella no tenía nada que ver con la ocasión, se vería extraño que ella llegara hasta donde ese hombre y se presentará como una trabajadora de la empresa. A él no le importaba naturalmente.

"Ve tú, Camila. Yo te espero aquí." Murmuró la chica zafando su mano del agarre.

"¿Y dejarte sola aquí? Jamás cariño. Además lo tendrás que conocer en algún momento, y a William le encantaría que nos acompañaras. De eso estoy segura."

"No creo que se una buena idea" volvió a insistir Christina.

Sin embargo sabía que perdía su tiempo, Camila no permitiría que se echase para atrás. Ella la llevaría con sigo misma aunque fuera lo último que hiciese en su vida. Rodando los ojos, volvió a tomar el brazo de la chica y la jaló por la multitud bajando un par de gradas hasta casi llegar a donde querían. La soltó y arregló su vestido esperando que Christina hiciese lo mismo.

Cásate Conmigo. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora