D i e c i o c h o

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Llovía afuera, mientras Christina trataba de concentrarse en los papeles que estaba leyendo. Habían pasado dos días desde la propuesta tan extraña de su jefe, y desde entonces no dejaba de pensar en lo que había dicho.

El hombre estaba loco, esa era la única explicación a semejante estupidez. Ninguna razón podría haberla hecho pensar que su propuesta era racional, inteligente o tan siquiera aceptable. Él ni siquiera había tenido la decencia de reiterarle su propuesta en esos dos días. La había prácticamente ignorado. Y ella en el fondo se lo agradecía. No estaba lista para hablar de ello.

En su mente seguía la loca idea de aceptarlo, aunque trataba de negarlo rotundamente. Pero no podía dejar de pensar qué tal vez las cosas si funcionarán si solo lo decidía de esa manera. Sabía que era una idiotez, pero por alguna extraña razón, se sentía tentada ante la propuesta.

Al final, no creía volver a tener ninguna proposición de matrimonio sería después de esa. Aunque claro, había sido la primera.

Tal vez ella no había nacido para el amor.

"No le pago para que piense en la inmortalidad del cangrejo mientras está en horas de trabajo." Dijo Iñigo desde la puerta de su oficina.

Aquello hizo que diera un respingón por el susto. Colocando su mano en su pecho lo miró fijamente por un instante antes de bajar la mirada con un leve gesto de fastidio en la cara.

Si estaba así, era en parte culpa de él. Y una vez más la lógica le repetía que no se aguantarían ni dos segundos como marido y mujer. Ella tenía su propio temperamento. No era alguien dócil, tenía carácter y a veces la tachaban de mandona. Era fácil de irritar, y no era muy amigable al principio. Su misma timidez la hacían parecer reservada y hasta en ocaciones grosera.

Él por su parte era el hombre más exasperante que había conocido. Era un grosero, algunas veces pelado y poco cortes. Pero lo que más le molestaba de él era su empeño por hacer que los demás hicieran lo que él quería. Aunque debía aceptar que tenía madera de líder. Los problemas no lo hacían correr, era muy trabajador, y no le importaba dar su mayor esfuerzo por el bien de todos. Era una de las pocas personas que trabajaban por gusto propio. Incluso con amor.

Ademas, siempre daba el ejemplo. Era el primero en llegar, y el último en irse. Pero eso no cambiaba que como marido estaba casi segura que sería un desastre. Se vio a sí misma en una posible visión como su mujer. Y se horrorizó de inmediato. Se veía a sí misma esperándolo en la cama a altas horas de la noche y él aún en el trabajo. Se veía a sí mima durmiendo sola por las noches cuando el estuviera de viaje, despertando sola en la fría cama, sintiéndose más sola incluso en su casa. Sintiéndose una esposa de exhibición. Tal vez lo estaba juzgando, pero no podía hacerse ninguna otra idea en la mente acerca de cómo sería su vida de casados viéndolo trabajar de esa manera. El hombre vivía para eso. Y si ella decidiera casarse, no querría eso del matrimonio. Ella quería a un compañero, no a un extraño que compartiera la cama mitad de la noche. Quería a alguien que la abrazara por las madrugadas cuando la temperatura bajase y el frío fuese insoportable, pero también quería que la abrazara cuando necesitará apoyo, o simplemente cuando quisiera sentir el placer del calor de un gesto amoroso. Quería un marido que la respetará, que la cuidara. Ya sabía que se podía cuidar sola, pero a veces necesitaba que alguien más lo hiciera por ella. Tal vez era debilidad, pero al final eso no le interesaba. Quería a un marido que la amara. Que la amara de verdad. A un hombre que no solo la quisiera por su físico o su éxito. En cambio que la quisiera por lo que ella era. Con sus errores y defectos, que la aceptara tal y como era. Pero que la hiciera querer cambiar para bien, que le diera ese empujoncito que necesitaba para ser cada día mejor. Que la inspirara para dar lo mejor de sí. Y que al final, siempre estuviera ahí para ella.

Cásate Conmigo. Место, где живут истории. Откройте их для себя