La familia temía lo peor...

3.9K 563 64
                                    

-¿Está bien? -preguntó, conteniendo las lágrimas, Yu, en representación de sus hermanos, que lloraban abrazados a Ango en la sala de espera de la veterinaria.

El niño apretó los puños con tal fuerza que los nudillos le palidecieron. Valentía infantil ante el horror de una siniestra posibilidad: la muerte.

En algún lugar Oda había leído que encarar el pleno de las implicaciones de la muerte, darse cuenta de la pérdida y partida sin retorno, era el fin de la infancia. El corazón se le hizo nudo.

Pasó un brazo sobre los hombros de Yu, acercándolo a sus piernas, proveyéndole un punto al cual asirse.

El veterinario, hombre de cabello negro, semi-largo, recogido en una descuida coleta; alzó la vista hacia él y asintió, anticipando las buenas noticias:

-Lo está. Tiene varios rasguños y golpes, nada muy preocupante. Cazará ratones en un chasquido, pero -recalcó- tendrán que tenerlo en observación y cuidarlo durante unos días. ¿Estamos de acuerdo?

Yu asintió sin rastro de dudas y feliz, enjugándose el llanto.

Oda, por su parte, supo que su esposo acababa de perder la batalla por conservar a Dazai fuera, y quien pagaría por eso iba a ser él. El fiscal no echaría al pobre gato a la calle -no era tan frío como aparentaba ser-, mas eso no significaba que, ya en la lona y vencido, permaneciera quieto.

En casa, con Dazai ovillado en una cama redonda recién comprada, Sakura se declaró su doctora y repartió mil órdenes a sus hermanos, sobre como acomodar los muebles y que no estorbaran al minino, dónde debía estar su comida, agua y caja de arena, así como los juguetes, estableciendo el horario del rondín de caricias. Bajo ese mando militar fueron incluidos los padres en la administración de medicamentos.

Ango trató de mantener la compostura. Se sabía derrotado, lo había previsto, y no lo aceptaría o admitiría jamás.

Llegada la noche, en la tranquilidad de la sala, Dazai levantó la cabeza de entre sus patas. El cuerpo entero le dolía. Los golpes eran un dolor grave, extenso e inexacto. Los arañazos, un dolor agudo, largo y concentrado.

Desde su sitio observó las estructuras humanas, ansioso por divertirse en ese inmenso parque de juegos a sus servicios.

En la mañana lo exploraré, pensó, y volvió a acomodarse hundiendo el hocico en su pelaje.

Le costó una paliza monumental de los gatos callejeros del barrio, a quienes molestó por días hasta hartarlos, atrayéndolos al patio trasero, para que la familia humana observara al indefenso gatito ser atacado por salvajes; pero lo logró. Consiguió entrar y hacerse de un hogar, su hogar.

Dormiría, sanaría y reinaría feliz al recuperarse.

. . .

Notas:

Tal vez tu madre no quiera un gato, pero ten por seguro que cuando un gato quiera entrar a tu casa, trazará un plan que le permita hacerlo, le guste o no la idea a quien sea.

Historia de un GatoWhere stories live. Discover now