Una mañana en que...

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Cambió de página el documento que tenía en la tableta, caminando del estudio a la cocina. Necesitaba un refrigerio. El caso Mitsuhashi se complicaba más de lo que imaginó, y si no recuperaba energías se quedaría dormido a mitad del informe de la revisión de pruebas. Movió el cuello. Presionó el puente de la nariz desacomodando las gafas.

—Justo a tiempo —Oda, quien estaba a cargo de las labores domesticas ese día, dejó el cucharon con que daba vueltas al guisado que hervía a fuego lento en la estufa.

Los días libres en las escuelas por las intensas nevadas habían caído perfectas. Con Oda en casa no tenía nada de qué preocuparse más que del trabajo, y ocasionalmente de sus hijos que estaban muy callados para la hora que era... dicho detalle lo inquietó.

El sonido de un plato sobre la madera de la mesa, en que descansó la tableta, lo sacó de sus cavilaciones.

—Están arriba viendo un maratón de películas, junto con Dazai y Chuuya.

—¿Me lees la mente? —preguntó el fiscal alzando una ceja.

—Obviamente sí —sonrió—, por eso sabía que vendrías por algo de comer, y que te preocuparías por los pequeños.

Ango dio un vistazo de soslayo al emparedado que Oda le preparó, y destensando su cuerpo se acercó a besarlo.

—¿Y sabías que haría esto?

El profesor lo sostuvo de la cintura, más antes de que respondiera un gato de varios colores saltó a la mesa vestido con una faldita de tul, moñitos en la cola y en las patas, y chapitas pintadas en las mejillas.

Chuuya meció la cola de un lado a otro no muy a gusto con su nuevo look, en un silencioso reproche a los padres de quienes lo usaron para probar sus habilidades de estilistas, y enseguida bajó de vuelta al suelo.

—¿Crees que un gato pueda desarrollar problemas de identidad por ser usado de muñeca?

Siguiendo con la mirada a Chuuya deseó que la respuesta fuera una negativa.

—Para empezar, dudo que ese gato no esté acostumbrado —respondió Oda.

A su razonamiento Ango asintió. Por más que hablaban con Sakura y Yuu, estos insistían en usar a Chuuya de muñeca. En realidad, no los culpaba, el gato era la minina más hermosa que existiera.

En la sala, sentado en sus cuartos traseros, Chuuya observaba su reflejo en la puerta corrediza de cristal que daba al jardín enterrado en nieve.

—Luces radiante —comentó Dazai con un deje de burla. Traía un sombrero de copa sujeto por una liga blanca, y una corbatita improvisada con una hoja de papel coloreada y recortada, atada sin presión con estambre entorno a su cuello.

—Oh, sí, tan radiante —gruñó dándole la espalda a su pareja.

Estaba molesto. No soportaba que las crías de humanos lo tomaran como su juguete. A Dazai no le importaba serlo o no; no obstante, a Chuuya le resultaba incomodo pues, además de ser manipulado a voluntad ajena, por alguna razón los humanos se mostraban particularmente atraídos a él. Ese exceso de atención no le agradaba.

—No estuvo tan mal.

—A ti no te pusieron un polvo apestoso en la cara —farfulló con la lengua de fuera, tras intentar quitárselo con la pata y limpiarlo con la lengua—... que sabe vomito.

—No —Dazai se deshizo del sombrero pasando la pata por detrás para empujarlo, inclinando la cabeza hacia abajo—, pero creo que es su modo de expresar cariño.

—¡¿Ensuciándome?!

—Son humanos —justificó—. Tienen el cerebro de un ratón y nulo sentido común.

El calicó suspiró. Al restregársele Dazai, ronroneando, terminó por calmarse.

Un momento de paz tras el dolor de cabeza.

El cielo plomizo y el territorio blanco por la nevada le recordaron a Chuuya sus días en la calle, cuando era un callejero muriendo de hambre y frío, luchando por sobrevivir en una pandilla. Un gato de exterior que un día, más muerto que vivo, se encontró con un minino casero que le cambió la vida y le descongeló el corazón.

. . .

Notas:

La semana pasada anuncié que estamos cerca del final, pero creo que les dará un poco de tranquilidad saber que, si bien nos acercamos, con este capítulo estarían faltando cinco. ¿Qué les parece?

Historia de un GatoWhere stories live. Discover now