Érase una vez una familia...

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—¡Oda! —el grito de Ango le cruzó la espina dorsal en un relámpago, el pensamiento entumecido a causado de las múltiples (terribles) posibilidades que podrían haberlo causado. Sus hijos, su esposo, la familia que temió no formar dados los prejuicios de la sociedad, estaban en peligro.

En el lapso de segundos que separaba el afuera del adentro de su hogar, la urgencia de encontrar a Ango y sus pequeños atoró el aire en su garganta.

—¡Oda! —escucharlo lo orientó.

Fue del recibidor a la sala. Abrió la puerta corrediza. En medio del patio halló a Ango, la sombra alargada plasmada en el pasto por la luz del atardecer, vestido con el traje de la oficina.

—¡Ango! —profirió acercándose, el brazo extendido en su dirección, el corazón paralizado... y las risas de sus hijos inundaron el ambiente, seguidas de un par de maullidos adultos y dos maullidos diminutos.

El miedo se compactó en un capullo que no necesitó amplia incubación para abrirse, y revelar las alas del pánico.

Dos pasos al frente le dieron la vista entera del por qué de la palidez de su esposo.

Sakura, Katsumi, Yu y Shinji jugaban fascinados con un par de mininos: un amigable atigrado blanco de líneas negras, que le dotaban de la apariencia de un tigre albino; y un negro con las patitas y la punta de la cola blancas, elegante y arisco. Acurrucados cerca de la acción, intercambiando lametazos tiernos, Dazai y Chuuya entrelazaban colas, rodeados del aura orgullosa de los padres que presentan a sus hijos.

El profesor comprendió a Ango, que veía cumplido su mayor temor: éxodo felino.

Mientras Shinji le daba de comer pasas a Dazai —que las devoraba encantado—, en agradecimiento por traer a sus "retoños" con ellos, y Kazumi felicitaba a Chuuya por haberse convertido en "madre"; Oda advirtió la mirada que pasaba del horror a la sentencia sobre su cuello:

—Tú te haces cargo—declaró el fiscal, girándose y entrando a la casa.

Suspiró. No fue orden para deshacerse de los mininos, sino un modo de decirle que tendría que llevarlos al veterinario para desparasitación, encargarse de su comida, bañarlos, limpiarles la arena, etc., y lidiar con su resignación.

Viendo a sus hijos alegres y a la familia de felinos encantados, escuchando el nombre que los niños otorgaban a lo gatitos (Atsushi y Akutagawa), comprendió que valdría la pena... esperaba.

Toda su vida deseó una familia, y una numerosa —hijos peludos incluidos— era mucho mejor que cualquier sueño que pudo tener, pese a las consecuencias de la repentina anexión de un par de integrantes más.

Saboreando los restos de las pasas en su paladar, Dazai se giró hacia Chuuya que ronroneaba feliz lamiendo el pelaje de Atsushi, refugiado entre sus patas, Akutagawa corría alrededor de ellos en un triste intento de evitar ser atrapado por Yu y Sakura. Tras vivir en la calle, a expensas del frío, el hambre y el abandono, estar con el gato más importante de su vida y dos gatitos —además de los humanos—, era lo más cercano al paraíso felino que jamás pensó que conseguiría.

En esa casa humanos y gatos eran felices. Unos lo demostraban más que otros, pero todos coincidían en que, sin lazos de sangre, el amor los unía y los envolvía en la dicha de tenerse.

. . .

Nota:

Dos cosas:

La primera es una enorme disculpa por el atraso. Han sido demasiadas cosas juntas estos días en el trabajo, y eso me ha detenido de poder como habría deseado.

La segunda, es que este podría decirse que es el final, o al menos eso pensé que sería, hasta que terminé escribiendo el epílogo, que deseo de todo corazón subir el sábado. Espero poder hacerlo, y con ello también pienso subir una foto de mis gatos, para que puedan darles un rostro.

De este capítulo, si algo se refleja de mis bebés, es que Bon amaba las pasas. Sí, así como lo leen, ese gato raro amaba comer pasas. Eso y que entre Bon y Dui prácticamente adoptaron, no a dos gatitos, pero si a una gatita que se llama Botitas.

Historia de un GatoWhere stories live. Discover now