Voluntad de gato es ley...

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Bien dijo Marcel Mauss, padre de la etnología francesa, que el gato es el único animal que ha logrado domesticar al hombre. Quien esté en desacuerdo probablemente nunca ha tenido un gato, o no conoce a Dazai, la encarnación más fiel de la esencia felina.

En la casa Sakunosuke el gato de cuatro meses mandaba y el resto obedecía, aunque ocasionalmente concedía una pizca de poder a su predecesor en el mando, con el propósito de lograr una administración adecuada del hogar. El hombre de gafas y un lunar encima del labio, al que los niños llamaban "papá" y el otro adulto "amor" —en tonos que iban del cariño al miedo de ser asesinado—, aun no se acostumbraba del todo a su nueva posición, y de vez en cuando ofrecía una resistencia risible.

Bostezó, estirando las patas frontales y elevando el trasero, formando una hermosa línea perpendicular con su agraciada anatomía, envidia de cualquier practicante de yoga. Amasó la alfombra de la sala. Le apetecía un lugar alto y confortable como nuevo objetivo de siesta, y nada mejor para eso que un regazo.

La atención de la familia entera se hallaba en una película, por lo que nadie se percató de sus intenciones. Sentado en sus cuartos traseros movió la cola de un lado a otro, analizando. Alternó la vista entre los adultos, y optó por Oda. No estaba de humor para lidiar con las quejas de Ango.

Preparó el saltó y concluyó. Obtuvo risas de los pequeños, una amonestación esperada y la caricia de una mano gigante con la que se fue apaciguando el ambiente, de vuelta en la calma. Calma parcial, pues de cuando en cuando el fiscal lo miraba por el rabillo del ojo no muy a gusto.

A mitad de película, siendo una noche calurosa, dejó las patas colgando por el costado de la pierna derecha de Oda, sumido en un letargo delicioso.

Veinte minutos más tarde, habiendo probado cinco posiciones diferentes, los bigotes le temblaron. Soñaba.

Soñaba con el calor y la suavidad de una madre lamiéndole el costado y empujándolo en su ceguera de recién nacido a su mama para alimentarlo. Percibía su ronroneo, y el chillido tumultuoso de sus hermanos, montón de bolas peludas que lo aplastaban y en los que hacía cama. Soñó con esos ratos en que su madre cazaba, y él se quedaba apretujado con los demás, temeroso, para luego ser arropado por la lengua cariñosa que les devolvía la sensación de seguridad.

Soñó con eso, y con la pesadilla de unas semanas después de que abrió los ojos. Perros.

Los ladridos sin imágenes bastaron para arrastrarlo a la desesperación, en un miedo primigenio que se alzó encima de su temperamento gatuno, activando el instinto de huida que lo tiró al suelo.

Aterrado observó su entorno. Vio a Ango preocupado, a Oda confundido, y oyó a los niños en la cocina picando galletas.

Retrajo garras. Recuperó la dignidad lamiendo indolente su pata.

Los ladridos le reverberan en las orejas frescos, los gañidos de su madre y hermanos al morir, el crujir de sus huesos y el desgarrar de su carne le erizaban la punta de la cola; más no lo iba a demostrar.

Salió al patio, donde la luna coronaba la noche recién entrada de domingo.

En la paz nocturna, tras la pesadilla, un maullido posó sus cuatro patitas ariscas y su cola erizada.

Ningún humano lo escuchó, sólo Dazai, al menos ese día así fue.

. . .

Notas:

Lamento mucho el retraso de este capítulo, pero me llegó un bloqueo muy feo con un fanfic, y eso terminó afectando en efecto domino a mis demás historias... pero, ¡ya estoy de vuelta con los gatitos!, y con buenas noticias porque, ¿adivinan quién llegará por fin?

Historia de un GatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora