Hay que reconocer que...

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Los jardines de la familia Sakunosuke resplandecían con un intenso verde, envidia de la cuadra entera. En la sobremesa de los vecinos eran tema de conversación de diario: "¿Usarán algún tipo de abono especial?", "¿cuánto tiempo valioso desperdiciarán en mantenerlo hermoso para restregárselos en la cara a los demás?", "par de engreídos". La gente chismorreaba y calumniaba a espaldas de la familia, cuyo secreto para conseguir tan envidiable jardín eran las hormonas de su gato.

Por la mañana el desgraciado estaba en la puerta delantera, montado en la preciosa gatita calicó a la que los niños llamaron Michiko, a pesar de las protestas de Ango, que quería evitar familiarizarse con la criatura. El fiscal tomaba una bandeja de agua y se las echaba encima, separándolos. El primer riego. El segundo iba a la puerta delantera, al marcharse los niños a la escuela. El tercero salía para la puerta trasera, en el desayuno de los esposos. El cuarto se daba en la delantera al irse. El quinto en la delantera al regresar la familia a casa. Del sexto al decimotercero se repartían a lo largo del día por el pasillo en el extremo derecho de la propiedad, que unía ambos patios, y en ambos patios.

¡Jardines bien regados!, ese era el secreto de que el pasto creciera soberbio y de que sus peonias y rosales florecieran sublimes desde hacía un mes... Ango se hallaba al borde del colapso.

—No podemos entregarla a la perrera. Lo más seguro es que la sacrificarían —murmuraba, de brazos cruzados frente al espectáculo que Dazai le ofrecía con Michiko—. Tampoco podemos darla en adopción, primero tendríamos que llevarla al veterinario a revisión —responsable ante todo—, y eso ilusionaría a los niños —que a esa hora dormían.

—¿Y sí sólo admites que debemos esterilizarla y aceptarla en casa?

La mirada que Ango le dedicó a Oda le quitó el color de la cara al maestro, que de pronto sintió que el mundo era un lugar frío, obscuro y tenebroso.

—Só-sólo decía —alzó las manos a la altura del pecho en un ademán de protección y rendición.

La gatita maulló girándose debajo de Dazai para soltarle un zarpazo y un bufido, después de que acabara, echando a correr a los arbustos.

—¡Es la única opción! —tuvo que aceptar Ango. Iban contra reloj. Si no actuaban pronto, Dazai preñaría a la pequeña, o le haría daño con su maldito deseo sexual—. Mañana te llevas a Michiko, y de una vez te digo, Oda —entrecerró los ojos al dirigirse a él—, no voy a tolerar más gatos en esta casa.

El pobre hombre se quedó plantado en su sitio, aterrado, y sin saber cómo se suponía que tendría que impedir un imaginado éxodo felino.

Sentado en sus cuartos trasero, acicalándose las patas delanteras y luego las orejas, Dazai se regodeaban en lo bien que estaba yendo su nuevo proyecto de vida, y en la sorpresa que les esperaba a sus humanos cuando se enteraran del pequeño secreto de a quien erróneamente llamaban "Michiko".

. . .

Nota:

Por causas del trabajo voy a cambiar los días de actualización a los domingos. Disculpen el gran retraso que he tenido en últimas fechas.

Volviendo a lo importante: escribir esto es revivir los días en que mi Bon nos trajo a conocer a "Estela", una preciosa minina... ajá... minina.

Historia de un GatoWhere stories live. Discover now