Prólogo.

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La noche lucía bastante despejada para un día en el cual había llovido gran parte del día. Era fascinante la manera en la que las estrellas bañaban y decoraban el cielo dándole un aura mágica a todo aquello que recibía la brillante luz de luna que esa noche estaba llena.

De cualquier manera, no se trataba solo de la luna o las estrellas, la noche prometía bastante al grupo de personas que se reunían alrededor de una fogata en busca de algo de diversión. Así pasaban las horas mientras hablaban y bebían, nada fuera de lo normal para un grupo de adolescentes con ganas de vivir la vida. La noche avanzaba y los presentes empezaban a dejarse llevar por los efectos del alcohol, nada muy dramático, solo quedarse dormidos a la mitad de una historia o algo parecido.

Lo que había empezado como un campamento libre de las típicas tareas para reforzar el trabajo en equipo o alguna otra tontería que, ahora en plena adolescencia, ninguno de los presentes quería realizar o siquiera soportar. Probablemente lo único que tenía de campamento era el nombre y la excusa que le habían dado a sus padres para poder ir. Al menos se la pasaban bien.

Quedaban apenas dos parejas en pie aún y, en comparación de sus amigos y de cualquier persona en general en varios kilómetros a la redonda, se hallaban bastante sobrios. Todos con razones diferentes pero sobrios, al fin y al cabo.

Cada pareja hablaba entre sí en susurros, como si estuvieran compartiendo un secreto. Sonreían, hablaban y trataban de alargar el momento lo más que podían. Finalmente, uno de los chicos, el de los ojos más impresionantes, se levantó dispuesto a llevar su trasero a su cama dentro de la cabaña. Bostezaba cada una palabra; se notaba bastante cansado y tenía razones para estarlo. Se había prometido seguir una rutina todo el verano, si le iba bien ese tiempo se plantaría seguirla todo el tiempo que pueda hasta hacerla un estilo de vida. Necesitaba estar en forma, tanto hacer ejercicio como comer de manera sana, para la vuelta a la escuela. No lo hacía por vanidad sino más bien, porque así podría presentarse a las pruebas de básquetball.

Además, le había prometido una caminata por el lago a la preciosa joven que ahora lo miraba con sus grandes ojos café antes de darle un beso casto en los labios. Era preciosa para tener apenas quince años e incluso había veces que consideraba incluso haberla visto en la televisión, tal vez en el cine. Sí, tal vez en las películas antiguas donde todas eran tan elegantes y bellas que te robaban el aliento.

Le dio un último beso antes de levantarse entre bostezos para despedirse de los otros dos. Caminó hasta hacer casi nula la distancia entre él y la otra pareja. Iba a abrir la boca cuando el otro joven negó con la cabeza y señaló a la otra muchacha que acababa de cerrar sus ojos en los brazos del chico. Su respiración era profunda y supuso que dormía. Le hizo un gesto de despedida con la cabeza al chico para finalmente guiñarle un ojo y dar una vuelta sobre sus talones para entrar a la cabaña.

Pasaron los minutos y no se escuchaba más que el sonido de las ramas mecerse y de algunos insectos comunicarse entre ellos. Incluso el sonido del lago, un poco lejos de la cabaña, parecía haber desaparecido sometido ante el absoluto silencio que reinaba en el lugar.

El chico con la joven en los brazos observaba al frente con la mirada perdida, necesitaba calcular bien el tiempo antes de hacer cualquier movimiento. No quería levantar a la chica ni a ninguno de los otros presentes. Se perdió entre el tiempo que transcurrió desde ese momento hasta cuando tuvo la valentía de hacer el primer movimiento. Agradeció que la chica estuviese tan cansada y tuviera el sueño tan pesado que no hizo ni un movimiento fuera de lo normal. Con toda la agilidad que tenía, se deshizo del abrazo de la chica y la dejó descansar a un lado con toda la sutileza que se podía permitir tener. Tenía que calcular bien los movimientos que haría a continuación. Premeditados y silenciosos, esa era la clave.

Doble Error.Where stories live. Discover now