01 | Mi rata es una superviviente.

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01 | Mi rata es una superviviente


ALEX

La suave melodía de una canción que todavía no existe, como tal, suena dentro de mi cabeza. Tamborileo con el lápiz sobre el cuaderno, moviendo la cabeza al ritmo de mi tambor imaginario. He llenado dos pentagramas torcidos de notas mal dibujadas y no dejo de pensar en cómo se sentirá tocarlas con el piano. Me entallo el interior de la mejilla con los dientes. Luego, sacudo la cabeza.

Cierro la libreta con fuerza y el impacto hace eco en toda la habitación. Suspiro mientras recuesto la espalda en la pared. Me llevo las manos a la cara, e intento con todas mis fuerzas olvidar la canción. Necesito sacármela de la cabeza. Estoy obsesionándome con algo que no me llevará a nada. Algo que no podré tener. Ya no.

Pero todo está en silencio y eso me complica mucho las cosas. Le echo un vistazo al armario descuidado y al montón de cajas que hay al fondo del cuarto. Hace frío en este lugar. Se me está congelando el trasero. Ojalá tuviese otro sitio en donde sentarme, porque el suelo está helado, pero no hay sillas ni mesas; Barney, el conserje, solo utiliza esta habitación para guardar sus cepillos y sus fregonas.

A pesar de todo esto, admito que a mí me resulta acogedora. Supongo que por eso paso tanto tiempo aquí dentro. Bueno, por eso, y porque casi todo lo que hay allí fuera me aterroriza. El pasillo del instituto está lleno de abusones. Sobre todo a principios de curso, que es cuando eligen a sus víctimas. Los deportistas del Instituto del Norte son todos unos idiotas, pero se pasan la vida entrenando y sus brazos son tres veces más anchos que los míos, así que tengo mis razones para tenerles miedo.

Este es mi último año de instituto y tengo un único propósito: tener un curso tranquilo. Nada de problemas. Nada de peleas. Nada de perder el tiempo.

Nada de música.

Tras soltar un suspiro de fastidio, busco a tientas mi mochila para meter dentro el cuaderno y el estuche. Si quiero empezar el curso con buen pie, no debería estar faltando a clase. Llevo una hora aquí dentro. Creo que me he perdido matemáticas.

Sin embargo, en cuanto agarro la agarro por el asa, la mochila empieza a moverse sola. La suelo con rapidez y dejo que se caiga al suelo.

Entonces, se oye un chillido estrangulado.

Pero, ¿qué...?

Estoy empezando a temer que mi mochila haya sido poseída por el diablo. Me ayudo del lápiz para abrirla un poco, y de pronto distingo dos ojos saltones que destacan en la oscuridad del cuarto del conserje. El animalillo, que parece una bola de pelo, se reacomoda con molestia. Se me ralentiza el corazón.

Gracias al cielo, lo que hay en mi mochila no es un demonio.

Sino una rata.

Petunia, algún día me matarás del susto.

Resoplo, echo la cabeza hacia atrás y miro a la rata. Ella sigue olisqueando mis cuadernos, como si nada. Pongo los ojos en blanco mientras enrollo la mochila un poco, sin cerrar la cremallera, para que no se escape. No tengo ni idea de cómo diablos ha llegado ahí, pero algo me dice que ha sido cosa de Blake.

Voy a matarla en cuanto la vea.

La verdad es que siempre he odiado a este bicho. Todavía recuerdo el chillo que pegué la primera vez que lo vi. Cuando Blake me dijo que quería una mascota, pensé que adoptaría a un perro. O quizás a un gato, si nos poníamos exquisitos. Pero al final se decantó por algo mucho menos convencional. Y me presentó a Petunia.

Cántame al oído | EN LIBRERÍASWhere stories live. Discover now