31 | El precio de soñar

41K 5K 8.6K
                                    

31 | El precio de soñar

Holland

Los días transcurren muy rápido y, cuando queremos darnos cuenta, estamos en mayo y las últimas semanas de curso se nos echan encima. Que ya no esté obsesionada con ser la «alumna perfecta» no significa que no me preocupe por mis notas. He trabajado mucho para mantener mi media de sobresaliente durante todo el curso, y llamémoslo orgullo o amor propio, pero no pienso echar todo ese esfuerzo a perder en los exámenes finales.

Siempre me he considerado una persona inteligente. Tengo buena memoria y comprendo la teoría con facilidad. Cuando era pequeña, solía hacer todos mis deberes del fin de semana el mismo viernes por la tarde, en cuanto volvía del colegio. Soy una persona responsable. Una alumna aplicada. No porque me lo haya inculcado nadie, sino porque yo soy así.

Y, a pesar de eso, no puedo negar que últimamente me cuesta concentrarme.

Sacar tiempo para estudiar conlleva renunciar a hacer planes con los chicos y pasar más tiempo en casa. Intento subsistir en mi habitación y no salir más que para lo necesario, porque el ambiente que reina en este sitio —al que se supone que debería llamar hogar— es todavía muy tenso. Han pasado dos meses desde que rompí con Gale, pero mamá sigue sin dirigirme la palabra.

Solo me habla cuando es estrictamente necesario y, por supuesto, cuando tenemos invitados. No ha vuelto a preguntarme por mis notas o mis amigos, ni sobre mi día a día, en general. Está tomándose muy en serio todo eso de «desaparecer de mi vida». Ojalá pudiera mentir y decir que no me duele, pero la verdad es que su silencio me parece una tortura. Aunque no hayan vuelto a sacar el tema, creo que papá y ella siguen creyendo que cometí un error la noche del baile, cuando dejé a Gale, y una parte de mí sabe con certeza que, haga lo que haga, nunca conseguiré que cambien de opinión.

Si por mí fuera, me pasaría el día entero encerrada en mi habitación. Por desgracia, mi vida está llena de distracciones y todas tienen nombre y apellido y, honestamente, hay algunas que son mi debilidad.

—Owen, no era una sugerencia. Quieras o no, vas a venir.

—¿Desde cuándo ser mi novio te da derecho a darme órdenes?

Alex suspira, pero no me tomo el tiempo de mirarlo. Cierro la taquilla y echo a andar a toda prisa por el pasillo. Las clases terminaron hace como cinco minutos y ya voy con retraso. Quiero llegar a casa cuanto antes para ponerme a estudiar. Mañana tengo examen de economía, una asignatura creada específicamente para torturarme, y, aunque llevo días estudiando, todavía no me lo sé tan bien como me gustaría.

Salgo del instituto con mi novio pisándome los talones. Me encanta que sea tan alto, excepto en momentos como este, cuando puede usar sus dichosas piernas de gigante para adelantarme con un par de zancadas.

—No estoy hablándote como novio, sino como amigo. —De nuevo, no me molesto en mirarle. Se impacienta y me agarra del brazo—. Owen —insiste.

Voy realmente con prisas y que insista me saca de quicio. Intentando no perder los estribos, me vuelvo hacia él y enarco las cejas para animarle a hablar de una vez. Mientras antes escuche lo que tiene que decir, antes podré irme.

Sin embargo, las palabras que salen de su boca me desarman por completo.

—Estoy preocupado por ti.

Aprieto los labios y desvío la mirada.

—No tienes por qué...

—Eres la persona más inteligente que conozco. Sabes tan bien como yo que lo vas a bordar en los exámenes. Necesitas tomarte un descanso, Owen. No puedes pasarte encerrada estudiando todo el día. Ser tan exigente contigo misma no te hará sacar mejores resultados. —Da un paso para ponerse delante de mí y me mira a los ojos—. Es solo una noche, ¿vale? Los chicos echan de menos verte en nuestros conciertos.

Cántame al oído | EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora