08 | Rota en pedazos

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08 | Rota en pedazos


Holland


Todo el mundo ha visto la fotografía.

Anoche, cuando entré en Instagram, ya tenía más de seiscientos me gusta. He recibido decenas de mensajes desde entonces. Algunos son de cuentas anónimas cuyos nombres de perfil son bastante ridículos (tales como @anónimo123 o @nosabesquiénsoy44) que se dedican a llenar mi buzón de mensajes de insultos e improperios. Sin embargo, no acaparan más del 20% del total.

Los restantes pertenecen a chicos de mi edad. Al parecer, que me haya enrollado —supuestamente— con un tío en el cuarto del conserje les da mucho morbo a todos, porque nunca me habían tirado los tejos con tanta avidez. Y es repugnante.

Sin embargo, nada de eso me preocupa. Es muy fácil huir de las redes sociales. Solo hace falta apagar el móvil y no he utilizado el mío desde ayer. Allí no es donde están mis problemas; sino aquí, en el mundo real, donde no hay forma de esconderse. Ahora que todos han oído los rumores, siempre me siento observada, vaya a donde vaya.

También escucho cosas. Mis compañeros susurran en clase y ya he pillado a varias chicas señalándome con disimulo mientras camino por los pasillos. Creen que Gale va a romper conmigo. Que lo nuestro está más que acabado. Que soy mala persona. Una zorra. Que voy a quedarme más sola que nunca. Que Gale tiene demasiadas pretendientes como para perder el tiempo con alguien como yo.

Porque no merezco la pena.

Lo peor de todo es que ni siquiera sé si es verdad. Llevamos sin hablar desde ayer. También he ignorado las llamadas de Sam y anoche me encerré en mi cuarto antes de que llegaran mis padres. Los rumores se corren muy rápido y estoy angustiada. No quiero enfrentarme a ellos todavía. ¿Qué, si piensan que todo es cierto? Mis palabras no valen nada contra una prueba tan verídica como esa fotografía.

Si no me creen, me rompería en pedazos.

De manera que, sí, estoy asustada. Más que eso: estoy atemorizada, pero no puedo dejar que nadie lo sepa.

Apoyo las manos sobre el lavabo y mi reflejo me devuelve la sonrisa. Mis labios están tirantes, pero se me da terriblemente bien fingir y, viéndome así, cualquiera creería que mi vida es maravillosa. He cubierto mis ojeras con maquillaje —no he podido dormir— y llevo un peinado muy cuidado que me ayudará a disimular que no tuve fuerzas para lavarme el pelo ayer por la noche. Por fuera, sigo siendo la Holland de siempre. La que es perfecta.

Por dentro, las cosas son diferentes.

Solo para asegurarme, me aplico un poco de bálsamo en los labios y me retoco la máscara de pestañas antes de guardarlo todo en mi bolso. Después, sonrío hasta que me duelen los labios y mi felicidad resulta creíble, y salgo del baño.

No pienso dejar que esa ridícula instagrammer pueda conmigo.

Fuera me espera una odisea. Es la hora de comer, así que el pasillo está lleno de gente. Siento que me observan mientras paso frente al aula de matemáticas, en dirección a mi taquilla. Voy a coger mi libro de literatura y después me refugiaré en la biblioteca hasta que suene la campana.

Ir a la cafetería sería un acto suicida. Lo mejor será que actúe con normalidad, pero, eso sí, evitando siempre las aglomeraciones de gente. Conozco a mi novio y por eso sé que estará en donde esté la multitud. Tendré que hablar con él tarde o temprano, lo sé; pero prefiero esperar y hacerlo fuera del instituto, cuando esté más tranquila y sepa qué voy a decirle.

Cántame al oído | EN LIBRERÍASWhere stories live. Discover now