24 | Quien soy en realidad

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24 | Quien soy en realidad

Holland

Quien dice que el silencio no duele es porque no lo conoce tan bien como yo.

El resto de la semana transcurre con una lentitud insoportable. Voy del instituto a casa y me encierro todas las tardes en mi habitación para estudiar porque necesito mantener la mente ocupada. Los chicos quedan para tocar todos los días y se me da bastante bien inventarme excusas para no asistir a ninguno de sus ensayos.

Su compañía suele distraerme, pero ahora no soporto estar con ellos. No saben exactamente qué pasa entre Gale y yo. Se supone que seguimos juntos, pero seguramente han notado que intento con todas mis fuerzas no cruzarme con él por los pasillos, y que, cuando nos vemos, siempre le lanzo miradas llenas de desdén. En ocasiones me entran ganas de estampar su cabeza contra una pared y tengo que consolarme pensando que, después de la noche del baile, todo se habrá acabado.

Una noche. Solo tendré que aguantarlo durante una noche.

Todos los días me siento con mis amigos para almorzar, pero me cuesta mirarlos a la cara. Sé que nunca me juzgarían en voz alta, pero me duele imaginarme lo que pensarán sobre la decisión que a sus ojos he tomado. Quizá piensan que soy patética, que estoy desesperada. Que no tengo ni una pizca de amor propio.

Que, como me dijo Alex, necesito que me quieran.

Sería más sencillo si supieran la verdad. Sam, que me conoce mejor que nadie, no tarda en notar que algo va mal y se pasa toda la semana intentando sonsacarme información. Sin embargo, ni siquiera me planteo contarles lo que ha pasado. No puedo arriesgarme a que llegue a oídos de Alex y todo se vaya a pique.

El viernes por la noche, los chicos dan su segunda actuación en el Brandom. Esta vez, están mucho menos nerviosos. Tocan con más soltura y la voz de Alex cautiva al público. Me dedico a animarlos desde la barra, mientras Bill me cuenta cosas triviales. Cantan Mil y una veces y Mason se adueña del micrófono para publicitar su canal de YouTube.

Nos quedamos a cenar allí y escucho sus anécdotas en silencio. Es incómodo participar en una conversación cuando uno de los participantes te ignora descaradamente. Alex no ha vuelto a mirarme desde que rechacé sus disculpas hace días en el pasillo y, aunque debería sentir alivio, porque está dándome la distancia que buscaba, la verdad es que su silencio me duele más que ninguno.

Me voy a casa temprano y ni siquiera dejo que Sam me acompañe por el camino.

Ojalá supiera que, si estoy haciendo todo esto, es por él. Todavía tengo presente nuestra discusión y yendo al baile con Gale estoy demostrándole que en parte tenía razón; al menos, esa debe ser su concepción, aunque la realidad sea completamente distinta. La realidad es que llevo toda la semana intentando sacarme su nombre de la cabeza y que, pese a todos mis esfuerzos, no soy capaz.

Toda mi exasperación, sumado a que tendré que pasarme toda la noche con Gale y que Alex sigue tratándome como si no nos conociéramos, hacen que la noche del sábado, cuando me planto frente al espejo con mi vestido para el baile, me entren ganas de llorar.

—Estás preciosa —dice mamá, poniéndome las manos sobre los hombros. Fuerzo una sonrisa.

Mi vestido es sencillo; corto, sin mangas y con vuelo. Seguramente mamá se habría decantado por un conjunto más espectacular, pero a mí me gusta cómo el blanco contrasta con mis mechones pelirrojos. Quería hacerme un moño, pero he insistido en llevar el pelo suelto, y apenas me he maquillado. Estoy destrozada por dentro, pero esta es la primera vez que me miro al espejo y me veo realmente bien.

Cántame al oído | EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora