10 | Nociones básicas de supervivencia

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10 | Nociones básicas de supervivencia

Alex


No puedo sacármela de la cabeza.

Han pasado tres días desde que La Dama Rosa publicó la fotografía y, para mi sorpresa y la de todos, todavía sigo de una pieza. Ahora que vivo en constante peligro, he cambiado mi manera de ver el mundo y todos los días, cuando me despierto, me siento afortunado por poder ver la luz del Sol. Vale, quizá esté exagerando, pero no miento cuando digo que nunca, jamás, me había alegrado tanto de tener todas las extremidades en su sitio.

En realidad, tampoco sé exactamente a qué se debe mi supervivencia. Puede que me haya pasado días escondiéndome como una comadreja, pero también he asistido a todas mis clases y no me he topado con ningún exnovio celoso dispuesto a aplastarme la cabeza.

Supongo que será gracias a Holland. Con algo de suerte, por fin habrá conseguido hacer entrar a Gale en razón y el habrá abandonado sus instintos asesinos para dedicarse exclusivamente a ser un capullo. No obstante, es solo una teoría y, a juzgar por lo abatida que parecía ayer, cuando nos vimos en el Brandom, está bastante desencaminada.

Siendo sincero, es un alivio.

Se merece a alguien mejor que él.

No dejo de pensar en ella, y no me refiero a Owen, sino a la canción. A esa melodía que escribí a medias en mi cuaderno y que hice sonar, sin pararme a pensar en ello, cuando Holland me lo pidió. Me pregunto si se dio cuenta de que estaba improvisando. Nunca me había pasado nada parecido. La inspiración se adueñó de mis manos y, de pronto, empecé a tocar una canción que ni siquiera yo conocía.

Ahora no paro de darle vueltas. Por un lado, me siento orgulloso de mí mismo; es una idea buena, lo admito, que podría convertirse en algo grande. Sin embargo, existe esa otra parte de mí, esa que es más racional y que tiene los pies atados al suelo, que hace que, siempre que pienso en ello, me invada la culpabilidad.

Se suponía que este año sería diferente. Se lo prometí a papá. Nada de perder el tiempo. Por eso he dejado todos mis cuadernos y mis auriculares en casa esta mañana. Nada de distracciones. Eso es lo que me ha traído aquí, al temido comedor de mi instituto; no puedo seguir escondiéndome eternamente. Nada de música.

Necesito mantener la cabeza ocupada.

Por suerte, Blake sigue empeñada en hacerme compañía y solo tarda unos minutos en hacerse sitio en mi mesa. Lleva el pelo recogido en un moño descuidado y una camiseta negra, con una rosa impresa en el pecho, que le queda lo suficientemente grande como para que pueda usarla de vestido. Coloca su bandeja frente a la mía y me roba un puñado de patatas fritas.

—Adelante, sírvete —musito con ironía. Ella me dedica una gran sonrisa.

—¿Sabes? Me alegro de que hayas vuelto a la normalidad. Creía que ibas a pasarte todo el curso esquivando a los deportistas.

Ojalá pudiera. Estar aquí me genera un continuo sentimiento de tensión. A pesar de que la cafetería está llena, me siento muy expuesto. No se me da bien camuflarme entre la gente. Básicamente porque, aun estando sentado, le saco veinte centímetros a más de uno.

—He decidido que, si tengo que morir, prefiero hacerlo con valentía.

Mi hermana muerde su bocadillo y pone los ojos en blanco.

—Eres un dramático.

—De todas formas, me habría costado mucho seguir huyendo de los deportistas, ahora que mi hermana parece haberse hecho amiga de todo el equipo.

Cántame al oído | EN LIBRERÍASWhere stories live. Discover now