18 | Arriésgate a que te rompan el corazón

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18 | Arriésgate a que te rompan el corazón

Alex

Todas mis canciones suenan a ti.

Me muerdo el labio. Solo me falta pensar en el estribillo y lo ideal sería que estuviera lista para la semana que viene. Que los chicos piensen que Una y mil veces es buena no significa que no necesitamos más canciones. Unas más potentes, más reales. Unas que hagan sentir más cosas. Y que exploten dentro del pecho de quien las cante.

Eso es música de verdad.

Tamborileo con los dedos sobre la barra del Brandom, que está vacío porque todavía es temprano. Se supone que he quedado con los chicos para ensayar, pero son casi las cuatro y todavía no están aquí. Ahora que, gracias a Dodo, Owen y yo no estamos castigados, es imposible que podamos colarnos en el instituto por las tardes; así que nos conformamos con bajar al sótano en los recreos. Ni siquiera hemos considerado acercarnos allí a cualquier otra hora del día.

Ninguno de nosotros quiere acabar sentado en la parte trasera de un coche patrulla.

Ya he tenido suficientes problemas en lo que llevamos de curso.

Lo más complicado ha sido lidiar con la ausencia de Owen. Dodo preguntaba por ella constantemente, ya que nunca se dignaba a aparecer. Tuve que inventarme una excusa y decirle que su primo tercero había tenido un accidente y Owen tenía que ir todos los días a visitarlo al hospital. La historia conmovió tanto a Dodo que estuvo una semana preguntándome por ella diariamente, y pidiéndome que le mandara besos y ánimos de su parte.

Según Sam, Owen no tiene ningún primo tercero, de manera que no tengo que preocuparme por si mi excusa resulta ser un mal augurio.

Hace una semana desde que nos dieron las vacaciones y ahora el Brandom se ha convertido en nuestro lugar de reunión. Hemos venido todos los días, a excepción del día de Navidad. Nos pasamos aquí todas las tardes. Aunque intente disimularlo, sé que Bill está encantado. Antes siempre me dejaba a cargo del bar por las tardes, pero, desde que ensayamos aquí, viene a vernos todos los días.

Hoy no ha sido la excepción. Pasa por detrás de mí, silbando, y da un golpe seco sobre la barra que me hace pegar un respingo.

—Como sigas pegando tanto la nariz al papel, te dejarás la vista —me advierte, como siempre, preocupándose por mí de sobremanera. No me molesto en mirarlo.

—¿Quieres que te diga qué te pasará a ti si sigues fumando? —contraataco. Cuando levanto la vista, Bill pone los ojos en blanco y resopla con molestia.

—Métete en tus asuntos, Alexander.

—Si tanto te molesto, despídeme.

Se vuelve hacia mí con las cejas alzadas e intento que mi rostro permanezca serio. Finalmente, es él quien cede. Esboza una sonrisa burlona y señala amenazadoramente con su cigarrillo. Si mis cálculos no fallan, es el tercero del día.

—No me tientes, chico —gruñe, antes de entrar en la barra y teclear una combinación en el ordenador para abrir la caja registradora. Me echo a reír.

Por desgracia, mi humor no tarda en decaer. Suspiro y miro, de nuevo, mi canción. Todavía no he querido enseñársela a nadie. Ni siquiera a Blake, que me pilló escribiéndola anoche y estuvo insistiendo durante casi una hora. Una parte de mí quiere guardarla en un cajón para que nadie pueda oírla jamás. Me gusta cómo suena, y eso es un problema porque está llena de cosas que no me atrevo a decir en voz alta.

Es la canción más real que he escrito. Pero también es la que más duele.

Suspiro mientras me paso una mano por el pelo, frustrado. Al oírme, Bill levanta la mirada y silba.

Cántame al oído | EN LIBRERÍASWhere stories live. Discover now