TIERRA

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- Muy bien chico, lo lograste. 

Plagg y el maestro se acercaron  a él con miradas cómplices. Por fin había logrado por sí mismo una transformación y no necesitaría más de ese disfraz absurdo, como lo había llamado una vez. 

- ¿Qué es esto, maestro Fu? 

- Eso, joven Adrien, es su primera canalización de energía. 

- ¿Es esto a lo que se refería?

-¿Esperaba algo más?

- Bueno... pues si, pensé que tendría poderes increíbles, que cambiaría de aspecto, no sé, algo raro. 

- ¿Ya se vió en el espejo?

Adrien lo miró confundido y se dirigió a uno de los espejos laterales. Su ropa era completamente diferente, era más acorde a su estilo, pero lo más impresionante eran sus ojos. Sus pupilas eran alargadas y hacia que pareciera un verdadero felino. 

- Maestro, no quiero sonar como un inconforme desagradecido, pero ¿no cree que esto es insuficiente para que ella me reconozca? Quiero decir, mis ojos son del mismo color, igual mi cabello y mi cara es exactamente igual. Nos conocemos de hace años, estoy seguro que me descubrirá. 

Plagg suspiró como si acabara de decir lo más estúpido del mundo. El maestro sólo lo miró con compresión y paciencia. 

- Usted no lo nota, joven amigo, pero acaba de crear un escudo increíble a su alrededor. No se ve para nada igual a como es realmente. La magia que lleva con usted lo protegerá en todo momento. Ahora, puedo pensar cuándo reunirlos a usted y a la señorita Marinette, pero por ahora, hay algo que  tengo que intentar con usted. Vuelva a golpear el saco. 

Adrien lo miró sin comprender y luego miro el saco con indiferencia. Le había dado cuatro golpes y sí, cambió su ropa, poca cosa según él, pero no había visto que hubiera pasado algo más. Se acercó y lo sostuvo entre sus manos. Volvió a evocar el recuerdo de su madre y sin mucho ánimo lanzó un puño. 

- Concéntrese, no piense en lo que quiere que pase, solo deje que todo fluya.

El rubio volvió a mirar el saco. Tomó aire, lo sostuvo un momento y luego lo soltó. Se puso en posición y empezó a lanzar golpes. Uno detrás de otro. Sus puños se volvían cada vez más rápidos y dañinos, hasta que finalmente un golpe abrió la tela del saco y la arena empezó a caer al suelo. Ni Plagg ni el maestro dijeron algo, observaban callados a la espera de lo inesperado. 

Adrien se acercó al suelo despacio, algo en aquella arena le llamó la atención y lo hizo moverse hacia ella,  pero grande fue su sorpresa cuando la arena fue la que se movió hacia sus manos. Confundido movió sus manos en varias direcciones, haciendo que esta se moviera al igual que él. La emoción lo volvió casi infantil, con energía renovada empezó a moverla de un lado a otro, hacía figuras y luego las destruía. Pero luego un pensamiento llegó de golpe: unos ojos azules lo miraban con intensidad y una sonrisa tímida le movieron todos sus recuerdos. Cuando logró salir de su ensoñación, Marinette estaba parada justo en frente de él, mirándolo directo a los ojos y sonriendo con ternura. El chico se quedó completamente helado, ¿no se suponía que ella no debía saber que él estaba ahí? Ni siquiera podía saber que su versión enmascarada vivía en el mismo castillo. 

La miró un largo rato, no se atrevía a moverse, pero con el paso del tiempo notó que habían cosas en esa chica que no estaban del todo bien. No estaba ese brillo en su mirada, no se le formaban esas diminutas arrugas al lado de sus labios cuando sonreía, su piel se veía menos suave, y no tenía esa misma actitud inquieta y descomplicada. Dio un paso hacia ella y otra imagen llegó a su mente: unos ojos púrpura lo miraban, el enojo chispeaba en sus pupilas, la piel grisácea y marcada le daban un aspecto casi pútrido, su sonrisa torcida y de dientes perfectos le causaron escalofríos. Regresó su vista a Marinette y notó que estaba completamente diferente, sus ojos estaban rojos, su cabello suelto cubría parte de su rostro y lo miraba con odio. Ella se abalanzó hacia él, Adrien cerró sus ojos presa del pánico y al notar que no pasaba nada volvió a abrirlos con lentitud. El maestro Fu estaba parado en frente de él con un kwami parecido a una tortuga, interponiéndose entre él y un extraño ser de arena. El rubio se enderezó y tomó una vara metálica que estaba cerca de él.  Sintió que había algo raro en ella, pero tendría que averiguar eso después. Esquivó al maestro y al kwami y golpeó al ser de arena con toda su fuerza, haciendo que este se esparciera por el suelo y quedara solamente un rastro sobre la madera. 

El silencio se instaló en el salón, el maestro y los kwamis no sabían por dónde comenzar y el pobre rubio estaba completamente impactado. Habían pasado cosas muy extrañas en muy poco tiempo. Adrien se sentó en el suelo con la barra de metal en sus manos, sintiendo una extraña corriente moverse a través de él. 

- Este es mi objeto, ¿no es así, maestro? 

El maestro Fu lo miró un momento, no había ocurrido nada raro con esa cosa, no hubo magia, solo la valentía del muchacho en estado puro. 

- Si, joven amigo. Es uno de sus objetos. 

- ¿Uno? ¿Acaso tendré más? 

- Es algo que no debo discutir ahora, pero sí. Tendrá más. - El maestro hizo silencio y pensó sus siguientes palabras. No estaba seguro de cómo abordar el tema. - Jovencito... ¿cómo logró personificar a la arena?

- Bueno, yo... solo aparecieron imágenes en mi cabeza, primero vi a Marinette y luego vi... esos ojos... era un rostro, pero parecía algo muerto, como un cadáver, ¿entiende? 

- Si, entiendo... Hay algo que debo decirle. 

- ¿Señor?

- Usted tiene afinidad con la tierra. Controla este elemento, pero... al parecer, usted también es controlado cuando hace conexión con ella. 

- Maestro, no sé si estoy entendiendo lo que dice. 

 - Adrien, el mal se manifiesta con usted cuando hace uso de su nuevo poder. Usted es un peligro potencial. 

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Hola amores, 

perdónenme por publicar tan tarde, he estado bastante ocupada y no había podido terminar el capítulo, pero aquí lo tienen. Espero que lo disfruten. 

¡Espero que tengan una linda noche!

Besos 


La princesa perdida (pausada)Where stories live. Discover now