kapitel drei. (3)

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003.

Realmente, ¿qué estaba haciendo con mi vida? No realizaba lo que más me gustaba en el mundo, que era escribir, y sólo pasaba horas y horas frente a un computador corrigiendo los escritos de alguien más. Alguien con un puesto mayor al mío y quien también tenía el privilegio de poder escribir para una revista de esa magnitud.

En fin, di gracias al cielo cuando el viernes pude salir de aquella oficina. Me despedí de Aspen, quien mantenía su mirada verde cubierta por un par de lentes redondos y leía con atención los correos que le quedaron pendientes en la semana. Se despidió de mí con un seco movimiento de mano y no dijo nada más. No podía pensar en otra cosa. Casi se acercaba el día de la publicación quincenal de la revista y todos entraban en pánico.

Émile me interceptó en cuanto llegué al lobby. Se le veía preocupado.

—Verena, qué bueno que te encontré. ¿Ya te ibas? —Levantó las cejas, escudriñándome.

—Sí... —Me rasqué la nuca, previendo lo peor. La fiesta de Volker comenzaba en un casi una hora y yo todavía tenía que arreglarme para la ocasión—. ¿Qué necesitas?

—No es nada importante, sólo quería hacerte una propuesta de trabajo.

Parpadeé varias veces, perpleja. Émile jamás se había acercado tanto a mí, y mucho menos me había dedicado esas palabras.

—No estoy interesada. —Le solté así nada más, imaginándome que estaría insinuando otra cosa que no tenía nada que ver con el trabajo. Estúpida, estúpida. El francés era muy apuesto pero algo tenía que no...

—No... —soltó una risa llena de burla—, no voy a pedirte un favor sexual ni nada que se le parezca. Eres atractiva, lo admito, pero tu rostro parece el de una nena de once años. Eso sería enfermizo de mi parte —rezongó. Mis mejillas se encendieron pero no hizo un comentario al respecto—. Quiero ponerte a prueba.

—Lo siento, lo siento de verdad, no sé en qué estaba pensando —me reí nuevamente para demostrar mi nerviosismo, pero Émile mantuvo su postura seria.

—Quiero que escribas un artículo para Artes y Cartas. Envíamelo la siguiente semana, si me convence, lo publicaremos en el ejemplar correspondiente —explicó con paciencia y de una manera pulcra—. ¿Estamos?

Asentí indeliberadamente y Émile desapareció delante de su asistente latina silenciosa. Ella hacía todo siempre sin rechistar por más que odiara sus tareas. Escuché los pasos rápidos de la chica para alcanzar al editor en jefe de Forbes US.

Mi modo piloto automático estuvo activado desde el momento en el que salí del edificio y subí a mi auto. No recuerdo cómo llegué a casa. A la estancia entré flotando en una nube. Dejé mi bolso en el sofá y me tiré en él con la mirada perdida en algún punto de la pared.

Lenz ya estaba acomodándose la camisa casual para la fiesta. Era, nuevamente, blanca y usaba un pantalón caqui. Se veía relajado, al igual que Hanne. Ella usaba una bonita falda de tela viscosa que le llegaba al inicio de la rodilla, acompañando el atuendo con un suéter negro ceñido a su delgado cuerpo.

—Llegaste tarde. ¿Quieres que nos adelantemos?

—Sí... sería lo mejor —suspiré—. Tengo que ducharme. Estoy sudando.

—Estamos como a siete grados —sonrió Hanne. En Alemania hacía muchísimo frío siempre, así que estas temperaturas no eran nada para ella. Bueno, tampoco lo eran para mí, pero la adrenalina me había hecho transpirar.

—Lo sé, sólo recibí buenas noticias en el trabajo —me puse de pie evitando tambalearme y les sonreí a ambos—. Adelántense, en serio no hay problema. Les pediré un taxi y yo llegaré después.

Lo que harías por nosotros ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora