kapitel sechsunddreißig. (36)

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036.

Dejé la comodidad de mi hogar con lágrimas en los ojos. Aspen cargaba a ambas bebés moviendo la manita de Viktoria a modo de despedida mientras yo me subía al auto e intentaba no pensar en dejarlas solas por primera vez.

Vamos, sabía que estaban en buenas manos, y además sólo sería por una noche.

Mi corazón lo resentía por todas las demás noches que habíamos dormido separadas, alejadas por tubos, batas quirúrgicas y cápsulas de seguridad.

Les dediqué una sonrisa a las tres y di vuelta a la calle intentando no pensar demasiado. Emprendí camino al apartamento de Volker, a donde no había ido en más de un año.

Una vez que encontré lugar para aparcar, rodeé la botella de espumoso que conseguí la noche anterior y me aferré a ella como si eso pudiera controlar mis nervios. Me sentía como en la preparatoria, ansiosa por ver a mi cita y sin saber qué esperar.

Tomé el ascensor y los treinta y nueve pisos se sintieron como ochenta. Aún con las piernas temblándome, salí de la caja de metal y me dispuse a dirigirme al apartamento seis. Antes de que pudiera tocar el timbre, Volker abrió la puerta. Me recibió con una sonrisa, un abrazo fuerte y un beso en la mejilla que me dejó babeando.

—¿Cómo supiste que había llegado ya?

—Le pedí al portero que me avisara cuando viera a una mujer de ojos azules entrando al edificio —se rio—. Pero dijo que había entrado una chica en modo zombie y, bueno, supuse que serías tú.

—Dios mío, ¿modo zombie? —Me reí también y le entregué la botella—. Sin alcohol. Y qué vergüenza.

—Si quieres mi opinión, creo que luces particularmente linda hoy, Verena.

¡Y así me sentía!

—Gracias, al fin pude tomar una ducha de más de dos minutos...

—No imagino lo difícil que puede ser.

Mordí el interior de mi mejillas sin saber qué decir. Me deshice del abrigo para más comodidad, y porque dentro del apartamento parecían hacer cincuenta grados. Para esa noche elegí un pantalón de imitación de piel ajustado —súper ajustado— y una blusa de manga larga blanca. Me percaté de una mirada fugaz que le echó Volker a mi trasero y me sentí triunfante por una décima de segundo.

—¿Y qué cenaremos? —Me apuré a decir frotando las manos contra mis muslos, pero fue un movimiento tonto. La mayor parte de la cena estaba sobre la barra de la cocina, dejándome muy claro que serían mariscos. Una gran variedad, por cierto—. Oh, ya veo.

Volker sonrió y volvió a su tarea de cortar un filete en finas rebanadas.

—No me digas que dejaron de gustarte.

—¡No! Sabes que desde una corta edad aprendí a amar la comida de mar —me senté frente a él, en uno de los bancos de la barra, y apoyé los codos sobre ésta—. Admito que los odié un poco durante el embarazo.

—¿Y ya no?

—No, volví a la programación habitual.

Sentía que cada palabra que salía de mi boca sonaba como una insinuación sexual. Mi piel quemaba y rogaba por su contacto. Deseaba que su mano rozara la mía por accidente, que me observara y me derritiera solamente con el azul de sus ojos. Mi lengua se preguntaba a qué sabría su saliva si me atrevía a besarlo justo en ese momento.

Sin embargo, apreté las piernas para reprimir todo lo que estaba sintiendo. Debíamos cenar primero y luego... veríamos.

—¿En dónde están las copas? —Pregunté, dejando mi asiento que empezaba a entibiarse.

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