kapitel zwanzig. (20)

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Había sido todo un shock recibir tanto dinero de un hombre al que parecía importarle un carajo la situación. Por un momento pasó lo inevitable: sentí miedo de que pudiera pasarle algo. ¿Acaso Milen estaba enfermo y quería dejarme sus bienes como el dinero y su seguro médico? ¿O era posible que su vida estuviera corriendo peligro?

Ambas opciones sonaban ridículas en mi cabeza, pero no podía dejar a un lado las posibilidades.

Milen no era alguien problemático, así que por el momento descarté esos pensamientos. Quizás sólo lo hizo para sentir que había hecho algo por mí — o por nosotros.

La verdad era que yo no necesitaba tanto dinero. Con el seguro médico me bastaba, ya que los gastos sí eran elevados, pero no significaba que no pudiera salir adelante por mi cuenta.

Al igual que cuando vi por primera vez el cheque, no dejé de mirarlo por el siguiente mes. Lo pegué con un pequeño imán en la nevera para considerar la opción de ir al banco y cobrarlo, pero no terminaba de parecerme del todo correcto.

Dos millones de dólares eran una exageración, una grosería incluso para él.

Mi madre pensó que era una manera de deshacerse de sus responsabilidades de papá.

Por otro lado, Volker no terminaba de asimilarlo. Sabía lo del cheque, sabía que era mucho — muchísimo dinero, no comprendía las intenciones de Milen al igual que yo, pero creía que lo correcto era cobrarlo.

—Ese dinero es tuyo desde el momento en el que Milen envió ese cheque. —Dijo Volker mientras secaba los platos recién lavados y los apilaba en una torre.

—No... Bueno, sí, tal vez, sólo tengo que estar muy segura.

—¿De qué?

—Siento que de alguna manera aceptar su dinero lo involucra en todo esto. Yo le pedí que se fuera, que no lo necesito, ¿pero voy a cobrar su cheque? —Bufé.

Volker puso los ojos en blanco y se volteó para continuar con lo que estaba haciendo.

Bien, era una señal de que le estaba dando muchas vueltas al asunto. Era una decisión simple. Simple y egoísta, así como todas las acciones de Milen desde que lo conocí.

Volker y yo terminamos de asear la cocina después de la cena. Mi madre se había ido a dormir temprano. Los tres nos estábamos acostumbrando a compartir nuestro tiempo y mi casa. Entre él, mamá y Aspen se encargaban de mí, o eso intentaban. Odiaba sentirme como una carga y tener que necesitar ayuda incluso para levantarme de la cama.

Muchas veces pensé en el embarazo y nunca se me pasaron por la cabeza las complicaciones que éste podía traer. Mi madre era una mujer sana, por lo que tuvo un embarazo tranquilo, conmigo tanto como con mi hermano, por lo que yo esperaba correr con la misma suerte.

Aún con las dificultades y todo lo que conllevaba estar conmigo casi las veinticuatro horas al día, todos lográbamos salir adelante.

Aspen y Volker eran un gran equipo cuando se lo proponían, pero yo me daba cuenta de lo mucho que se esforzaba ella para mantener su distancia. Estaba comenzando a pensar que en algún momento ella sintió algún tipo de atracción hacia él pero decidía ignorar ese sentimiento por mí. Volker, por otro lado, era totalmente indiferente con Aspen. A él sólo le interesaba quedar bien con mi madre, como siempre lo había hecho. Después de todo, se conocían desde hacía años y debía mantener la facha de niño bueno de siempre.

Pasaron las semanas. Era sábado por la tarde. Mi madre había salido con un grupo de turistas para conocer San Francisco. Por fin se había animado a dejar la casa por un rato y divertirse. Después de todo, quién sabía cuando regresaría a la ciudad.

Lo que harías por nosotros ©Où les histoires vivent. Découvrez maintenant