kapitel fünfunddreißig. (35)

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035.

Seis meses después del nacimiento.

Tarde. Otra vez. Llevaba diez minutos de retraso para la reunión con Émile. Debía presentarle la idea de mi siguiente proyecto con la editorial y esa oportunidad la conseguí por el simple hecho de que él y mi mejor amiga estaban comprometidos. Aún así, era algo que no podía desperdiciar.

El semáforo cambió a verde y pisé el acelerador como si mi vida dependiera de ello, pero disminuí la velocidad cuando escuché los balbuceos y el ruido de una sonaja moviéndose en la parte trasera del auto. Le eché un ojo al retrovisor. Viktoria estaba muy entretenida mirando hacia la ventana haciendo ruidos extraños, y Marlene movía su juguete de un lado a otro, con una mano metida en la boca. Hacía unos días había comenzado la esperada comezón en las encías, pues sus primeros dientes estaban por aparecer.

Sonreí para mí antes de continuar el camino. Aparqué en el lugar de siempre y, en tiempo récord, bajé la doble carriola del maletero. Las saqué a ambas con la agilidad que recientemente me había descubierto y uno de los sonajeros cayó al suelo.

—Mierda —Murmuré. Viktoria estornudó y eso fue suficiente para que empezara a llorar—. Ay, no, nena, lo siento... Mira, ten, toma... —Extraje de la bolsa de juguetes un pequeño conejito de felpa y lo puse entre ella y su hermana. Siguió sollozando, pero ahora sin fuerzas—. Bien hecho —dije más para mi tranquilidad mental que para ellas.

Activé la alarma del auto, me colgué el bolso al hombro y la pañalera en el otro. Empujé la carriola hacia el ascensor y, al llegar al lobby, Aspen ya me estaba esperando.

—¡Corre! De aquí yo me encargo. —No saludé, ni dije nada. Le entregué lo necesario y les di dos besos fugaces a esas dos pequeñas frentes llenas de cabello rubio cenizo. Aspen salió del ascensor con la carriola a tiempo de que se cerraron las puertas nuevamente. Piso cuatro, piso cuatro. El elevador se detuvo y, casi a trompicones, salí corriendo de ahí aun usando tacones.

Cuando irrumpí en la sala de juntas, Émile estaba por cerrar su portafolio, posado en su silla, todavía con cierto dejo de expectativa.

—Estoy aquí —me anuncié, aunque no era ni necesario—. Lo siento, sé que voy...

—Casi treinta minutos tarde.

—Espero puedas entenderme.

Émile dejó salir el aire por la nariz.

—Ésta es la última oportunidad que te doy. Todavía quiero que trabajes conmigo, espero que tengas tiempo de ordenar todas tus prioridades. —Añadió con tono autoritario, pero con una leve sonrisa en el rostro.

—Gracias.

Rápidamente ahondé en el tema de la presentación. Extrañaba tanto trabajar que no me fue difícil regresar a mis actividades laborales. Había escrito casi 50 artículos en mi baja por maternidad, y más de la mitad de ellos fueron publicados en Forbes. Émile, además de darme más oportunidades gracias a Aspen, estaba convencido de que yo podría llegar más lejos en la revista. Y ese también era mi plan.

La reunión fue breve gracias a mi facilidad de la palabra y, sobre todo, porque solamente éramos él y yo. Me hacía una o dos preguntas, y dejaba que continuara.

—Te enviaré el reporte respecto al proyecto en el transcurso de la próxima semana, Verena. Iré a una conferencia en México y analizaré tus propuestas con el resto del equipo.

—Gracias, de verdad...

—Tranquila. —Se levantó de su silla giratoria después de haber guardado sus notas, y antes de dirigirse a la puerta hizo presión sobre mi hombro, como diciendo "buen trabajo", y eso me fue suficiente. Sabía que mi jefe no era de muchas palabras, y cuando decía sólo un par significaban mucho.

Lo que harías por nosotros ©Where stories live. Discover now