kapitel fünfundvierzig. (45)

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045.

Milen

Fingir que ella no había escuchado nada era inútil. Pasaron unos ocho minutos y yo seguía arriba, debatiéndome entre bajar y desayunar con ella como si nada hubiera sucedido, o quedarme ahí, sentado con la cabeza entre las manos sin saber cómo actuar.

Apagué el teléfono y lo guardé muy al fondo de mi valija, escondiéndolo entre mis camisas y pantalones.

Cuando me dispuse a bajar y enfrentar lo que vendría a continuación, lo primero que vi fue a Verena cruzada de brazos hablando —o mejor dicho, susurrando— con Volker. Él mantenía el ceño fruncido y escuchaba con atención. Fue el primero en darse cuenta de mi presencia.

Vreni se dio media vuelta para encararme.

Con Viktoria en brazos, caminé lentamente hacia ellos. Marlene estaba sentada en su periquera, en la cocina, observándonos a todos con curiosidad. A pesar de su corta edad, podía jurar que sentía toda esta tensión entre nosotros.

Viktoria pataleó y estiró los brazos hacia Verena, pidiendo con un breve sollozo que la abrazara.

—Iré al hospital —dijo Volker, tocando brevemente la espalda de Viktoria cuando ya estaba en brazos de Verena—. Tengo guardia, pero estaré al pendiente de cualquier cosa que pase con Marlene.

—Gracias. —Interrumpí, dejando a Verena con las palabras en la boca.

Volker se limitó a asentir en silencio y se apuró a alejarse de nosotros. Poco después ya estaba afuera, encendiendo el motor de su auto.

—¿Quieres que hablemos? —Le pregunté, pero ella parecía haber fingido que yo no existía. ¿Volvíamos a los juegos de niños? Caminó hacia la cocina sin dirigirme la mirada—. Verena.

—¿De qué quieres hablar?

—De lo que escuchaste allá arriba.

—No sé qué fue lo que escuché.

Con una agilidad que yo no conocía, rápidamente sentó a Viktoria en la periquera compartida con Marlene. Ambas se miraron y se rieron antes de seguir cada una en sus curiosidades.

—Vreni, lo siento mucho. Debo decirte que... Me tomó por sorpresa. —Un bufido honesto salió de entre mis dientes al momento que me rascaba una parte de la nuca.

—Dijiste que no era nada. —Añadió con un tono burlón, empezando a abrir la heladera, sacando todo lo necesario para un desayuno abundante. Por un momento, juraba que estaba actuando en modo automático.

—Esa mujer es mi karma.

Verena posó fuertemente la caja de jugo de naranja sobre la encimera, haciendo que Kiwi se sobresaltara y levantase sus orejas.

—No puedo creer que digas eso.

—No pienso mentirte —suspiré—. Tenía mis expectativas. Al conseguir trabajo aquí... En Sacramento, quería que ella viniera conmigo —admití con pesar. Ni siquiera podía tolerar mirarla a los ojos, pero sentía como se clavaban en mí cómo mil navajas—. Realmente tenía esperanzas de hacer algo bien. Pero ahora, lo que sea que yo quiera hacer... No se trata de ella —mis hombros se relajaron, y fue que me decidí a mirarla directamente. Ella me observaba, pero cuando nuestras miradas se juntaron, volví a sentirme como en la noche anterior. Un escalofrío recorrió mi espalda, llegando desde mi brazo derecho, mi mano y la punta de mis dedos. Estos se movieron instintivamente, como queriendo alcanzar su piel. Mi cuerpo me pedía que me acercara.

Mis pies se movieron sin consentimiento. Se arrastraron en su dirección, dos, tres pasos. Ya estábamos cerca, pero ella se mantenía inerte.

—Cuando ella me lo preguntó, yo no tenía ni idea. No pensaba en ella, Verena. Solamente pensaba en ti, en nuestra familia —la boca se me secó. Ella parecía querer reírse de mí, y lo entendía.

Lo que harías por nosotros ©Where stories live. Discover now