kapitel vierundvierzig. (44)

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044.

Milen

Cuando cumplí trece años, mi padre me regaló mi primer caballo. Era un semental de pelaje negro ahumado, con la cresta un poco más clara. Mis hermanas lo nombraron Obsidian. A partir de ese momento, yo pasaba poco más de la mitad de mis días con Brahim, el instructor de equitación.

Mis padres siempre trabajaban. Nunca fueron ausentes, pero para mí era complicado distinguir una figura paterna. Así que, la única que era constante, era la de Brahim. Estuvo más presente cuando entré a la adolescencia, y con ella aparecían miles de dudas y preguntas respecto a lo que se avecinaba en mi vida. Las respuestas siempre me las daba él, aunque la oficina de papá estuviera a solamente unos pasos de las caballerías.

A los dieciocho, después de mi graduación, Brahim falleció de un ataque cardíaco. Le lloré como si hubiera sido alguien de mi propia familia. Me dolió más que haber perdido a mi abuela, dos años antes. Mi padre debió haberse preguntado por qué me afectaba tanto su muerte, si nada más fue mi instructor. Lo que nunca supo fue que, mientras él iba a juntas o cenas formales con clientes, Brahim se tomaba el tiempo de explicarme los cambios en mi cuerpo y mi mente. Me enseñó a valorar mi trabajo y cuidarlo, a que el estatus social no te convierte en una buena o mala persona. A respetar a mi madre y a mis hermanas, a las mujeres en general.

Él nunca tuvo hijos y sé que me cuidó como si yo lo hubiera sido.

Y esa fue la única manera en la que pude entender a Volker.

(...)

—Yo no tenía idea —dijo Verena en voz baja, agachando la cabeza—. Marlene parecía detestarlo.

—Sí, suele suceder... Así son las relaciones padre e hija —me reí sin ganas, con una punzada de dolor emocional en el pecho.

—¿Estás bien con que pase la noche aquí?

Fruncí el ceño, confundido. Verena se removió en la cama, juntando las palmas de las manos bajo la cabeza.

—Me es mucho más raro que yo pase la noche aquí. En tu habitación, sobre todo.

Ella se encogió de hombros levemente, como si el estar juntos en su cama no hubiera significado nada. Nunca.

—Estás aquí por ellas, no por mí. Tenemos que aprender a convivir en familia.

—¿Volker viene incluido?

—Si Marlene así lo quiere, pues sí —suspiró casi sin fuerzas. Cerró los ojos por un breve instante y se acomodó para mirar hacia el techo—. Ni tú ni yo sabemos qué pasará mientras el tiempo pase, sobre todo si te ausentas tanto tiempo de sus vidas.

La simple idea de que mi hija había desarrollado una figura paterna en otro hombre me calaba hasta los huesos. Crucé los brazos sobre la almohada, detrás de la cabeza, y suspiré sin saber qué decir. Intentaba mantenerme sereno, como si estar en la cama de Verena no me trajera recuerdos de los sentimientos que tenía hacia ella. O de esas noches que pasábamos en vela, ella hablando de su vida y yo escuchándola con atención, mientras veía cómo sus ojos iban tomando un brillo dependiendo del tema de conversación.

Siempre la admiré. Su valentía y su coraje me cegaban de locura. La atracción que sentía era tan fuerte que llegué a sentir que haría cualquier cosa por tenerla en mi vida. No sé qué fue lo que me sucedió.

—No sé si eso sea correcto —dije en voz baja y en espera de no haber sido escuchado—. ¿Has estado saliendo con él? ¿Aunque te haya traicionado?

Lo que harías por nosotros ©Where stories live. Discover now