kapitel zwölf. (12)

4.8K 336 57
                                    

012.

—¿Acaso no te pedí que te quedaras en Berlín?

Mi cabeza casi chocó contra la ventanilla del tren. Ahora ocupaba dos lugares para mí sola porque la inmadurez de Milen lo había orillado a comprar otro boleto para sentarse muy, muy lejos de mí.

Hanne estaba sentada al frente mío. Iba leyendo algo en su Kindle, mientras que Lenz dormía plácidamente.

Apenas llevábamos una hora y media de camino.

—Lo olvidé —añadí sin mentir. ¡Era cierto! Todo el embrollo entre Milen y yo me había absorbido por completo y en lo que menos pensé fue en Volker—. Oh, no, ya recuerdo: dijiste que no vendrías porque no quieres causarme más problemas. —Me llevé los dedos al puente de la nariz y suspiré—. Lo dijiste.

—Por dios, cómo se nota que no nos conocemos —bufó—. Ya estoy en la estación... Tomaré el siguiente tren hacia Düsseldorf. ¿Me harías el favor de esperar?

Llevé mi mano libre directo hacia mis dientes para mordisquearme las uñas. Era un hábito horrible que había adquirido en los pasados tres meses de mi vida.

—No quiero que Milen y tú empiecen a querer marcar su territorio, ¿me entiendes? Es lo que menos necesito.

—No te preocupes por eso.

Sí, claro que me preocupaba por eso. Los conocía a ambos, tal vez a Volker no tanto y, tal vez, él ya había cambiado. Nunca lo vi siendo autoritario o mandón con ninguna de sus novias pero, como lo mencioné, habían pasado varios años.

Le dije que estaba bien, que haría lo posible por no moverme de la estación en Düsseldorf y que lo estaría esperando. Quizás llegaríamos casi al mismo tiempo.

Colgué el teléfono al mismo tiempo que Hanne bloqueó su Kindle. Me miró con curiosidad antes de deslizarse a mi asiento.

—¿De verdad le dijiste que no? —Tomó mi mano izquierda y le echó, por milésima vez, una mirada de admiración.

—Le dije que lo pensaré... Hanne, no estoy segura. Todavía tengo muchos sueños por cumplir.

—Lo sé, lo entiendo, pero ¿no te gustaría compartirlos con él?

En realidad, no.

No quería sonar egoísta, pero por muchos años ya había planeado lo que sería de mi vida al mudarme a San Francisco. Le había apuntado directamente a Forbes y lo logré tan pronto como me lo propuse. Aún tenía intenciones de viajar, de conocer y de seguir enamorándome. La idea del casamiento sí había estado latente en mi mente, pero después de haber sentado cabeza.

Todavía tenía muchas interrogantes respecto a lo que me esperaba en el futuro.

—No lo sé —terminé agregando—. Me gusta mi privacidad y mi espacio. Vivir sola es algo en lo que sigo siendo nueva...

—Créeme que comparto tus ideales —Hanne me sonrió. Ella nunca había vivido sola. Pasó de salirse de la casa de sus padres para vivir con Lenz—. Milen es un buen hombre, se le nota, y tiene el compromiso contigo y con tus bebés.

—No me es suficiente.

Yo no le amaba. Le quería, lo apreciaba de algún modo pero nunca me había dispuesto a ir más allá con mis sentimientos.

Milen era cerrado, reservado para sí y para sus amigos. Yo apenas sabía una pizca de su vida y eso porque tuvo que decírmelo cuando se enteró de mi embarazo.

Tal vez tenía compromiso con nosotros, pero era solo eso: responsabilidad. Si me había dicho que me quería era porque estaba proponiéndome matrimonio, y si la situación fuera diferente —sin un embarazo de por medio—, a él nunca se le hubiera pasado por la cabeza pedir mi mano.

Lo que harías por nosotros ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora